RHC
Por Leyla Carrillo Ramírez (Investigadora del CIPI)*
Hay enseñanzas que irradian hacia el resto de nuestra vida, sin que podamos olvidarlas. Éstas afloran en la cotidianidad, ante situaciones críticas, durante remembranzas inevitables, cuando ocurren cambios de situación, al presenciar un acoso, una catástrofe o la saña de los poderosos contra los desposeídos.
Sobran ejemplos: hay quienes abusan de un niño en la escuela o que transgreden la frontera de un país o lo amenazan por distintos medios; otros propagan noticias falsas y mentiras para tomar la delantera en las acusaciones; pero abundan también los que deciden mediante formas diversas utilizar la fuerza sin medir las consecuencias.
El actual conflicto ruso-ucraniano es resultado directo del acoso, primero, de una guerra de cuarta generación instigada por Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea, con la intención de cercar a Rusia y disminuir su influencia en la región. Los políticos de los países de ambos grupos, sus estrategas y la gran prensa se dedicaron a exacerbar las contradicciones entre Rusia y Ucrania, mientras omitieron las violaciones contra los ruso parlantes en el último país, sin dejar de avanzar en el cerco político-militar contra Rusia.
El golpe de Estado fascista en 2014 contra el gobierno legitimo ucraniano, la incorporación de Crimea a Rusia y las constantes alertas del país sobre el acoso en sus fronteras presagiaron la gestación de algo peor. Algunos pudieran confundirse, porque la propaganda para inculpar a la Federación Rusa es perenne, diversa y en materia de propaganda Estados Unidos y sus principales aliados llevan años acusando y acosando a la antigua Unión Soviética, renovaron su rechazo a Rusia y persisten para que el país eslavo, sea uno de los dos adversarios a derrotar en la actualidad, propósito para el que apelan a acusaciones y resoluciones en organismos internacionales, exigencias a países de diversos continentes, reclamos a algunos aliados para seguir al pie de la letra los designios de los más poderosos y despiadadas campañas de prensa.
Cuando se desata un conflicto es impredecible conocer cuánto durará. Las víctimas tampoco conocen si los proyectiles contra humanos e instalaciones les impactará y. tampoco, cómo accederán a los alimentos y la asistencia médica. Y en cualquier conflicto, los más afectados no son los contendientes, sino la población civil. Por ello, el actual conflicto –cuyo final no es posible predecir- ha desatado varios problemas, tales como el desplazamiento masivo hacia el resto de Europa, la incertidumbre, los bombardeos contra la infraestructura e instalaciones civiles, la pérdida del hábitat y la incertidumbre para países colindantes de un continente que juró, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, que “nunca más saldría una guerra desde Europa”.
Sin embargo, hubo un error de quienes siguieron a los ideólogos del acoso y del cerco contra Rusia, porque no calcularon que con éste, las sanciones multiplicadas para dañar a la economía rusa, Estados Unidos se beneficiaría, una vez más, mientras que los europeos serían los mayores perdedores en el juego de ajedrez político-militar, porque su dependencia energética y de otras materias primas rusas y ucranianas los llevaría a una crisis, inesperada.
Prescindir del gas y el petróleo rusos y comprar gas de esquisto estadounidense encarece la industria y la calefacción de los europeos, en vísperas de un crudo invierno o negociar con urgencia combustibles fósiles en otras regiones, solo multiplicará las arcas de los potentados, profundizando la desigualdad de clases medias y, fundamentalmente pobres.
Mientras, Estados Unidos cosecha dividendos y demuestra que la soberanía de los europeos se ha resentido como nunca antes y que la Unión Europea asiste a una de sus fragilidades, con el incremento de la lucha social, el rechazo de diversas capas de la población en todos los países miembros: los más desarrollados y, mucho más, los rezagados. Así como sucedió tras la Segunda Guerra Mundial, una vez más los europeos se debilitan y Estados Unidos es el país que pierde menos soldados, obtiene más ganancias y decide la suerte de sus aliados.
Y aunque apenas se mencione, sobre los continentes más atrasados, la repercusión del conflicto añade tragedias a la sempiterna hambruna y desnutrición, el desamparo y la dependencia neocolonial contra la que intentan surgir.
La cadena de sanciones estadounidenses y europeas contra Rusia para castigarla por rechazar el cerco de la OTAN y combatir los abusos contra la población de ascendencia rusa no se detiene, como tampoco la inyección de capitales otorgados al gobierno de su protegido, el presidente ucraniano, ni los equipos y armas trasladados desde diversas capitales europeas, la amenaza de un accidente nuclear que no solo desaparecería a Ucrania –sino que podría contaminar a los países fronterizos. Todo para que resista la ofensiva rusa.
Finalizando el año, el acontecer mundial llama a reflexionar sobre el acoso, el conflicto y las represalias (concebidas para responder o castigar a alguien por un acto cometido previamente).
Al inicio de los combates la OTAN negaba su participación física en el conflicto, pero el secretario general de esta organización militar recién ha reconocido la posibilidad de que ello pudiera ocurrir. Al inicio de las sanciones, la Unión Europea se contentaba con imponer sanciones a Rusia –algunas de las cuales irrisorias-, a reducir la temperatura de su calefacción para ahorrar combustible o a trazarse metas irrealizables de energía alternativa al corto plazo, si se toma en cuenta la disparidad del desarrollo entre los 27 países.
Ahora las represalias intentan, una vez más, desestabilizar a Rusia, cuando plantean limitar el pago de su petróleo a 60 dólares; mientras que los mayores productores universales deciden un precio superior en la OPEP y Moscú desvía sus ventas hacia otros importadores menos agresivos y más inteligentes.
Resulta difícil imaginar con certeza el final de este conflicto, como tampoco los precios del petróleo ni del trigo, del aceite o del transporte aéreo, insostenible a escala universal, pero sí podemos afirmar que todos los pueblos necesitan, con gran urgencia, la paz.
* Centro de Investigaciones de Política Internacional