En Colombia retornó el uribismo

Editado por Maite González Martínez
2018-06-18 09:37:18

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El presidente electo de Colombia, Iván Duque, celebra su victoria en la segunda vuelta. Foto/Voz de América.

Por: Guillermo Alvarado

Poco más de 10 millones 300 mil colombianos sucumbieron a la campaña del miedo que realizó la extrema derecha y acudieron a votar por el representante del uribista Centro Democrático, Ivan Duque, que se convirtió en presidente electo del país sudamericano al vencer a Gustavo Petro, propuesto por la coalición progresista Colombia Humana.

Petro, con una larga experiencia legislativa y antiguo alcalde de Bogotá, consiguió una votación histórica de ocho millones, pero resultó insuficiente para derrotar a los sectores más conservadores.

Hay que señalar que más de 17 millones de ciudadanos prefirieron quedarse en casa y casi un millón más optaron por el voto en blanco, lo que representa prácticamente la mitad de los que estaban habilitados para ejercer el sufragio y da una medida de la apatía que primó en este evento.

Duque hereda un país muy complejo, el quinto más desigual en el mundo y el segundo en nuestro continente, donde la firma hace ya casi dos años de un acuerdo entre el gobierno y el principal grupo guerrillero, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, no ha significado la paz que todos anhelaban.

En una sociedad subyugada por la violencia, justamente el caballo de batalla del uribismo fue hacer creer a la gente que una victoria de Petro iba a sumir al país en el caos, a reventar la ya deteriorada economía y a polarizar a la sociedad.

Con perversa mala intención dibujaron para la nación cafetalera un destino similar al que la propaganda de los medios de derecha hace de la vecina Venezuela, sin mencionar cuáles son las verdaderas causas de los problemas que allí existen, entre ellos la guerra económica y la injerencia extranjera, de las que el gobierno de Colombia forma parte.

Conocedor de las falacias que encerraba su campaña, Ivan Duque se negó siempre a debatir en público con Petro, no fuera a ser que sus ideas quedaran desnudas.

A la hora de hacer este recuento, también hay que decir que una vez más sectores de la izquierda y de los movimientos progresistas colombianos, ya sean ecologistas, de derechos humanos y de otras orientaciones, dejaron pasar una excelente oportunidad para unirse y votar juntos por un proyecto donde los intereses de la sociedad colombiana estuviesen por encima de diferencias tácticas o programáticas.

Esta es quizás la principal lección que debemos sacar en toda la región de lo ocurrido en estas elecciones, donde en realidad se estuvo cerca de conseguir una victoria histórica, pero faltó voluntad de quienes prefirieron seguir encerrados en sus propias trincheras en lugar de abrirse al interés común.

Por supuesto que no todo está perdido. Ocho millones de votos son un argumento sólido para impedir que la derecha lleve a cabo los desmanes que se propone, como modificar los acuerdos de paz o consolidar el disparate de incorporarse a la belicista Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN, que nada tiene que ver con los intereses regionales, nuestra historia, tradiciones y conceptos. De una derrota siempre se puede aprender mucho más que de una victoria.



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