Datos obtenidos por fuentes militares en Bolivia

Editado por Maite González Martínez
2017-04-11 07:36:11

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Che en Bolivia

Por Froilán González y Adys Cupull.

Durante nuestras investigaciones en Bolivia, sostuvimos encuentros con militares que participaron en los acontecimientos guerrilleros, quienes proporcionaron  informaciones valiosas que contribuyeron a comprender aquellos acontecimientos.

Entre los entrevistamos se encontran los generales Raúl López Leyton, Manuel Cárdenas Mallo, Arnaldo Saucedo Parada, Elías Gutiérrez Ardaya, Gary Prado Salmón, Jaime Niño de Guzmán, Mario Vargas Salinas, Hugo Banzer Suárez, los Coroneles Herberto Olmos Rimbaut, Miguel Ayoroa Montaño, Rubén Sánchez Valdivia y el Mayor Augusto Silva Bogado. Ellos comprendieron que el objetivo era estrictamente con fines históricos.

En los casos de los Generales Alfredo Ovando Candia, Juan José Torres y Joaquín Zenteno Anaya, hablamos con sus viudas, Elsa Omiste, Emma Obleas y Leonor Sejas y en el de René Barrientos Ortuño, con su cuñado Marcelo Galindo Ugarte, que fue Ministro de la Presidencia en ese período.

Debemos reconocer, que casi todas las entrevistas transcurrieron en un ambiente respetuoso e interesados en que la verdad histórica quedara clara y muy pocos omitieron aspectos comprometedores de sus acciones.

También se presentaron algunas incomprensiones, el Mayor Hernán Plata Ríos, prisionero de los guerrilleros el 23 de marzo, se negó a recibirnos, y el General Arnaldo Saucedo Parada, Jefe de la Inteligencia de la VIII División, nos dio su testimonio, pensando que éramos periodistas   residentes en Estados Unidos, pero cuando le dijimos donde vivíamos, interpretó la visita con otros fines y solicitó protección militar.

Sin embargo, el Capitán Mario Agramont, uno de los Jefe de Inteligencia de la IV División con sede en Camiri, contribuyó significativamente a comprender toda la problemática que ocurrieron en esa zona militar.

Muchos de esos testimonios aparecen en nuestros libros y varios de los entrevistados, han escrito los suyos. Existe uno del militar boliviano Diego Martínez Estévez, que tuvo acceso a los archivos de su país, que aporta datos valiosos sobre los acontecimientos guerrilleros, desde el lado de las Fuerzas Armadas, titulado “Ñancahuazú: Apunte para la historia militar de Bolivia”.

De sus investigaciones, otras fuentes militares y las entrevistas realizadas en Bolivia de 1983 a 1987 nos ha permitido hacer un resumen de lo que acontecía dentro de las unidades militares.

Entre ellas que el ejército boliviano no estaba preparado para una contienda bélica de esa naturaleza. Eso explicaría la desorganización imperante en sus filas, al presentarse las primeras acciones y la inmediata solicitud de ayuda del General René Barrientos al gobierno de Estados Unidos y a los países vecinos. 

Las tropas en la Cuarta División con sede en Camiri solo contaban con 10 jefes, 21 oficiales, 54 suboficiales y sargentos y 244 soldados. En el mes de abril se elevó a 1934 y en mayo a 2 500 efectivos, para quiénes no existían barracas, dormitorios, locales para guardar sus pertenencias, lo que despertaba el temor que, al regresar de sus misiones, hubieran desaparecido.

Sin embargo, los guerrilleros a partir de abril tuvieron que enfrentar el refuerzo militar que lograron cercarlos y a la vez evadir los sistemáticamente  bombardeos de los aviones que lanzaban bombas con napalm, suministradas por el Gobierno Argentino.

Los estudios militares señalaron que las elevaciones cubiertas de vegetación, ofrecían a los guerrilleros líneas naturales de defensa y abrigos contra la observación aérea y terrestre, restando libertad de maniobra y avances de los militares hacia sus  campamentos que fueron bien ubicados.

