De Cuba su gente: Ave-niña, ilusión más ingenua

Editado por Maria Calvo
2016-10-19 11:39:29

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por  Diana Castaños

Se llama Mariela y es autista. No del estilo Dustin Hoffman, que cuenta la cantidad de fósforos que han caído en el suelo de un vistazo y que grita ¡Rain-Man! ¡Rain-Man!.

No. Más bien del estilo de cero diplomacias y de decir lo que piensa cuando y como lo piensa. No sabe mentir. No sabe que no sabe. Y a veces, precisamente por eso, me hace reír.


Hace unos días, además, me sembró un deseo de plenitud. Les voy a contar cómo.


Paseábamos por La Habana. Yo me detuve frente a la obra de hierro que hay en una esquina de la Plaza Vieja. Es una fémina desnuda, pelona, que yace, con cierta impetuosidad, a horcajadas sobre un gallo.


—Me pregunto qué habrá querido decir Fabelo con esta obra —murmuré, parada frente a ella.


Mariela me siguió la vista… descubrió entonces la efigie.


—Una mujer encueros con un tenedor en la mano… encima de un gallo… yo sé qué quiso decir —declaró con desenfado—. Quiere decir que esa es una mujer que tiene hambre y ganas de comer pollo.


—No, chica, en serio —insistí—. Tiene que tener algún significado. Aun cuando no tenga ninguno, eso significa algo… lo que está claro es que es una imagen muy sexualizada.


—Sí… —destacó, muy seria, Mariela— una mujer de tetas grandes con las piernas abiertas y en tacones. ¡Es una puta! Encima, las plumas del gallo le están acariciando el chocho. ¿Eso es arte?


—¿Por qué no sería arte?


—Porque no te hace sentir nada. ¿Tú quieres ver algo que hace sentir?


Aun sabiendo que hablaba con Mariela y no con otra —mea culpa—, asentí.


En un abrir y cerrar de ojos, ya Mariela estaba encaramada encima del gallo de Fabelo. Una vez allí, se quitó el vestido y quedó en blúmer… en plena esquina de la Plaza Vieja.


Tardé par de minutos en reaccionar. No solo porque me sorprendió su acto, sino porque ¡tendrían que verla!: ¡parecía tan libre y tan feliz en su desnudez, a plena luz del día, encima del gallo, tenedor gigante en su mano!… Dudé en cortarle su plenitud.


En lo que pasaba mi duda, decenas de extranjeros y cubanos retrataron con sus móviles el momento. A ella, despojada de fatuas vestimentas, triunfal. A mí, ofreciéndole la mano para que bajara de la obra de Fabelo. Luego a ambas, marchándonos.


—¿Sabes una cosa? —me contó Mariela rato después, cuando ya casi la dejaba en su casa, con sus padres—: Una se siente de lo más bien desnuda allá arriba…


Y ahí mismo me clavó el deseo dentro. Por eso ahora estoy en la Plaza Vieja, esperando a que baje la marea de gente y suba la marea de mi valor. Quiero ver qué se siente. Qué se siente ser mujer, tener un tenedor gigante en la mano y estar coronando a un gallo. ¿Es abundancia? ¿Rescate, emancipación?


Estoy esperando. Sé que será algo sublime... En definitiva, Mariela es del tipo de persona que no sabe mentir.

 

 

(CubaSí)



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