El día que el mundo cambió

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2018-09-11 08:39:15

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Foto: La verdad noticias.

Por: Guillermo Alvarado

El 11 de septiembre de 2001 el mundo pudo ver conmocionado y en directo cómo las torres gemelas del Centro Mundial del Comercio, en la ciudad estadounidense de Nueva York, se desplomaban entre nubes de polvo y escombros luego de haber sido golpeadas por aviones civiles que fueron secuestrados minutos antes con todo y sus pasajeros y tripulación.

Poco a poco se tuvo conciencia de la magnitud del atentado, cometido por un grupo terrorista que de acuerdo con las informaciones difundidas era originario de Arabia Saudita y se infiltró en Estados Unidos tiempo antes de perpetrar el ataque.

También fue perceptible que aquella mañana el mundo cambió y se convirtió en un lugar hostil donde el uso de la fuerza sustituyó al diálogo en las relaciones internacionales.

No había transcurrido un mes cuando, el 8 de octubre, Washington dio el primer paso de la llamada “guerra contra el eje del mal” e inició la ocupación de Afganistán con el pretexto de que en ese país se escondía Osama Bin Laden, quien se había adjudicado la autoría del ataque contra las torres y el Pentágono.

El 20 de marzo de 2003 y luego de fabricar la leyenda de las armas de destrucción masiva en manos del presidente de Iraq, Saddan Hussein, Estados Unidos y sus aliados, en particular el Reino Unido y España, lanzaron la llamada Segunda Guerra del Golfo, que convirtió al país mesopotámico en un montón de ruinas. Ambos conflictos todavía ocasionan víctimas inocentes todos los días.

Hussein fue derrocado el 9 de abril del 2003 y ahorcado por órdenes de Washington el 30 de diciembre de 2006; Bin Laden fue ejecutado por un comando estadounidense el 1 de mayo de 2011, pero eso no evitó que el mundo siguiera un curso acelerado hacia el caos, con la fractura del Oriente Medio y el auge del extremismo, tanto el islámico como el del nacionalismo, la xenofobia y el racismo.

Estados Unidos implantó un sistema riguroso de seguridad nacional, que conlleva el espionaje de su propia población, la cacería y represión contra opositores, más aún si tienen la desdicha de ser de origen árabe y practicar la religión musulmana.

Obligó, además, a países que están bajo su influencia, entre ellos una buena parte de naciones latinoamericanas y caribeñas, a emprender políticas semejantes y convirtió a los aeropuertos en centros de vigilancia extrema donde pareciera que cada pasajero es un potencial terrorista. Viajar en avión jamás volvió a ser lo mismo.

Todavía hoy, hay más preguntas que respuestas sobre el comportamiento, antes y después de los ataques, de las fuerzas de seguridad e inteligencia norteamericanas y a cada rato aparecen informaciones que dejan perpleja a mucha gente, como sucedera con un libro próximo a publicarse, de los periodistas estadounidenses John Duffy y Ray Nowosielski, donde se denuncia que hubo una conspiración para ocultar muchos datos. Queda pendiente también identificar a casi la mitad de las dos mil 752 personas que perecieron en las torres, que hasta hoy carecen de nombre y rostro.

Estamos, pues, bajo vigilancia, pero no más seguros, y es común que la protesta social, laboral o ecológica, o cualquier gobierno que no agrade a Estados Unidos, inmediatamente reciba la etiqueta de “terrorista” y todo lo que ello implica.



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