¿Irma o el Ciclón del 26?

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2017-09-22 14:22:39

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Foto:Cubasí

El huracán Irma, a pesar de todos los desvelos y grandes trastornos causados, no causó los estragos del Ciclón del 26… ¡una verdadera monstruosidad!

Cuando escucho decir en los medios que Irma ha sido el bólido más destructivo sufrido por Cuba desde hace muchos… muchísimo años… me pregunto: ¿Será que en el criollo afán de exagerarlo todo estamos sufriendo alguna crisis de amnesia? Por suerte, en ambos caso ha terminado imponiéndose la capacidad que tenemos los cubanos de reírnos hasta del Diablo.

Al referirse al Ciclón del 26, Miguel Barnet escribió en su novela Gallego: «Yo vi los pianos de las casas de Malecón bailando en las lagunas que se acumulaban entre el muro y los portales. Vi volar los techos de las casas de madera como si fueran tapas de cazuelas. Por las lomas del vecindario rodaban en la corriente del agua, muertos, los perros, los gatos y los chivos. La peste cundió por la ciudad varias semanas».

¡Bah…! literatura… pura literatura dirán algunos, y tienen razón, aunque hay más, mucho más.

Cuando el Ciclón de 26 concluye su danza belicosa muchos capitalinos no creen lo que ven.

La Habana parece una ciudad bombardeada de Europa al finalizar la Primera Guerra Mundial: decenas de edificios públicos y de particulares se derrumban; la caída de muros, balcones, puertas y techos casi sepulta a la urbe; los árboles del Paseo del Prado, el Parque Central y el Campo de Marte (actual Parque de la Fraternidad), se van al piso en medio de un cementerio de troncos, ramas, hojas y flores mustias; el canal de Albear, el principal acueducto de la urbe, se quiebra de manera inusitada; el yate presidencial Hatuey, de la Marina de Guerra cubana, se hunde e igual suerte corren los cañoneros Patria y 24 de Febrero; dos remolcadores son puestos en vitrina encaramados en un muro, a la altura de la Alameda de Paula, y los vapores whiskeros, metidos hasta el cuello en el contrabando de bebidas, empiezan a dormir un sueño eterno en el fondo de la bahía.

En el fotorreportaje «La Habana bajo el ciclón», publicado por la revista Carteles, se pueden ver numerosas imágenes sobre los infortunios vividos en la capital: la antigua empresa automotriz Chevrolet, la fábrica de hielo en Regla, el cine Valentino, de la esquina de Tejas, y el central Toledo exhiben solo su osamenta; el Parque Maceo se une al mar y varios tranvías se vuelcan de manera circense.

Para colmo, La Giraldilla, uno de los símbolos más representativos y antiguos de La Habana, es arrancada de su pedestal en el campanario del Castillo de la Real Fuerza y se le parte el penacho de palma real que exhibía en su lado derecho.

Al igual que con Irma, los copiosos aguaceros y el libertino ras de mar inundan casi todas las partes bajas de la ciudad o próximas al litoral, por lo que centenares de familias deben huir de sus casas a la carrera en medio de un total desorden que se agrava con la paralización total o parcial de los servicios públicos.

Tras el paso de Irma vimos a muchos jóvenes chapoteando en las aguas turbias de las inundadas callejuelas de Centro Habana (o jugando dominó minutos antes del vendaval) y todavía hoy muchos bisabuelos recuerdan cómo se «divirtieron» en aquel mes de octubre de 1926 cuando «el agua les daba por aquí» y descubrieron un buque sin tripulantes en la esquina de Lagunas y San Nicolás y varios botes en Prado y Colón, junto a numerosos automóviles de capota transformados en veleros. Cuestión de gentilicio diría el Liborio del caricaturista Ricardo de la Torriente.

Pero, bien, de hacer el prontuario de calamidades se ocuparon en su momento los caciques de la Secretaría de Obras Públicas del gobierno de Gerardo Machado.

