Finlay, el Nobel que nunca llegó

Editado por María Candela
2016-08-14 13:41:21

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POr: Yaíma Puig Meneses

La transmisión de la fiebre amarilla era todo un misterio. Miles de personas morían en diferentes confines de la tierra. Por más que unos y otros científicos intentaban alguna explicación, el camino siempre concluía bruscamente, sin llegar a dilucidar los cómos o porqués. Pero “la laboriosidad del Doctor Finlay es pasmosa”, su consagración a la investigación impresionante…

Tras largas jornadas de estudios y experimentos, el Doctor Carlos J. Finlay obtuvo un asombroso resultado: identificó al mosquito Aedes aegypti como el agente transmisor de la fiebre amarilla.

“Ninguno de los estudiosos que concurrieron aquel 14 de agosto de 1881 a la sala de actos de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana impugnó los puntos expuestos por Finlay en la teoría del mosquito Aedes aegypti como agente transmisor de la fiebre amarilla, ni se mostró de acuerdo con ellos. El silencio fue la única respuesta a una concepción que no solo posibilitaría a la postre la erradicación del entonces llamado ‘vómito negro’, sino que abrió un nuevo capítulo en la historia de la Medicina tropical. (I)

Finlay, al parecer, no logró entusiasmar a nadie con su trabajo; ni siquiera al exponer sus certeras deducciones respecto a los hábitos de las diversas especies de mosquitos existentes en La Habana, o su novedosa concepción acerca del contagio de la enfermedad, basada en el papel de los vectores en la transmisión de enfermedades. Tenía pruebas, contundentes pruebas que avalaban cada uno de los resultados presentados ese día, fruto de sus muchísimas horas de estudio e investigación… mas no logra despertar el interés de los presentes.

Sabido es en la actualidad que la investigación de Finlay daba un nuevo punto de partida a la ciencia cubana y mundial… No obstante, hubo que esperar varias décadas para que pudiera comprobarse oficialmente su descubrimiento y se adoptaran las medidas sanitarias que recomendó entonces para la eliminación definitiva del vector.

Mucho tiene que agradecer hoy la medicina internacional a su constancia y tenacidad, pues a pesar de la frialdad y casi total escepticismo con que fueron acogidas sus investigaciones, Finlay no se rindió nunca. Durante décadas profundizó como “nadie en la patogenia, epidemiología, clínica y tratamiento de la fiebre amarilla”; tanto así, que llegaron a apodarle “el médico de los mosquitos”.

Cuentan que era “frecuente verlo por las calles habaneras con varios tubos de ensayo donde había recogido mosquitos infectados y que solía llevar en el bolsillo superior izquierdo de la levita, junto al corazón” (II)

Sería en el año 1901 que comenzó a notarse realmente la grandeza de Carlos J. Finlay, al iniciarse en Cuba la aplicación de su teoría para el saneamiento del medio ambiente contra la fiebre amarilla. Igualmente, se petrolizaron áreas propensas de hospedar mosquitos y rápidamente se demostró que disminuían los casos de muerte producto de la enfermedad.

Otros países acogieron también las recomendaciones hechas por Finlay e iniciaron el saneamiento de diferentes áreas en Brasil, el sur de Estados Unidos, así como en regiones de África y Asia, entre otros.

Nominado en siete ocasiones al Premio Nobel en Medicina por ilustres colegas —conocedores de la verdadera valía de sus estudios y descubrimientos— Finlay jamás pudo ser acreedor de dicho reconocimiento. Diversas son las hipótesis formuladas al respecto, aunque a ciencia cierta no se ha logrado descifrar el porqué de tamaña injusticia.

Despojado de muchas de sus investigaciones y propiedades intelectuales, a principios del siglo XX, “se inició una batalla en todas las tribunas científicas mundiales que trataran sobre la Historia de la Medicina y la Medicina Tropical, por restablecer la verdad y el honor al gran científico, bandera que levantaron en un inicio sus colaboradores más cercanos Claudio Delgado Amestoy, Juan Guiteras Gener, Arístides Agramonte y los demás integrantes de la Escuela Cubana de Sanitaristas, creada por el maestro y más adelante seguida por su hijo Carlos Eduardo Finlay Shine, los historiadores médicos Horacio Abascal, César Rodríguez Expósito, Saturnino Picaza y todos los científicos honestos de Cuba y del resto del mundo a medida que iban conociendo la verdad” (III)

Sería en “el XIV Congreso Internacional Historia Medicina, celebrado en Roma-Salerno, en 1954, que se aprobó la moción: ‘Solo Carlos J. Finlay, de Cuba, es el único y sólo a él corresponde el descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla, y a la aplicación de su doctrina el saneamiento del trópico’”. (IV)

Pero Finlay había muerto en 1915 sin llegar a disfrutar del verdadero mérito y reconocimiento que corresponden a su obra.