El ejército, además de las bajas ocasionadas por la guerrilla, en el mencionado libro de Diego Martínez Estévez, se detallan otras y se profundiza en éstas. Después del combate del 10 de abril, hubo más de 40 bajas mensuales por enfermedades diarreicas, intestinales, disenterías, piodermitis, enfermedades de la piel, afecciones bronquiales, traumatismos, tifus y avitaminosis. No había médicos, ni recursos para los heridos y enfermos, solo contaban con tres sanitarios, yodo y algunas pomadas.

Los heridos eran transportados en improvisadas camillas, por zonas donde no existían caminos. Los muertos eran abandonados en los lugares de combate y las aves de rapiña o los animales carnívoros se hacían cargo de ellos, lo que desmoralizan a las tropas. A este cuadro había que añadir que, con mucha frecuencia, los jefes castigaban corporalmente a los subalternos por cualquier motivo. Las deserciones, abandono de misiones y amotinamientos alcanzaron altos niveles, lo que obligó al Alto Mando militar a abrir una investigación sobre esta situación.

Según informes de Inteligencia, las causas se debían a la cantidad de bajas, alimentos escasos, enviados por aire debido a lo agreste de la zona y la falta de comunicaciones terrestres. Se reportó que solo contaban con un helicóptero, generalmente averiado y cuando se presentaba mal tiempo, los pilotos se negaban a volar, dejando a los soldados sin comida.

Esas circunstancias los obligaban a resolverla cazando o pescando y en otros casos apropiándose de las siembras y animales de los campesinos, lo que provocaba el terror y la indignación de éstos. Diego Martínez Estévez narró como tres soldados ante el hambre, escondieron a uno de los perros exploradores, lo descuartizaron, cocinaron y la carne del raquítico animal fue a parar a sus estómagos.

Algunos jefes exigían que los soldados debían ser registrados, porque carecían de controles y chapas de identificación, lo que, en muchas ocasiones, no podría saber los nombres de los muertos. Pero estas disposiciones eran incumplidas con frecuencia. La falta de transportes, era otro de los graves problemas y tenían que quitárselos a sus propietarios, lo que creaba nuevos conflictos.

A los soldados que terminaban el Servicio Militar Obligatorio a mediados de 1967, se lo prorrogaron por decreto, sin explicación previa, ni permitirles visitar a sus familiares.

Las cartas y paquetes familiares se amontonaron por miles. El servicio postal se dividió en civil y militar. El primero fue saturado por la enorme carga de cartas y encomiendas, donde enviaban hasta comida, que nunca llegaron a sus destinatarios. Se dio el caso que algunos empleados quemaban las cartas y se apropiaban de las cosas de valor.

Se denunció que no pagaban los salarios y estipendios prometidos y los familiares quedaban en total abandono. El malestar fue en aumento y estalló en varias unidades.

A fines de abril, una compañía se sublevó, abandonó a sus jefes y éstos los obligaron bajo amenaza de muerte a permanecer en sus puestos. Algunas unidades se negaron a combatir y otras se amotinaron.

Diego Martínez Estévez expresó en su libro, página 85, que el 22 de abril la compañía del Capitán Fernando Pacheco envió un parte falso, donde expresaba haber sostenido un combate con los guerrilleros, y ocasionado 19 bajas. Como le creyeron, al mes siguiente, volvió a informarles que estaba persiguiendo a los guerrilleros en la zona de Tirabuzón, un lugar totalmente contrario a donde en realidad se encontraban.

La IV División montó un operativo de gran envergadura y descubrió que Pacheco había mentido. Ante tal hecho, abrieron una investigación que arrojó que acostumbraba a dar instrucciones para que apagaran la radio, no recibir órdenes y extremaba las medidas para no enfrentarse con los guerrilleros.

El Subteniente Monge, escribió en su Diario el 2 de mayo:” [...] Yo no tenía confianza en mí Comandante de Compañía, se le notaba en el rostro el nerviosismo y miedo que no podía dominar y lo peor es que poco a poco nos estaba contagiando”.