Más atractivo me resulta hablar un poco sobre los héroes de ese fenómeno atmosférico. Con el huracán Irma tuvimos uno muy sobresaliente entre otros: un niño,fotografiado por Yander Zamora, que rescata de los escombros, junto al mar, un busto de Martí y lo pasea con una candidez que atiza las buenas conciencias por todo su humilde pueblo. Y cuando ocurre el del 26 pudimos anotar varios más.

En primer lugar tenemos que hablar de los bomberos de la ultramarina localidad de Regla, quienes luchan solos contra un terrible incendio que se desata en los tanques de aceite de Bolet (actual refinería Ñico López).

Cuenta Guillermo Lagarde, en Desapolillando archivos, que sus colegas habaneros, pertrechados con efectivos materiales de extinción adquiridos en los Estados Unidos, jamás pueden cruzar la bahía por el oleaje salvaje que había y el fuego, capaz de competir con el resplandor de mil lámparas arcaicas, dura casi un día ante la mirada atónica de mucha gente.

Otro hecho notable es divulgado por el Diario de la Marina del 22 de octubre de 1926:

“El joven cubano vendedor de periódicos Mario Carretero y Pérez se encontraba a las 10 y media de la mañana en la esquina de San Joaquín y Cristina y, al oír voces de auxilio que partían de la casa San Joaquín 83, bajos, se encaminó con valentía a dicho lugar en medio de la tormenta de agua y viento logrando salvar de una muerte segura, pues estaban a punto de ahogarse, a una señora y dos niñas menores, quienes fueron trasladadas por el valiente a la casa de enfrente habitada por una familia española”.

En la crónica «Un hijo de Sergio Carbó salvado de la muerte», incluida en las páginas del mismo rotativo un día después, se hace un relato que parece haber salido de una buena película de aventuras:

“En pleno ciclón la familia de nuestro compañero Sergio Carbó, director de La Semana, se vio obligada a abandonar su residencia, situada en la última cuadra de Malecón, al lado del café Vista Alegre”.

“En el momento de la salida, un hijito de Carbó, perdido en aquel diluvio, fue salvado por el señor Rodolfo Mallén, conocido caballero de la sociedad habanera, a quien el fuerte viento lanzó repetidas veces sobre la acera y la calle llevándolo en vertiginosa carrera, desde San Lázaro y Belascoaín, hasta el mismo centro del Parque Maceo”.

“El señor Mallén, con el niño entre sus brazos que nunca soltó, recibió heridas encontrándose grave en el hospital de Emergencia.”

Sin embargo, ningún suceso relacionado con el temporal llama tanto la atención como el que me contó un nieto el periodista Avelino Barbeíto, pues se trata de un caso insólito de infortunio.

Cuando más arreciaban las precipitaciones y las ráfagas, al sacerdote Ulpiano Arés y Cimas, párroco de la iglesia de Campo Florido, al este de la capital, se le ocurre la temeraria idea de salir de su morada para afianzar las puertas y ventanas de su vieja y ruinosa iglesia, que estaba muy cerca, y en el estilo del mejor soldado, sucumbe cuando el techo se desploma y le cae encima.

En lo que sí le gana Irma al Ciclón del 26 es en la «Operación Paraguas». Machado, obsesionado con el jupiteriano Capitolio, apena mueve un dedo para salvar a su gente, a pesar de las advertencias del doctor José Carlos Millás, director entonces del Observatorio Nacional; por el contrario, el pueblo cubano recibe en 2017 al nuevo huracán con dientes de acero mordiendo la soga y plena seguridad en las instrucciones del Estado Mayor Nacional de la Defensa Civil y los demás organismos del estado.

Las cifras hablan por sí solas: durante el paso de Irma mueren en Cuba 10 personas, el del 26 causa más de 600 fallecidos y al menos 5 000 heridos. (Fuente/Orlando Carrió/Cubasí)

 



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