Un hombre de éxito

Editado por Martha Ríos
2017-01-16 14:08:29

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Imagen tomada de Internet

Por Graziella Pogolotti*

Mi recuerdo de Un hombre de éxito, la película de Humberto Solás, data de los ya lejanos días de su estreno. Las peripecias de su línea argumental se han borrado. En cambio, permanece viva la visión trágica de Raquel Revuelta en las secuencias que preceden el suicidio de la madre.

Es uno de esos momentos excepcionales en que la creación artística alcanza el más alto nivel de expresividad y de creación de sentido. Ocurre así cuando, partiendo de un sólido engarce en una situación concreta, trasciende las circunstancias para tocar zonas recónditas del ser humano.

Como sucede con los héroes trágicos, el personaje encarnado por Raquel Revuelta descubre tardíamente la dimensión irreparable del error cometido. Asume, entonces, su pesada carga de culpabilidad. Al margen de consideraciones éticas, atenido a las normas de una sociedad corrupta, el hijo ha hecho carrera.

Oportunista y escalador, llega a ocupar posiciones encumbradas. Algunos arquetipos aparecieron desde épocas remotas. Así sucede con el avaro, desde la obra del latino Plauto, pasando por el francés Moliëre en el siglo XVII, hasta llegar a la telenovela brasileña. La historia del hombre de éxito, en tanto personaje de ficción, es más breve.

En su novela Ilusiones perdidas, Honorato de Balzac apunta que el siglo XIX ha propiciado el surgimiento de estas conductas. El contexto social ofrece una aparente canasta de oportunidades para el ascenso de quienes puedan desprenderse del lastre de la honradez, de la entrega a una vocación, de los ligámenes forjados en la familia, el compañerismo y la amistad.

En el inmenso edificio construido a través de su Comedia humana, Papá Goriot, incluido siempre en nuestros programas escolares, desemboca en el celebérrimo desafío de Rastignac a la ciudad de París, extendida a sus pies. El perfecto trepador sin escrúpulos aparecerá triunfante en la alta sociedad y en los círculos de poder en numerosos textos del autor.

Las historias contadas por Balzac develan una filosofía del éxito promovida por un contexto social caracterizado por la exacerbación del individualismo a través de la lucha sin cuartel de unos contra otros. Son muchos los que intentan escalar hacia la cima del poder y la riqueza. Los más vulnerables, víctimas propiciatorias de sus victimarios, rodarán por el despeñadero.

Contemporáneo de Balzac, Stendhal observa un panorama similar. Su perspectiva es otra. Para el diseño de sus personajes, propone el rescate de la lucidez. Los protagonistas de sus novelas fundamentales conocen las reglas del juego para alcanzar el triunfo.

Descubren, sin embargo, a veces de manera tardía que, en procura del triunfo aparente, han traicionado su razón de ser. La derrota, por tanto, no se sitúa en el plano de los valores impuestos por la sociedad. Se manifiesta, como en la tradición de la tragedia clásica, en la concesión del error fatal, tomar vereda por camino y confundir el éxito aparente con los valores esenciales de la persona.

En El rojo y el negro, Julián Sorel, triunfador en las lides de la política y el poder, ha sacrificado, en su carrera hacia el éxito, la realización de su amor verdadero. Al asumir la verdad hasta las últimas consecuencias, victorioso en la reafirmación de sus convicciones, puede desafiar a quienes lo juzgan y habrán de condenarlo.

El arte y la literatura han acompañado al ser humano desde tiempos remotos. El canto animaba el ritmo del trabajo en la recogida de las cosechas. Por las noches, a la hora del descanso, el cuentero abría horizontes para la imaginación. La representación de las tragedias convocaba al reconocimiento colectivo de la verdad.

Para algunos, incentivar la imaginación induce a escapar a la realidad. Todo lo contario. La imaginación favorece la creatividad y propicia un acercamiento a la verdad mediante la fusión de inteligencia y sentimientos. Es así que el arte y la literatura se constituyen en vías de conocimiento.

Aguzan la capacidad de simultanear la acción de una mirada en el contrapunteo entre el adentro y el afuera, entre lo que nos rodea y lo que somos. Así fue que Balzac y Stendhal nada supieron de la expansión capitalista en la que estaban inmersos, pero fueron capaces de advertir sus efectos en la vida, las costumbres y los valores de los seres humanos.

La filosofía del éxito que entonces se estaba forjando y ha tenido un desarrollo impetuoso con objetivos manipuladores bien definidos.

En su evolución, atemperada a contextos de tiempo y lugar, la creación artística genera procedimientos que articulan la espina dorsal de la obra y propician la comunicación con el destinatario. De manera legítima, tal y como lo comentó García Márquez en alguna entrevista, el narrador tiene que atrapar al lector desde los párrafos iniciales del texto.

Para lograrlo, dispondrá del interés de la historia contada, del poder hipnótico de la escritura y de un conjunto de fórmulas de probada eficacia.

Al abrir las páginas del Quijote, el lector distraído se preguntará por qué el autor no quiere recordar el lugar de la Mancha donde transcurre su relato. La trampa ha sido tendida. Seguirá leyendo, descubrirá la singularidad del personaje y se dejará seducir por las aventuras delirantes, divertidas y dramáticas.

Despojados de la carne que les da vida y sentido, los procedimientos pueden convertirse en herramientas útiles para el ejercicio gratuito de la seducción, vale decir, para sembrar en millones de lectores y espectadores una filosofía del éxito, maquillada con hermosas vestiduras.

El éxito verdadero se manifiesta en la obra de la vida: en tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro.

Alguna vez, tuve la oportunidad de recoger setas en el bosque. Aprendí entonces a desconfiar de las más hermosas, que eran, a la vez, las más ponzoñosas.

*Destacada intelectual cubana

(Tomado del periódico Juventud Rebelde)



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