Chalecos amarillos mantienen presión

Editado por Maite González Martínez
2019-01-08 08:10:52

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Por: Guillermo Alvarado

Los primeros días del año nuevo no significaron ningún alivio para la presión que el movimiento de “los chalecos amarillos” mantiene sobre el presidente de Francia, Emmanuel Macron, quien no logró apaciguar el descontento a pesar de algunas concesiones que fueron consideradas insuficientes.

El jefe del palacio del Elíseo aprobó, entre otras medidas, el aumento del salario mínimo en la suma de 100 euros; la exención de impuestos y otras cargas al valor de las horas extras; así como discutir la propuesta de crear los Referendos de Iniciativa Ciudadana, para que la población, y no sólo los parlamentarios, tengan derecho a proponer proyectos legislativos y otros programas.

Todo esto no fue suficiente para apaciguar la cólera, como lo demostró la presencia el primer sábado de 2019 de unas 50 mil personas en las principales ciudades de Francia, incluida París, la capital, para demostrar que la indignación sigue activa.

Como explica el periodista y profesor jubilado de la Universidad de Pau, Jean Ortíz, los “chalecos amarillos” irrumpieron con gran fuerza y por sorpresa en el ámbito social y político del país y tomaron desprevenidos a todos, tanto en la izquierda como en la derecha.

A pesar de su falta de estructura, dice Ortíz, no es un brote espontáneo sino un proceso gestado en por lo menos tres décadas de neoliberalismo, durante las que todos los beneficios fueron a parar a una parte mínima de la población, la más adinerada.

Por más de 30 años vienen sufriendo golpes el poder adquisitivo de las familias y los servicios públicos de salud y educación, la industria fue desmantelada en el norte y el sur de Francia, lo que dejó en la pobreza a más de diez millones de personas y seis millones y medio de desempleados.

La administración de Macron fue la gota que desbordó el vaso, con la eliminación de los impuestos a las grandes fortunas y regalos fiscales a los empresarios con un costo de cinco mil millones de euros.

La chispa que causó la detonación fue el anuncio de un nuevo impuesto a los carburantes y aunque fue lo primero en eliminarse, ya era demasiado tarde. Decenas de miles de personas que nunca habían participado en manifestaciones y protestas, salieron a las calles para mostrar su profundo descontento.

El manejo desacertado que hizo el gobierno durante las primeras semanas de la crisis no hizo sino acrecentar la ira y se abrió una profunda brecha entre el Elíseo y la sociedad que será muy difícil de rellenar, sobre todo porque el presidente insiste en proponer el diálogo, pero sin cambiar de rumbo.

La última marcha aportó la presencia de miles de mujeres enfundadas en sus chalecos amarillos para demostrar que se trata de un movimiento ciudadano y no de “agitadores violentos” como tratan de exhibirlos los medios de comunicación afines al gran capital. Quizás, digo yo, Macron debiera leer con detenimiento la historia de la gran marcha de las mujeres desde París hacia Versalles en octubre de 1789 para exigir pan y trabajo y que radicalizó a la Revolución Francesa que transformó el mundo o, por lo menos, aquella parte del mundo.



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