Asalto al cuartel Goicuría: el camino irrenunciable

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2020-04-27 09:04:53

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Foto: Archivo/ RHC.

Por: Marta Gómez Ferrals

La Habana, 27 abr (RHC) El 29 de abril de 1956 el asalto al cuartel Domingo Goicuría, en plena ciudad de Matanzas, aunque fallido como suceso militar conmocionó al país y reafirmó el empuje combativo de una joven generación que elegía otra vez la lucha armada como camino irrenunciable y más factible para liberar al país de la dictadura y el oprobio.

La audaz acción fue realizada por un grupo de 55 revolucionarios nucleados y dirigidos por Reynold García García, joven trabajador que había militado en las filas del Partido Auténtico. Los demás provenían de diferentes organizaciones políticas, pero todos con coincidencias en los principios cívicos y el patriotismo. Reynold fue uno de los primeros en caer, cercano el mediodía de aquel domingo. Solo el primero de los seis camiones ejecutantes consiguió tomar por sorpresa a la guarnición del cuartel y entrar hasta la plazoleta central.

El vehículo ocupado por el líder fue ametrallado por los soldados batistianos ante las puertas de entrada y él cayó muerto en el acto, enfrentando al enemigo.

Análisis históricos revelan que en el asalto solo murieron cinco combatientes, contando a Reynold. Pero el saldo final fue de 15 jóvenes revolucionarios occisos, la mayoría asesinados a mansalva por los casquitos, luego de su captura, ya fuera dentro del perímetro o en la feroz persecución desatada por la ciudad.

La sanguinaria represión de los esbirros de Fulgencio Batista fue encabezada por el célebre jefe de aquella guarnición, que respondía al sorprendente nombre de Pilar García, que encubría a un sádico asesino apodado La Hiena, y tenía como “hobby” fotografiarse sonriendo al lado de los cuerpos masacrados de sus víctimas.

El asalto había sido programado lo más concienzudamente posible por Reynold y quienes le dieron apoyo más cercano como Teodoro Enrique Casado, el dueño de la finca Las tres ceibas, donde se concentraron los combatientes, y también colaboró en el alijo de armas, transporte y otros pertrechos.

Hacerse con el armamento necesario en medio de un país donde se torturaba y mataba a los rebeldes y revolucionarios, fue lo que más demoró. Al final reunieron cinco ametralladoras, 14 fusiles, 109 granadas, algunas carabinas, escasos revólveres y pistolas. Ni eran suficientes para todos los que participarían ni tenían una estado técnico idóneo, pero el compromiso moral era tan grande que nada los detuvo.

Quienes conocieron a Reynold sabían que ya a fines de 1955 había concebido una acción armada para contribuir a derrocar a Batista. Concibió el asalto al Goicuría porque pensaba que sería un golpe connotado a la dictadura y facilitaría la entrega de armas al pueblo, cada vez más inconforme con el insoportable estado de cosas en el territorio nacional.

También algunos compañeros sabían de la notable influencia que habían ejercido en él las acciones revolucionarias del 26 de julio de 1953: los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.

Reynold García estaba convencido de que la lucha era el camino para la libertad, no había otro, aun al costo de su propia vida.

A pesar de los ingentes esfuerzos de él y sus compañeros, no lograron conseguir un parque de armas adecuado para una acción de semejante envergadura. Obtuvieron planos del cuartel, hubo un elemental adiestramiento militar, sin embargo lo que sobraba en valentía y entusiasmo revolucionario, faltaba en ciertas condiciones objetivas necesarias.

También conspiró en su contra la frustración del factor sorpresa que debía ayudarlos a conseguir el triunfo con el cual casi soñaba Reynold García.

Hay que volver al momento de su muerte porque el ametrallamiento de su vehículo jugó un rol inesperado y decisivo en el final fatal.

La paralización de ese camión lo dejó atravesado en medio de la vía que debía quedar expedita para el paso del resto de sus compañeros. Se generó entonces una confusión en las filas de los atacantes, quienes debieron intentar la retirada.

Los revolucionarios masacrados tras el asalto al cuartel Goicuría fueron echados a una fosa común. Solo después del triunfo de la Revolución sus restos pudieron ser identificados y honrados para siempre por sus compatriotas, que no los olvidan. (Fuente: ACN)

Foto: ACN.


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