Recordando su nacimiento, el 3 de diciembre ha sido instituido como el Día de la Medicina Latinoamericana, con lo cual se reconoce la valía de su legado científico para nuestro continente y el mundo.

La aplicación en la actualidad de reglas diseñadas por él para la lucha antivectorial constituye el mejor medio para la vigilancia y erradicación de diversas enfermedades infecciosas. Y nuestro país es un abanderado de sus postulados y medidas al respecto.

Hoy el mundo entero reconoce el valor de la obra de Finlay, quién legó a la humanidad toda una amplia bibliografía, resultado de sus tantos años de estudio, entre cuyas investigaciones sobresalen aquellas que sentaron las bases para, décadas después, concretar el descubrimiento de la vacuna contra la fiebre amarilla.

El Nobel finalmente nunca llegó a casa, no obstante, se ha logrado hacer justicia a la obra de Finlay y su nombre inspira hoy respeto y gratitud en la humanidad toda.

HISTORIA DE UNA INFAMIA

Relata el destacado cronista y sagaz entrevistador cubano Ciro Bianchi Ross, en un material publicado en el periódico Juventud Rebelde, que durante “la primera intervención norteamericana en Cuba, el Gobierno de Estados Unidos presionó a sus médicos militares destacados en la Isla para que buscasen una solución al problema de la fiebre amarilla. Impotentes ante la enfermedad, decidieron ensayar la teoría de Finlay. Una tarde del duro verano de 1900 los doctores Reed, Carroll y Lazear visitaron a su colega cubano en su casa del Paseo del Prado.

”Los norteamericanos pidieron a Finlay detalles de sus investigaciones con la promesa de comprobarlas en la práctica. Finlay, con una generosidad extraordinaria, puso a disposición de los visitantes el resultado de sus 30 años de trabajo en el tema y les hizo entrega, en una jabonera de porcelana, de huevos de un mosquito infectado.

”En Marianao acometió la comisión médica norteamericana sus experimentos. Solo comenzó a tomar en serio la teoría de Finlay cuando dos de sus miembros se contagiaron con los moquitos infectados. Carroll logró sobrevivir; Lazear falleció: se había dejado picar conscientemente. Los norteamericanos solo aventajaron a Finlay en la determinación de la naturaleza viral de la enfermedad.

“Desde los primeros contactos de los norteamericanos con Finlay comenzó a gestarse la infamia, pues Reed, quien fungía como jefe del grupo, nunca se mostró partidario de reconocer al cubano la paternidad del descubrimiento en caso de que llegase a corroborarse su teoría. Quería el mérito solo para sí y no demoró en adjudicárselo.

“(…) Ante los ojos del mundo entero el Gobierno de Estados Unidos quería hacer pasar su intervención en Cuba como una obra humanitaria y civilizadora, no militar. Nada se prestaba mejor a ese propósito que hacer creer que el saneamiento del país con el combate del mosquito y la erradicación de la fiebre amarilla eran colofón únicamente de sus ‘humanitarios’ y ‘civilizadores’ desvelos.

“Finlay reaccionó vigorosamente ante la usurpación, y los más distinguidos profesionales de su tiempo lo secundaron, así como antes se negaron a creer en sus planteamientos. Pronto la gloria del médico rebasó nuestros límites territoriales, y el reconocimiento universal llegó al sabio cubano. La Universidad de Filadelfia, donde cursó estudios, le otorgó, ad honorem, el doctorado en Leyes. La Escuela de Medicina Tropical de Liverpool, la Medalla Mary Kingsley, y el Gobierno francés lo condecoró con la insignia de Oficial de la Legión de Honor”.

I Bianchi Ross, Ciro. “Finlay cumplió 182 años”. Publicado en el sitio oficial del Periódico Juventud Rebelde http://www.juventudrebelde.cu/columnas/lectura/2015-12-05/finlay-cumplio-182-anos/   [Consultado el 9 de agosto de 2016]

II Ídem.

III Así refiere el portal Infomed en su sitio oficial dedicado a Carlos J. Finlay en http://www.sld.cu/sitios/carlosjfinlay/preguntas.htm [Consultado el 9 de agosto de 2016]

IV Ídem.
 

(Tomado de Cubahora )



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