Los leones de una avenida con mucho para contar

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2020-09-15 08:28:51

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Foto: Archivo/RHC.

Por: Tino Manuel

La Habana, 15 sep (RHC) Atractivo para viajeros de todo el mundo, los leones del Paseo del Prado de la capital de Cuba, significan poesía, turismo e historia distribuidos por una avenida con mucho para contar.

Para quienes carecen de detalles acerca de tales esculturas en bronce, es importante tener en cuenta notas tradicionales al respecto, su historia y la manera en que ese Prado creció.

Se trata de un lugar verdaderamente hermoso, que pese al transcurso del tiempo sigue con los mismos valores, además de conservarse lo mejor posible, y servir de escenario turístico por antonomasia.

Hoy es un sitio casi mágico de La Habana, capaz de atrapar miradas y provocar la manipulación de una cámara o un celular para guardar recuerdos fotográficos de una de las avenidas más singulares de Cuba.

Por ese paseo y ante los impresionantes leones que le dan imagen propia, transitan constantemente muchos turistas y lugareños que, incluso pese a estar familiarizados con ellos no dejan de admirarlos.

Durante años, visitantes de todo el mundo quedaron impactados por los leones del Prado, su carácter, belleza y poesía. Ocurre que los niños son precisamente quienes se acercan con más frecuencia a dichas figuras.

Siempre con mirada agresiva y un rugido que se podría escuchar con un poco de imaginación, estos leones constituyen escenario propicio para una foto familiar, o simplemente para enmarcarlos en hoteles del derredor como el Parque Central, Telégrafo o el Sevilla.

Los historiadores recuerdan que a fines de 1700 las autoridades coloniales españolas adoptaron un programa de obras públicas con la finalidad de otorgar un brillo particular a la villa de San Cristóbal de La Habana, fundada en 1519 (ahora con 500 años).

Luego de varios devaneos, finalmente la urbe había obtenido el rango de capital de la Isla y se merecía un trato arquitectónico especial.

Las primeras renovaciones incluyeron dos alamedas o paseos, sumadas al primer teatro y un palacio de gobierno.

Una de ellas se edificó fuera de la Muralla de La Habana, creada para la protección contra ataques de piratas y corsarios, y fue concebida para paseos vespertinos de carruajes.

Un paseo ingualable

Por lo tanto, el nuevo paseo se extendió por un kilómetro entre dos puertas de la Muralla. Consistió en una ancha vía en cuyo centro se destacaban dos hileras de árboles y fue bautizada entonces como Nuevo Prado.

Ya a fines del siglo XVIII el Paseo del Prado constituía un escenario propicio de la sociedad habanera y su imagen fue reforzada al término del siglo XIX.

Durante toda la etapa colonial el Paseo del Prado tuvo varios nombres: Paseo del Prado, Alameda de Extramuros, Alameda de Isabel II, Paseo del Nuevo Prado, Paseo del Conde de Casa Moré…

Después de la independencia de Cuba alrededor de esa vía crecieron modernas viviendas y en 1928 recibió un nuevo empuje con bancos de mármol, luminarias, copas y su más importante agregado: los leones de bronce.

En los albores de la etapa republicana el Paseo del Prado fue nombrado Paseo de Martí (nombre oficial actual), en honor al Héroe Nacional cubano José Martí (1853-1895), pero siempre se le menciona con la denominación original.

El Paseo del Prado lo componen la propia avenida de doble circulación vehicular, el Parque Central, la Explanada del Capitolio y la Plaza o Parque de la Fraternidad, aunque muchos piensen que es solo la parte peatonal con sus bancos y esculturas.

En el Paseo hay ocho estatuas con figuras de leones que fueron fundidas con el bronce procedente de algunos cañones utilizados anteriormente para proteger la ciudad de los ataques de corsarios y piratas, tal y como lo reseñan los historiadores.

La conversión de esas obsoletas piezas de artillería en obras de arte se decidió después de 1900 y en 1928, la presidencia de Cuba en ese entonces encargó esta tarea al escultor francés Jean Puiforcat y al también escultor cubano y experto en estatuas de bronce, Juan Comas.

Los libros y memorias de historiadores remarcan a esos artistas principales, pero los obreros que hicieron posible esas fundiciones solo quedan en la memoria de los familiares, de ahí que rescatemos nombres como el de Emilio Vizcón Hernández.

Se trata del maestro que fundió en bronce el primer ejemplar del león, un obrero habanero de pura cepa, que laboró además en muchas otras obras insertadas en forma permanente en la memoria, la cultura y las tradiciones de esta nación. (Fuente: Prensa Latina)

 



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