La Habana, 25 Jul (JIT) Era una jovencita de apenas 22 años, una típica mulata cubana que impresionaba por su belleza diferente y hace exactamente cuatro décadas pasó a la historia añorada por todos los deportistas: tocar la gloria de los elegidos, la gloria de coronarse en el Olímpo.
María Caridad Colón Ruenes no era la favorita al título de la jabalina en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, pero los “dioses” estuvieron de su lado aquel 25 de julio en que no solo hizo saltar de alegría a Cuba, sino también a toda Latinoamérica que por primera vez veía a una de sus mujeres coronarse.
Lesionada desde semanas antes de la competencia, sabía que lo suyo era el todo o nada en el primer disparo. De la efectividad de esa salida inicial dependía el éxito, incluso era quinta en las marcas previas entre todas las presentadas en aquella final.
«Pero a mi había que matarme», asegura una y otra vez siempre que aquel día en el Estadio Luzhnikí sale como tema de conversación. Cada detalle se ha quedado inamovible y le hace enseñar la más amplia de sus sonrisas, recuerda segundo a segundo lo que sucedió entonces.
Las miradas de asombro, porque apenas calentó antes de la competencia, las estrategias para desestabilizar sicológicamente a la única no europea de aquella final…
«Pero nada de eso pudo conmigo… Llegué y tiré 68,40 metros como si nada», dice ahora tranquila, pero no es difícil imaginar la tensión vivida, la guerra de nervios cuando hay tanto en juego, cuando de ganar una corona olímpica se trata.
La alemana Ruth Fuchs quería su tercera corona consecutiva, la recordista mundial búlgara Ivanka Vancheva también soñaba con el podio más alto… Para todas ellas fueron ilusiones perdidas, nadie pudo más que la nacida en Baracoa, tierra famosa por su chocolate y desde aquel día también por su campeona.
«Luego no me salió otro tiro tan bueno. Hubiera podido llegar a los 70 metros, pero en el tercer intento me resentí la espalda y no quise forzar más porque estaba compitiendo con una infiltración», sigue en el hilo de lo marcado en la memoria.
«De todas maneras, ese día me tocaba a mí. ¿Cuántos atletas buenos hay que no han podido ganar el oro olímpico nunca? Ese día era el mío», repite y sonríe con amplitud, con la picardía que exhibe la gente cuando es feliz.
Feliz porque logró una hazaña, feliz porque 40 años después todavía puede hacer la historia sin arrepentirse de nada de lo vivido y feliz porque tanto tiempo después se sabe una mujer querida por Cuba, a la que le ha sido fiel hasta la médula.