La Habana, 1 oct (RHC) Históricamente, octubre atesora la mayor cantidad de huracanes que han azotado a Cuba dentro de la temporada ciclónica desde 1800 a la fecha, según muestran los datos del Centro del Clima del Instituto de Meteorología.
Más allá de encabezar esa relación, también reporta la cifra más elevada de los clasificados como intensos, es decir de categoría 3, 4 y 5 en la escala Saffir-Simpson, de ahí su bien ganada fama de mes de los grandes huracanes y la causa de que se considere el más peligroso y temido de esa etapa comprendida entre el primero de junio y el 30 de noviembre.
Sin embargo, en los últimos tiempos esto no ha sucedido así, como lo demuestra el hecho de que de los siete huracanes de gran intensidad que tuvieron un impacto directo o indirecto sobre el país en la primera década del presente siglo (constituye récord para un decenio), ninguno lo hizo en octubre. Visto de manera particular, Michelle fue en noviembre del 2001, Charley e Iván en agosto y septiembre del 2004, respectivamente, Dennis en julio del 2005, Gustav en agosto del 2008, mientras Ike y Paloma tuvieron lugar en septiembre y noviembre del propio año.
Después de un prolongado periodo sin ser tocados por un organismo ciclónico de tal fuerza en octubre, el Sandy rompió esa suerte de tregua y entró como categoría 3 por un punto de la costa sur de Santiago de Cuba en el 2012, causando cuantiosos daños materiales.
Por lo general, los ciclones tropicales de esta época se forman en el mar Caribe occidental y tienden a moverse hacia el noroeste y el norte, de ahí que representen una seria amenaza para las provincias occidentales y el municipio especial de Isla de la Juventud, los territorios más azotados en el décimo mes del calendario.
Igualmente, suelen desplazarse con una velocidad de traslación menor a la habitual, lo cual posibilita que permanezcan más días en el mar y ganen en organización e intensidad, para convertirse en huracanes notablemente fuertes.
También hay casos de sistemas ciclónicos tropicales formados a finales de septiembre en aguas del Atlántico al este del arco de las Antillas Menores, que luego penetraron en suelo cubano en octubre.
Así sucedió con el tristemente recordado huracán Flora, que si bien no clasificaba como intenso, tuvo un lento y errático desplazamiento sobre las antiguas provincias de Oriente y Camagüey entre los días 4 y 8 de 1963, provocando torrenciales lluvias con un acumulado máximo de 735 milímetros en solo 24 horas, y extraordinarias crecidas de ríos y arroyos.
Murieron alrededor de 1 200 personas y representa el segundo mayor desastre natural ocurrido en Cuba, después del provocado por el huracán del 9 de noviembre de 1932 en Santa Cruz del Sur, Camagüey.
Es necesario enfatizar que en los grandes huracanes la zona más peligrosa es la denominada «pared» o anillo de nubes que rodea el ojo o zona central del fenómeno natural, pues allí tienen lugar los fenómenos más acentuados de severidad vinculados a la fuerza del viento y la intensidad de las precipitaciones.
Cuando el «ojo» pasa aparece una calma repentina al cesar los efectos mencionados, incluso puede despejarse el cielo y verse el Sol o las estrellas si fuera de noche. Tan brusco cambio resulta engañoso, porque las personas pueden interpretar que el huracán ya se alejó y decidan retirar las medidas de protección y hasta salir imprudentemente a la calle para contemplar los daños.
La duración de esa falsa tranquilidad en el estado del tiempo dependerá de la velocidad de traslación del huracán y el tamaño del ojo, que puede tener de 20 a 40 kilómetros como promedio. Una vez que la zona de calma abandone el lugar, volverán a sentirse de inmediato los efectos destructores del meteoro.
Resulta conveniente recordar que los ciclones tropicales suelen estar acompañados por una extensa área de nublados con lluvias, chubascos, tormentas eléctricas y en algunas ocasiones tornados, la cual puede cubrir quinientos kilómetros o más. De ahí que la influencia de sus impactos no queda ceñida al punto de localización de la región central señalado en el mapa.
Dentro de los grandes huracanes de octubre resulta ineludible mencionar en primer lugar a la célebre Tormenta de San Francisco de Borja, que procedente del mar Caribe castigó a la región occidental, en particular a La Habana, del 10 al 11 de octubre de 1846.
Como hemos referido en otras ocasiones, a su paso hubo un valor mínimo de presión atmosférica de 916 hectopascal, el más bajo reportado hasta ahora en Cuba. Los especialistas estiman que tuvo categoría 5 (vientos iguales o superiores a los 252 kilómetros por hora).
La relación contempla también a la Tormenta de San Francisco de Asís, la cual también impactó severamente a La Habana, Matanzas y la parte oriental de Pinar del Río del 4 al 5 de octubre de 1844, y a la nombrada de la Escarcha Salitrosa (25 y 26 de octubre de 1810), que de acuerdo con lo referido por el profesor Luis Enrique Ramos Guadalupe, historiador de la Meteorología, tuvo la peculiaridad de dejar el suelo y las plantas cubiertas por una costra salada debido a la abundante cantidad de espuma y agua de mar en suspensión, llevada a tierra por el viento y mezclada con la lluvia.
Otros eventos de gran magnitud ocurridos en el décimo mes del calendario son el huracán de San Marcos los días 7 y 8 de 1870, causante de una inusitada inundación en la ciudad de Matanzas y la muerte de más de 700 personas; el huracán de los Cinco Días en Pinar del Río en 1910; el huracán Sin Precedentes de 1924 que atravesó el extremo oeste del territorio pinareño probablemente como categoría 5, y los famosos ciclones del 20 de octubre de 1926 (del cual se cumplen 90 años), y el 18 de octubre de 1944.
Grabado en la memoria de los habaneros que lo sufrieron, el huracán del 26 (así se le conoce popularmente) tuvo su origen en el mar Caribe occidental y castigó de manera severa a la Isla de la Juventud y La Habana, con vientos máximos estimados en el orden de los 230 kilómetros por hora, y precipitaciones que llegaron a sobrepasar los 500 milímetros.
El profesor Luis Enrique Ramos Guadalupe comenta que casi todo el arbolado de los grandes parques capitalinos fue derribado. Hubo inundaciones costeras de notable magnitud en el litoral norte, y en localidades al sur de la urbe, como ocurrió en Surgidero de Batabanó, donde el agua alcanzó una altura de tres metros.
Las autoridades de la época fijaron en 583 la cifra de víctimas mortales, al tiempo que los daños resultaron considerables en la agricultura, el fondo habitacional, las líneas eléctricas y telefónicas, y otros sectores de la infraestructura civil habanera.
Y aunque entró en tierra cubana el 30 de septiembre de 1966, es oportuno citar el caso del ciclón Inez que continuó afectando de una forma u otra a todo el archipiélago en los primeros días de octubre, y tiene el récord de más boletines especiales emitidos por el Instituto de Meteorología, al sumar un total de 51. (Tomado de Granma)