El día 30 anotó: “Fue el día que aguante más, estaba dispuesto a quitarle el mando. Fue una discusión fuerte en la que decidí irme de la compañía, pero cuando lo hacía, me seguía toda mi sección y la de Lince Hinojosa, en vista de ello tuve que quedarme. Desde ese momento ya no había armonía en la compañía y creo que tenía yo la razón…”

Diego Martínez Estévez narró en su libro, página 99 que el Capitán Mario Oxa comprobó que los soldados del Regimiento “Bolívar” habían desertado, fuera de sí y a punta de pistola, los obligó a volver a sus puestos y publicó un mensaje cifrado del Comando de División que dice: “Cif-87/67 Tropa Regimiento Bolívar debe ser puesta a disposición Tribunal Justicia Militar fin encontrar culpables quisieron instigar actos motín militar y dar muertes a sus oficiales en situación de guerra internacional contra bandoleros.”

Los efectivos de la VIII División con sede en Santa Cruz, también se incrementaron a más de 1 200 hombres, a las que había que añadir: La compañía Trinidad, con 5 oficiales, 6 suboficiales y sargentos y 160 soldados; 76 del Centro de Instrucción de Tropas Especiales, los llamados CITE; 78 de la compañía Ustariz; 89 del escuadrón Ingavi; 97 de la fuerza naval; 154 de la compañía de Florida; 91 de la Roboré y 119 cadetes de diferentes escuelas militares.

La utilización de estas unidades provocó varios problemas. A los del CITE, Félix Villarroel, edecán de Barrientos, les hizo creer que viajarían a Santa Cruz, Tarija y otras ciudades del sudeste boliviano, para realizar demostraciones de salto, especie de viaje de placer y recreación. La actitud de los jóvenes paracaidistas fue de entusiasmo y disposición para demostrar sus habilidades.

El corresponsal de guerra boliviano José Luis Alcázar reseñó que cuando los tres aviones C-47, antiguos bombarderos de la Segunda Guerra Mundial, volaban sobre la selva boliviana, Villarroel les manifestó que iban para Camiri a liquidar a un grupo de guerrilleros. El periodista escribió que se hizo un silencio profundo, embarazoso, que invadió todo el ámbito de la nave. Se transformaron los rostros de los jóvenes: gravedad, palidez, miedo, indecisión para creer lo que habían escuchado e incredulidad. Afirmó: “Todo parece haber cambiado, menos el ronco sonido de los motores del viejo bombardero.”

Diego Martínez Estévez relató que las madres de los soldados de la compañía Trinidad exigieron el derecho de licenciamiento de sus hijos, que ya habían cumplido su tiempo en el ejército y escribió: “el caso de este contingente era uno entre varios, que habían sido reclutados poco después de ser licenciados.

” [...] las afligidas madres, al enterarse que sus hijos serían embarcados en aviones para ser transportados a Choretty, aeropuerto de Camiri, se dirigieron a la pista de Trinidad sentándose en toda su franja para impedir todo decolaje. Vano fue este maternal propósito, pues, los soldados fueron conducidos por vía ordinaria hacia otra pista..."

A las protestas de las madres, se unieron esposas, novias, amigas y otros familiares… La presencia de esas unidades provocó nuevos problemas y la discriminación se hizo presente. Los soldados procedían de todo el país, lo que creaba conflictos étnicos o regionales.

Algunos soldados no resistían el calor y la humedad de la selva, especialmente los provenientes del Altiplano, que estaban acostumbrados al frío y las alturas. Sudaban intensamente y se deshidrataban con frecuencia y se negaban a continuar caminando, lo que provocaba la burla de los oficiales y soldados del oriente boliviano familiarizados con altas temperaturas, que en esas zonas podía llegar a 38 grados. Otro factor que los afectaba eran los rasguños y picadas de los insectos que generalmente se infestaban.

Cuando llegó el invierno, los soldados del oriente no podían soportarlo. Los frentes fríos, conocidos como surazos, los afectaban sensiblemente y se negaban a caminar en esas condiciones.

