La lógica del gobierno golpista

Editado por Bárbara Gómez
2016-07-05 21:00:00

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Por: Frei Betto

En feliz expresión de Renato Meirelles, presidente del instituto de opinión Data Popular, “perder más que dejar de ganar”. De hecho nadie se queja por viajar en autobús de São Paulo a Belo Horizonte hasta el día en que cree estar en condiciones de viajar en avión. Luego se ve imposibilitado de volar y obligado a viajar de nuevo por tierra. Así es la cosa.

Ese dolor de la pérdida hizo que millones de brasileños se hayan decepcionado con el nuevo gobierno golpista de Temer. Abiertamente pasó el rodillo por los ministerios y secretarías especiales que, en los 13 años del gobierno del PT, trajeron avances significativos en sus respectivas áreas: Cultura, Derechos Humanos, Mujeres, Juventud e Igualdad Racial.

El ministro de Salud amenazó con desconocer la Constitución y restringir el acceso de los ciudadanos al SUS. Intentó erradicar el programa Más Médicos y enviar a los profesionales cubanos de regreso a la isla. Pero tuvo que retroceder. ¿Cuántos doctores brasileños están dispuestos a trabajar en regiones remotas del país junto a la población más pobre?

El ministro de Educación -que dijo “yo oigo” en lugar de “me atrevo”- también amenazó con retirar los recursos para algunos programas como el FIES, que han permitido, en los últimos diez años, el ingreso de más de 9 millones de alumnos a las universidades. Aunque, viéndose acosado, prometió revisar su propuesta, algo digno de la política colonial portuguesa, que siempre impidió que el Brasil tuviera universidad, mientras que en el Perú y en la República Dominicana ya existía desde el siglo 16.

Reducir los recursos del programa Bolsa Familia, por ejemplo, es sacar a millones de niños de la escuela y del acceso a las garantías mínimas de salud, como las vacunas, pues la cantidad destinada a la familia la obliga a la asistencia escolar y a la atención sanitaria de los hijos.

Tales medidas son ejemplos de la lógica perversa del gobierno golpista: hacer depender la economía de las exportaciones; asfixiarla mediante ajustes fiscales; implantar el Estado mínimo; considerar gastos las inversiones en programas culturales y sociales. De ese modo el Brasil perpetúa su imposibilidad de fomentar el mercado interno, medida adoptada por los EE.UU. para salir del atolladero después de la crisis económica de 1929.

Un país sólo fortalece su mercado interno si invierte en capital humano, o sea en salud, educación y cultura. Cuando se hace escarnio de tales derechos se firma el acta de pobreza y dependencia de una nación desigual e injusta.

Los electores de Lula y Dilma votaron por la igualdad de oportunidades. Los seguidores de Temer prefieren la meritocracia. Ahora bien, ¿cómo se puede asegurar el mérito si la desigualdad social excluye a millones de personas del acceso a la escuela y a un empleo formal?

La cultura esclavizante ha quedado tan impregnada en el brasileño que siempre aflora el miedo de que se haga realidad la hipótesis de que no haya en adelante ni casa grande ni covacha…

Por tanto, si toca perder, no nos queda otra alternativa que luchar para ganar. Quien no llora no mama.



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