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Por: Angel Marqués
El bloqueo de Estados Unidos a Cuba empezó el tres de febrero de 1962. Falso. La medida siempre estuvo en la genética del imperio estadounidense.
Dos de los llamados padres fundadores de la nación, Benjamin Franklin y John Adams, públicamente son los pioneros de una lógica expansionista en la que Cuba era concebida, ya a fines del siglo dieciocho, como una presa obligada en una estrategia de dominación y cacería de territorios hacia el sur.
El dato interesa. Explica que el diferendo bilateral es histórico y que solo la revolución de 1959 liderada por Fidel Castro lo universalizó al colocarlo en una dimensión más desafiante, decisiva y radical que ha llegado a nuestros días. Desde entonces, Washington ha jugado la carta de la implosión de las paredes del sistema cubano, dados por fallidos el resto de las artimañas y ataques.
Por eso, en más de sesenta años, salvo el gobierno Obama, que echó mano al plan B, las administraciones que han pasado por la Casa Blanca apenas ha aflojado las cuerdas del acoso. Permitieron, a partir del año dos mil, la compra de alimentos dinero en mano, pero han hecho lo imposible por taponar las finanzas y el comercio de la isla y con una imaginación luciferina -Trump el más talentoso- han tejido una malla con centenares de hilos de acero, léase acciones, para entrampar a la economía cubana y mantenerla en un estado de estrés e insolvencia. La intención es clara. Utilizar a Cuba como efecto demostración que condene como baldíos los esfuerzos desarrollistas sin la licencia de Estados Unidos.
Nadar contracorriente no es un imposible, pero el precio a pagar es alto. La Habana lo reconoce cuando asegura que el bloqueo es el obstáculo principal para el desarrollo de la isla. Las estadísticas son de espanto y están para confirmar el apotegma.
Se calcula que la isla pierde quince millones de dólares diarios por las sanciones estadounidenses aún vigentes en la administración Biden. Las cifras totales en pérdidas, desde comienzos de los sesenta a la actualidad y a precios corrientes, superan los 155 mil millones de dólares, es decir, cerca de siete veces el producto interno bruto de la potencia agresora, de lejos la mayor economía del planeta.
Olvidándonos de las cifras, acusadas siempre de algo frías e impersonales, el bloqueo transversaliza las vidas de los cubanos, desde lo ridículo hasta lo trágico, desde no poder enviar archivos de peso a través de Internet hasta impedir tratamientos contra el cáncer.
Presten atención a estos nombres: JANSEN, filial de JOHNSON & JOHNSON, PFIZER y MERCK SHARP & DOHME son grandes farmacéuticas estadounidenses que ganan al año una miríada de dólares. Pues las tres miraron para otro lado cuando Cuba les solicitó la compra de medicamentos contra enfermedades malignas.
En resumen, más de setenta compañías estadounidenses fueron contactadas por MEDICuba para indagar sobre las posibilidades de importar medicamentos, equipos y otros insumos necesarios para el Sistema Nacional de Salud. La gran mayoría no reaccionó y tres respondieron argumentando que no podían establecer vínculos comerciales con entidades cubanas debido al bloqueo. Incluso, cuando la pandemia de coronavirus estaba en su apogeo en la isla, Washington no movió un dedo para aliviar las sanciones. Y todavía más. Entorpeció o frustró la llegada de insumos a la isla, como fue el sonado caso de Alibaba.
Pero no solo son las empresas estadounidenses, farmacéuticas y no, a las que se les prohíbe o inhibe de hacer tratos con la isla. Son los bancos, las navieras, las sucursales, los turoperadores y las empresas de terceros país los amenazados, multados, cooptados o engullidos a su vez por capitales estadounidenses por negociar con Cuba o por exportar al país caribeño productos que contengan más de diez por ciento de componentes norteamericanos. La última de las mezquindades fue desautorizar un cable submarino entre los dos vecinos arguyendo razones de seguridad nacional.
Por treinta veces y en igual número de años, la Asamblea General de Naciones Unidas ha votado abrumadoramente contra el bloqueo y exigido su fin, al igual que tres papados consecutivos, pero Washington solo ha reaccionado con algunos paliativos, una suerte de limosna para acallar la mala conciencia de un imperio, cuyo uno de sus estrategas, el vicesecretario de Estado Lester D. Mallory recomendó en 1960 castigar con hambre y otras privaciones el apoyo de la población cubana al entonces joven y carismático líder Fidel Castro.
Las protestas callejeras en julio de 2021 en ciudades y pueblos de la isla hacen parte y actualizan esa estrategia punitiva, más allá de las deficiencias, tanteos y deformidades del socialismo cubano. Por tanto, la vieja apuesta de míster Mallory sigue en pie. Por tanto, el desafío continúa y haber prevalecido es la mitad de la victoria.