El Capitán Humberto Cayoja Riart, jefe de personal de la IV División, informó a la superioridad: “El frío intenso de estos días con 5 grados bajo cero, la humedad aproximada del 90% y los insectos propios de esta época invernal…, es probable que disminuya la eficiencia combativa de las tropas aumentando el número de pérdidas fuera de combate.

“Esto es más grave aún, si se considera que las tropas no tienen ropa de jerga, ni sacones, habiendo inclusive tropas como la del Braun que tienen frazadas que parecen mosquiteros, muy viejas, probablemente son dotaciones de hace cuatro años atrás.

“A esto hay que agregar el equipo inadecuado de algunas unidades que dan pauta de la desorganización de nuestro ejército, como si existiera solamente para desfiles. También es necesario considerar que la sanidad militar no ha previsto los efectos de este período invernal, lo que recae directamente en la eficiencia combativa del personal.”

El Coronel Luis Antonio Reque Terán, Comandante de la IV División, le escribió al General Alfredo Ovando, Jefe de las Fuerzas Armadas, para plantearle la grave situación reinante, las deficiencias e improvisaciones dentro del ejército y le exigía atención del Alto Mando Militar a estos apremiantes asuntos.

El 8 de mayo se  produjo otro combate y a pesar del numeroso cerco, los guerrilleros capturaron abundantes armas, 10 prisioneros, con dos heridos, y la muerte del teniente que los dirigía, a quien le incautaron un diario de campaña, donde refería la falta de moral combativa y relataba cómo los soldados lloraban cuando conocían de la presencia de los guerrilleros.

Tal vez, muchos de los soldados se hacían la misma pregunta que el Mayor Rubén Sánchez, ex prisionero del combate del 10 de abril se hizo cuando dijo: “De mi conversación con los guerrilleros, yo comprendí que ellos luchaban por los pobres, y me interrogaba: ¿Por qué razón entrá­bamos a pelear nosotros? ¿Qué defendíamos? ¿A quién defendía­mos? Al menos ellos —los guerrilleros— defendían a los pobres, de eso me di completa cuenta…”

Los guerrilleros después de curar a los heridos, los dejaron en libertad y continuaron la marcha, mientras la aviación bombardeaba toda la zona.

No todos los soldados o guías del Ejército eran obligados a participar en la contienda bélica. Un ex soldado accedió a narrar cómo se enroló en el ejército, aunque solicitó no mencionar su nombre:

 “El ejército me pidió que lo ayudara y como yo era de aquí de Lagunillas y conocía muy bien todo, acepté. La primera vez que ayudé he ido a Peñón Colorado, un lugar que queda cerca del caserío de Bella Vista. Fuimos varios civiles con el teniente Néstor Ruiz. Los demás civiles no querían ir, pero yo sí. Yo fui voluntariamente para ayudar a los militares.

“Nadie me obligó…yo me enrolé en el ejército como solda­do, me pagaban por fracción y mensual y como no tenía trabajo, era una oportunidad que tenía…

“Los campesinos de Bella Vista estaban en complicidad con los guerrilleros, ellos les vendían alimentos, entre los que vendían es­taban Carlos Rodas y Zenón García, también Domingo García, que era el que más vendía, porque compraba a otros campesinos y almacenaba ahí para cuando llegaran los guerrilleros recogieran.

“Por esa complicidad de los campesinos, se acordó quemar todas sus siembras, quemarles los silos donde tenían las siembras y eso a mí no me gustó, porque yo soy de acá, conozco a todos los campesinos y sé que cuesta mucho trabajo sembrar en estos luga­res, pero así dijeron, y los mismos soldados les prendieron fuego y quemaron todo. Otros soldados no estaban de acuerdo con esa quema, el maíz quemado, los zapallos y jocos quemados, todo quemado, después presos los campesinos y las casas desalojadas...”

Este soldado, como muchos otros, no estaban dispuestos a participar en los constantes abusos que se cometían.

