Bélgica intenta retomar la vida en medio de temores e incógnita por fallas de seguridad

Editado por Maite González Martínez
2016-03-31 09:39:16

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Imagen de archivo. (internet)

Por: Guillermo Alvarado

La sociedad belga intenta retomar la normalidad tras los atentados terroristas del 22 de marzo en el aeropuerto y el metro de Bruselas, si bien el miedo y la inseguridad aún permanecen latentes mientras se conocen los fallos en los aparatos de seguridad antes de los ataques y en la gestión de la crisis durante las horas iniciales.

Recientemente las autoridades bajaron el número de fallecidos de 35 a 32, si bien se mantiene el mal gusto por la confusión en las primeras informaciones que por momentos resultaron contradictorias o fluyeron a cuenta gotas.

En la última semana ese país europeo se ha visto envuelto en una amarga polémica donde afloran sentimientos xenófobos y contra el islam, alentados sobre todo por agrupaciones de extrema derecha.

El pasado domingo las fuerzas del orden debieron dispersar con chorros de agua a manifestantes que reclamaban la expulsión del país de todos los que profesan el islamismo y la alcaldía de Bruselas prohibió una marcha prevista para el 2 de abril, cuya convocatoria tenía evidentes tintes racistas.

La enrarecida atmósfera no ha permitido ni siquiera rendir honores adecuados a las víctimas de los ataques, señalaron algunos medios de prensa.

Al mismo tiempo, la población va conociendo los gruesos errores cometidos por los mecanismos de seguridad que no hicieron caso a las alertas sobre la posibilidad de atentados en la llamada capital europea, por estar allí la mayoría de los organismos de la Unión Europea.

Entre los fallos figura la dificultad para capturar al presunto cerebro de la operación terrorista, cuya foto circuló por todo el mundo, pero cuyo paradero sigue en la bruma.

También se supo que tras las explosiones en el aeropuerto el ministro del Interior, Jean Jambon, ordenó parar y evacuar todos los trenes del metro, pero 20 minutos después, cuando estalló un artefacto en la estación de Maelbeek, no se había tomado ninguna medida de precaución.

La empresa encargada de gestionar este servicio público asegura que nunca recibió la orden de detener la circulación de los convoyes.

En todo caso debemos recordar que una seguridad elevada es casi imposible, habida cuenta de la gran cantidad de ciudadanos belgas, alrededor de 500, que se han incorporado a las filas de organizaciones extremistas en el Oriente Medio, un fenómeno común en la Unión Europea al que no se prestó la debida atención desde sus inicios.

En su afán por erradicar a gobiernos considerados molestos en esa región y apoderarse de riquezas naturales o posiciones geoestratégicas por medio de opositores de cartón, muchos Estados del llamado viejo continente ignoraron los riesgos que para ellos mismos representaba la radicalización extrema.

Tal es así, que los atacantes de París el año pasado, y los de Bruselas la semana anterior, tienen la ciudadanía francesa o belga, países donde crecieron y se educaron.

Cuando se predica el odio, cuando se consideran legítimas las acciones violentas para conseguir intereses económicos o políticos, se ponen en marcha mecanismos que, más temprano que tarde, se vuelven contra sus propios creadores.



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