La Habana, 11 dic (RHC) De un tiempo a esta parte al escritor peruano-español Mario Vargas Llosa le ha dado por dictar recetas, en cuanto medio a su alcance, acerca de cuál es el régimen político perfecto en América Latina.
Para él, por supuesto, todo pasa por la democracia electoralista que se rige por las leyes de la oferta y la demanda, las reglas del neoliberalismo y la manipulación aviesa de la opinión pública. Ni una línea sobre las protestas en Chile, Colombia y Brasil. El escritor prefiere guardar silencio cómplice en esos casos.
La más reciente diatriba contra los pueblos de Nuestra América tuvo como caja de resonancia una intervención reproducida por un canal de la televisión de Estados Unidos, diseñado especialmente para Cuba con fines subversivos. En la entrevista, replicada por medios muy influyentes de la región, se vuelve a reiterar que Venezuela y Cuba son los culpables de los actuales estallidos sociales en el continente. Mencionó el golpe de estado contra el Presidente boliviano Evo Morales como «una demostración de que uno puede librarse de la mala influencia de Venezuela, de Cuba, de Nicaragua», resalta una declaración de la Presidencia de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC..
Evidentemente, Vargas Llosa no nos conoce. Desde hace demasiado tiempo perdió la noción de la realidad de cuanto acontece entre nosotros. Intenta estimular con un desvergonzado y delirante presagio, la iniciativa de un levantamiento interno, que tendría obviamente el respaldo del Imperio y sus aliados. Augura que «en cualquier momento el pueblo cubano nos va a dar una sorpresa».
Ofensiva y calumniosa profecía. La «sorpresa» que cada día ofrece el pueblo cubano es la de ser más revolucionario, más firme, más creativo, más solidario, más socialista, más digno. La de estar cada día más unido en torno a los ideales de Martí y de Fidel.
La vanguardia del movimiento artístico y literario cubano rechaza categóricamente los insultos y mentiras que el señor Vargas Llosa propala sin sonrojo. Junto a su bien ganado reconocimiento literario, tendrá sin duda un sitio en «la historia universal de la infamia».
(Granma)