La música queda indefinidamente palpitando en los sentidos, en el corazón, después de escuchar la obra cumbre del Maestro José María Vitier, en el concierto Misa Cubana en San Juan. Un avemaría por Puerto Rico, repletó el Centro de Bellas Artes de Santurce.
Ésta es, posiblemente, la semana más feliz de sus vidas; así catalogan los artistas cubanos su experiencia. “Yo tuve que esperar 34 años para volver”, dijo el cantautor Amaury Pérez Vidal. “Y yo, 62”, enfatiza José María, quien descubre la calidez de este pueblo “amable”, con la sorpresa de un niño agradecido, que recibe por vez primer el regalo de pisar suelo boricua.
Lo hacen, causalmente, cuando se celebra el centenario de la Proclamación de la Virgen de la Caridad del Cobre como Patrona de Cuba.
La patria cubana que nos pertenece en espíritu, atesora la leyenda como propia. Así lo narró el Maestro José María Vitier, quien escribió junto a su esposa Silvia Rodríguez Rivero (artista de la plástica y autora del retablo en madera símbolo de la Misa en Puerto Rico), él la música y ella la letra en español de esta espléndida obra.
La crearon precisamente unos años después de haber pasado quizás el momento más terrible de su vida. Católico él, aunque no practicante, había dejado reposar por mucho la fe; para ella fue una necesidad, al enfrentarse ambos a un accidente, que pudo provocar la muerte de su hijo. La rogativa nació del corazón, para la única que podía ser, y es parte de la naturaleza del cubano. Así narró Vitier la historia.
Una mañana cualquiera de octubre, cuentan que se hicieron a la mar tres humildes jóvenes, casi niños todavía para atravesar la inmensa bahía de Nipe, al norte de la provincia de Oriente en Cuba. De repente el tiempo paciente, se tornó tormenta y la frágil canoa se tornó en peligro de naufragar. Los tres jóvenes invocan como pueden al cielo y son escuchados.
No sólo el tiempo se sosiega, sino que las olas, ya en calma, acercan a la canoa una pequeña tablilla, sobre la que se alza la efigie tallada en madera de una virgen, con un niño y una inscripción: “yo soy la Virgen de la Caridad”. Esa imagen se conserva en el Santuario del Cobre, actual provincia de Santiago de Cuba.
Durante más de cuatro siglos el fervor y la imaginería popular, convirtieron la historia en leyenda y el dato en poesía. Y el pueblo cubano se reconoció en estos tres jóvenes. Rebautizados como Juan Criollo, Juan Indio y Juan esclavo, símbolos de las tres raíces de nuestra nación. Y la canoa de los tres Juanes es una hermosa alegoría de nuestra isla, amenazada siempre, pero siempre llena de arte y esperanzas, navegando sobre un mar que la Virgen apacigua.
Previo al gran concierto, el Maestro Vitier, manifestó su eterna gratitud por la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, a sus maravillosos músicos. Igualmente a Carmen Acevedo Lucio, directora del Coro de la Universidad de Puerto Rico, Coralia, quien confió en esta obra desde el comienzo. La vio como un reto y convirtió a las melodiosas voces juveniles, en las poderosas protagonistas de la obra.
Como hace veinte años en el estreno de la Misa Cubana, están en borinquen prestigiosos solistas: la imprescindible mezzo soprano María Felicia Pérez, Directora del Coro Exaudi, con su angelical voz, y el cantautor Amaury Pérez Vidal, quien recibió ovaciones de pie, como expresión de ese amor suspendido en el tiempo, de parte del pueblo puertorriqueño.
Amaury no pudo menos que emocionarse hasta las lágrimas y repetir una de las más aclamadas interpretaciones “Al pie de tus altares”, quizá la más hermosa manifestación de amor a los cubanos y a los emigrados de todas las latitudes, cuando expresa: “Que en la serenidad de tu mirada, se acerquen los amores más distantes, se sane el corazón de los amantes y el amado se encuentre con a su amada. Tú que llegaste a Cuba por los mares, bendice las aguas del regreso, para que juntos entonemos este rezo, por siempre unidos al pie de tus altares”.
Por su parte Laura Rey, soprano boricua, quien dejó su corazón en la escena durante la semana de ensayo, fue la reina de la noche con la agudeza, el sentimiento y el sabor expresado en su manera interpretar. Manifiesta quedó que le corren por sus venas, la sangre cubano-boricua.
La Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, excelente anfitriona de la Sala de Festivales del Centro de Bellas Artes, a casa llena, mostró su magisterio característico, matizando por el virtuosismo de sus músicos. Dada la complejidad de este conjunto de obras y el escaso tiempo de su preparación, resalto el trabajo inmenso de la joven pianista a cargo, Daniela Santos.
El director asociado de la OSPR, maestro Rafael Enrique Irizarry, dirigió con hidalguía y pasión, los tres últimos números musicales de la Misa Cubana, cuando el Maestro, José María Vitier, dejaba volar sus manos sobre el piano, con su peculiar estilo de hacer la música “escapada de su espíritu”.
Cuando hace unos meses, el Productor José Papo Coss, se preguntaba qué hacer para superar el extraordinario impacto artístico del Ballet Nacional de Cuba en San Juan, con la presencia, por segunda vez de su creadora Alicia Alonso; escogió sin dudar a la Misa Cubana, después de un diálogo y audición en La Habana, con el Maestro Vitier en la intimidad de su estudio.
En esta coproducción de En Otro Tono, con Eduardo Rivero de Milestone Communications, queda el sello de la belleza, como lo dejan también, el equipo técnico “En Cue” encabezado por Raúl Cátala, el sonidista Jensi Escalera, Onasis Dotel, en proyección y la dirección técnica del emblemático Quique Benet, autor del diseño de luz, color e imágenes, que aportaron esa deslumbrante sensación que nos queda, después de esta noche mágica.
“Traer a esta amada isla de Puerto Rico la Misa cubana fue hasta hoy un sueño, pero no un sueño lejano, porque, ¿acaso tenemos algo más cercano que nuestros propios sueños? Al final lo que nace en mi corazón, se abre paso y llega al corazón de los demás. Antes de venir, me preguntaba, si iba a un lugar donde no conozco a nadie. Fue entonces cuando me di cuenta de que puertorriqueños y cubanos tenemos el mismo amigo en común: José Martí”, enfatizó Vitier.
El sentir fue expresado en esas ovaciones después de cada canción; varias de ellas de pie, las que cariñosamente obligaron al maestro Vitier a reiterar dos números musicales, ante la imposibilidad de cerrar el concierto. Gracias por la música, que al decir del poeta Jorge Luis Borges, reposa como una forma misteriosa del tiempo, convertida hoy en un eco del avemaría por Cuba y Puerto Rico, de San Juan a La Habana y viceversa.