«Esos son los ojos de mi padre»

Édité par Pablo Rafael Fuentes
2025-03-04 06:15:04

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Con el sabotaje al vapor La Coubre hubo más de un centenar de muertos y desaparecidos. Foto: Archivo de Granma

La Habana, 4 de mar (RHC)  Todo el que ha contado algo de lo que pasó cuando La Coubre quedó con una herida honda. Juan Luis Rodríguez, por ejemplo, perdió una pierna; pero Zenaida Capetillo, a su padre; y Alberto Solís, primero a su papá, y unos días después a su mamá.

La cicatriz es distinta en cada cual, pero igual de profunda, independientemente de si estuvo allí, cuando la primera explosión mató a tripulantes y trabajadores del muelle que descargaban los armamentos y municiones que traía el vapor francés; o al momento del segundo estallido, cuando un mar de pueblo se había volcado sobre el espigón de la bahía de La Habana, a socorrer a los heridos, a sofocar el incendio… a recuperar cadáveres y restos.

Capitán de la Estación 14 de la Policía, a las 3:15 de la tarde de aquel 4 de marzo de 1960 Juan Luis sintió temblar todos los postes del alumbrado en la zona de Carlos iii. Su sentido lo orientó hacia Tallapiedra, pensó en la central eléctrica, y hacia allí fue; pero la muchedumbre, los destrozos y un barco en llamas le indicaron el sitio exacto del desastre.

Quiso ayudar en muchas cosas, pero su instinto militar, de ir primero a lo que evite que la tragedia sea mayor, lo decidió por unirse a un grupo que intentaba empujar a la bahía, para apartarlo del fuego, un camión cargado de armas y de balas.

Fue lo primero que hizo… y lo único. La segunda explosión lo sorprendió. Aunque aturdido, sintió cómo «un hierro incandescente me fracturó la tibia y el peroné… Desde el barco se levantó un hongo de fuego y humo negro, e inmediatamente comenzaron a caer pedazos de cabezas y de brazos».

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La mayoría de las víctimas se debió a la segunda explosión; así se planificó. Foto: José Agraz

Cuando Juan Luis «pegó carrera» desde Carlos iii a Tallapiedra, por otra calle, desde Zanja y Gervasio, había salido corriendo, también, el niño Alberto Solís, de 14 años. Él sí fue directo al muelle, su papá era estibador allí. Por más que imploró, no lo dejaron pasar. Quizá eso lo salvó de morir con el segundo estallido, que ocurrió ante sus ojos.

En otra casa, en ese mismo minuto, la esposa de Capetillo preguntó por aquella explosión, y cuando le dijeron, se llevó las manos a la cara. Su hija Zenaida contó que a él «no le tocaba trabajar ese día, pero lo fueron a buscar temprano para agilizar la descarga del barco. Como no había almorzado, le dijo a mamá que sobre las tres se daría una escapadita, que le tuviera algo preparado»; pero sobre las tres, cuatro pequeños habían quedado huérfanos.

Los días siguientes fueron los peores para las dos familias. Tal vez se cruzaron en los hospitales, o en el necrocomio. De Capetillo, la búsqueda fue infructuosa. «La última vez que lo vieron estaba sentado sobre las cajas de balas, anotando la carga… No encontramos nada, ni en la bahía ni en ningún lugar».

Alberto persistió por siete días en la búsqueda de Alonso, su papá. ¡Qué trauma indescriptible para un niño el pasar y repasar las gavetas de una morgue, repletas de cadáveres, de pedazos de ellos, irreconocibles! Había mirado más de diez veces en la gaveta 85, cuando, al cabo de una semana, un compañero de su padre, sobreviviente, le dijo que se detuviera allí.

«Había perdido parte del rostro, una pierna, estaba todo quemado y tenía en su cuerpo varios impactos de bala del armamento que transportaba el buque. (…) Efectivamente, cuando lo trasladaron de ahí al ataúd, debajo estaba su ropa calcinada, pero algo de ella pudimos identificar».

Poco tiempo después, el niño Alberto pasó de ser el hermano mayor de Esther, a ser su padre. María del Carmen, su mamá, enfermó tras la tragedia, y falleció.

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Un hombre trata de levantarse entre los escombros y la muerte esparcidos. Foto: Archivo de Granma

Con el sabotaje al vapor La Coubre hubo más de un centenar de muertos y desaparecidos, pero aún no se conoce el número de heridos: se reprodujo, constantemente, en el dolor de las familias. Hubo muchos Juan Luis, y Zenaidas, y niños como Alberto, que caminaron desesperados por hospitales y necrocomios.

Así lo contó, varios años después, la enfermera Gloria Azoy: «…recogí unos restos, solo esta parte de los ojos, impresionantes, como si vivieran, y los puse sobre un apósito. Más tarde un niño se acercó a mí, tratando de buscar información sobre su padre perdido. Yo lo miré, y enseguida comprendí a quién buscaba. “Esos son los ojos de mi padre”, me dijo».

Sin embargo, al Gobierno de Estados Unidos se le antoja decir que Cuba patrocina el terrorismo, y por largos años dice que es así, y después que no, por pocos días, y otra vez que sí. ¿Somos nosotros los terroristas?

(Fuente: Archivo del periódico Granma)

 

 

 



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