El espejo de un pueblo

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2019-08-06 09:12:07

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Foto: Radio Enciclopedia.

Por: Susana del Calvo

La Habana, 6 ago (RHC) Las temperaturas este verano podríamos calificarlas de insoportables, pero siempre decimos igual cuando el Indio, como le llamamos los cubanos al Sol, está que arde. Mientras los mayores nos derretimos y buscamos un resquicio de sombra, los niños invaden parques y plazas sin importarles que en la noche los padres se vuelven locos con las cremas para calmarles el ardor de la piel.

Agosto, mes de vacaciones escolares, cuando los más pequeños inundar nuestras calles y son incansables, mientras los adultos estamos al borde del colapso, ellos no dejan de jugar, saltar y correr. Cuando le llamas la atención por una travesura, hacen uso de las leyes que no envidiaría un experimentado abogado. Para llegar a ti lo hacen con un beso para sobornarte.

Los payasos se multiplican para hacer reír a los reyes del hogar, van de un lugar a otro, no se cansan, al preguntarles si estaban agotados, con el esbozo de una sonrisa nos dicen que no pueden defraudar a los niños que los están esperando.

Los padres también se incorporan a estos espectáculos populares que organizan las instituciones culturales a lo largo y ancho del país para el disfrute de todos. Dicen que tenemos un poco de músicos, poetas y locos, hay que estarlo para satisfacer ese ritmo, con la cantidad de ropa que se ponen como disfraces, sin olvidar los bailes y saltos que dan.

En Cuba los niños son privilegiados, lo mejor siempre es para ellos, antes de nacer ya se lleva un control médico estricto del desarrollo del embarazo, una alimentación reforzada y si la mujer es trabajadora puede disfrutar de un año de licencia para garantizar la lactancia materna, el contacto con el bebé para que reciba todo el amor del mundo. Al regresar a sus labores mantiene su puesto.

Los niños no saben mentir, ni fingir una alegría que no sienten, es por eso que cuando festejan, en primer lugar la libertad, no hay temores de que sean secuestrados o insertados en el tráfico de órganos u otras aberraciones y ellos sienten esa seguridad. Cuando a viva voz entonan sus cantos se nos llena el alma de felicidad porque ellos son el espejo de un pueblo.



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