El drama de la niñez migrante

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2019-12-18 07:43:30

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Foto: Archivo.

Por: Guillermo Alvarado

Normalmente en una gran mayoría de países los niños son el objetivo de las fiestas de fin de año, ocasión en que hasta las familias de menos recursos tratan de agasajarlos de alguna manera, privilegio al que desafortunadamente no acceden millones de infantes obligados a migrar para salvar sus vidas o buscar un futuro mejor.

Acompañados por sus parientes o solos, se trata de menores expulsados de su lugar de origen por la violencia, conflictos armados, desastres naturales, el hambre y la miseria o la aspiración de una vida mejor, sueño esquivo y a veces irrealizable.

De acuerdo con datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, uno de cada diez menores en el mundo vive en una zona de enfrentamientos armados y más de 400 millones están en situación de extrema pobreza.

En su viaje a un hipotético mundo mejor se les puede ver por las cuatro esquinas del mundo: pequeños palestinos, rohingyas, europeos del este, africanos o latinoamericanos, entre muchos otros, se ven expulsados de su tierra por diferentes causas pero cualquiera que sea la razón son, ante todo, niños, que necesitan atención y tienen derechos.

Durante su trayecto enfrentan grandes dificultades y no pocas veces pierden la vida, como lo demuestran los cadáveres depositados en el fondo del Mediterráneo, los desiertos africanos o los áridos terrenos que colindan con la frontera sur de Estados Unidos.

También suelen ser víctimas de bandas de traficantes y resultar esclavos de la explotación laboral o sexual.

Lo que sí es seguro es que carecen de dos de sus garantías fundamentales, la salud y la educación. Decenas de miles han muerto en campamentos insalubres por falta de atención o de medicamentos adecuados.

Recientemente la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Acnur, reveló que de 12 mil niños hacinados en varias de las islas griegas, apenas el uno por ciento va a la escuela.

Durante la gran crisis migratoria desatada en el Mediterráneo, Grecia se convirtió en uno de los puntos de acceso hacia Europa y por lo menos 35 mil personas se quedaron varadas allí, de las cuales 12 mil son menores de edad.

Para los infantes latinoamericanos llegar hasta el territorio de Estados Unidos, objetivo de su penosa peregrinación, no significa en absoluto en fin de sus sufrimientos, sino el comienzo de otros más atroces.

Allí son separados de sus familiares, encerrados en campos de internamiento, cuando no en jaulas, sin acceso a consejeros legales, sometidos a juicio en un idioma que no comprenden y expulsados sin ningún miramiento. Peor aún, la administración de Donald Trump le perdió la pista a unos dos mil 500 menores, extraviados en ese enredo judicial y carcelario y simplemente ignora su paradero.

Las secuelas que dejará este maltrato en los niños migrantes pueden ser permanentes y entre ellas figuran miedo, inseguridad, pesadillas, falta de concentración, tristeza, rechazo y agresividad.

No es para menos, les han robado su infancia y comprometido su futuro, muchos fueron tratados con hostilidad o violencia y se les hace sentir culpables por buscar su lugar en un mundo cruel, incomprensible y en ocasiones inhumano.



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