El 3 de junio a las 17:00 horas pasó un camión del ejército con dos soldaditos envueltos en una frazada, pero el Che no les disparó como era el plan y escribió en su Diario:” …No tuve coraje para tirarles y no me funcionó el cerebro lo suficientemente rápido como para detenerlo, lo dejamos pasar…: “

En este sentido debemos aclarar que el investigador boliviano Carlos Soria Galvarro, que realizó el cotejo del Diario del Che con el original, encontró que lo que escribió el Che fue: “No tuve cojones para tirarles y no me funcionó el cerebro lo suficientemente rápido como para detenerlo, lo dejamos pasar.” Nosotros hicimos el cotejo y la observación de Soria Galvarro es correcta.

Sobre este hecho el guerrillero Inti Peredo escribió: “…Pombo debía avisar con un pañuelo amarillo cuando el vehículo entrara a nuestro radio de fuego. Después de 5 horas y media de espera, pasó un camión militar y Pombo hizo la tan ansiada señal. Inexplicablemente para nosotros, Che, no gatilló su M-2.

"Más tarde, para que todos escucháramos, dijo: Era un crimen dispararles a esos soldaditos.

” La anécdota está relatada en su Diario como si fuera un hecho intranscendente...”.

El Che y los guerrilleros bolivianos, conocían los problemas y las contradicciones internas de las unidades militares. Estaban convencidos que era una fuerza que, en caso de cristalizar la guerrilla, se podría contar con ella.

En el Comunicado número 1 se dice:” Lamentamos la sangre inocente derramada por los soldados caídos…” y en el Comunicado número 2, dirigido a los soldados, entre cosas expresaba:

"[...] los del Ejército boliviano están enviando soldados bisoños, casi niños al matadero, mientras ellos inventan partes en La Paz y luego se dan golpes de pecho en funerales demagógicos[...]"

"Hacemos un llamado a los jóvenes reclutas para que sigan las siguientes instrucciones: al iniciarse el combate tiren el arma a un lado y llévense las manos a la cabeza permaneciendo quietos en el punto donde el fuego los sorprendiera; nunca avancen al frente de la columna en marchas de aproximación a zonas de combate; obli­guen a los oficiales que los incitan a combatir a que ocupen esta posición de extremo peligro. Contra la vanguardia tiraremos siempre a matar. Por mucho que nos duela ver correr la sangre de inocentes reclutas, es una imperiosa necesidad de la guerra…”

Los guerrilleros bolivianos tenían experiencias familiares de la guerra, diez de ellos eran descendientes de padres que habían combatido en la Guerra del Chaco, que enfrentó a Bolivia y Paraguay, entre los años 1932 a 1935, y diez participaron activamente en la Revolución del 9 de abril de 1952. Además, nueve de los guerrilleros bolivianos habían pasado el Servicio Militar y estaban formados en las filas de las Fuerzas Armadas Bolivianas y conocían muy bien las interioridades en las unidades militares.

En Bolivia recogimos algunas historias que se van trans­formando en leyendas, y las leyendas que surgen de la historia. Cuentan que cuando un grupo de soldados permaneció aislado, perdido en el intrincado monte sin alimentos, en las noches, los gue­rrilleros, que los sabían perdidos, se acercaban para darles parte de su ración.

Dicen que en los troncos de los árboles dejaban notas a los solda­dos para que conocieran el llamado del Comunicado No. 2, y su­pieran que la lucha no era contra ellos; y durante algunos combates, en medio del espeso monte, se escuchaba la voz de una mujer. Luego supieron que era Tania, que a través de un altoparlante les decía: "¡Soldaditos, ríndanse, somos sus hermanos!"

Los guerrilleros bolivianos Aniceto Reynaga, Pedro Jiménez Tardío y Moisés Guevara Rodríguez, también les hablaban en quechua: "¡Wukecuna, rindicuychej, Ñokaycuka MANA confrayquichej-pichu caskaycu Kaycu waukecunayquichej!" (¡” hermanitos, ríndanse, no queremos pelear contra ustedes!”)



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