Lo que dice y no dice Obama

Editado por Martha Ríos
2016-03-23 18:46:50

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Imagen de archivo

Por Enrique Ubieta*

El Presidente Obama es un buen comunicador. Significa que sabe colocar las palabras, los gestos, la mirada. Parece como si improvisara, pero tiene frente a sí un “teleprompter” que el público no percibe.

Su lógica discursiva va de­jando espacios de aire que eluden, minimizan o manipulan los hechos. El pueblo cubano no alberga sentimientos de odio hacia el pueblo estadounidense, y escucha al Presidente que propició el reinicio de relaciones diplomáticas con disposición amistosa.

Ello no significa que no perciba los saltos. Quizá, en una de esas frases dichas sin demasiado énfasis, radica la primera confusión: si bien es cierto que el go­bierno estadounidense y el cubano fueron ad­versarios y no sus pueblos, este último y su pue­blo compartieron durante estas décadas de confrontación similares ideales y propósitos.

No podría entenderse la sostenibilidad de esa Revolución y la ineficacia de un bloqueo que ocasiona enormes dificultades en la vida cotidiana de sus ciudadanos, si no se parte de esa premisa. No podría entenderse la legitimidad de cada conquista revolucionaria, si no se co­no­ce además la historia de las relaciones entre los dos países.

El Presidente Obama introduce esa historia con una alusión simbólica a las aguas del Estre­cho de la Florida, a los que van y vienen de un lado al otro.

Habla de los sufrimientos del “exiliado” cubano —término que obvia el hecho de que este suele pasar sus vacaciones, sin peligro alguno, en Cuba, o incluso, como se ha puesto de moda, sus años finales de vida al am­paro del sistema estatal cubano de salud—, que se­gún el discurso oficial de su gobierno, va en busca de “libertad y oportunidades”, pe­ro no aclara si se refiere a los torturadores, asesinos y ladrones del ejército batistiano que hu­yeron a los Estados Unidos en los primeros me­ses de la Revolución, a los niños que fueron separados de sus padres en virtud de una propaganda mentirosa y un criminal Programa de­nominado Peter Pan, a los médicos o deportistas incitados a desertar de sus misiones de solidaridad o de eventos internacionales, con la promesa de una vida material más holgada o jugosos contratos, o a los que, cansados del blo­queo, o de vivir en un país digno pero pobre, saltan en balsas hacia el llamado Primer Mundo, al amparo de la política de pies secos-pies mojados y de la Ley de Ajuste Cubano, que politiza la decisión de todo inmigrante.

Cuando expresaba sus sentidas condolencias y su solidaridad hacia el pueblo belga por los atentados terroristas que acaban de producirse en Bruselas, con el lamentable saldo de más de 30 muertos, los cubanos sentimos esa he­rida como propia: en estas décadas de aco­so, el terrorismo con base en territorio norteamericano ocasionó 3 478 muertos y 2 099 in­capacitados.

Algunos de esos “exiliados”, cu­yos sufrimientos dice comprender, han ejercido o ejercen el terrorismo, en Cuba y en los Es­tados Unidos. Posada Carriles, coautor intelectual de la voladura de un avión civil cubano en pleno vuelo y responsable de la muerte de to­dos sus pasajeros y tripulantes, vive tranquilamente en Miami.

Por eso nos pareció un acto de justicia imprescindible que liberara a los tres cubanos que aún permanecían presos en aquel país por combatir el terrorismo, el mis­mo día que ambos presidentes anunciaban la intención de reanudar relaciones.

Sin embargo, reconozco que avanza un po­co más cuando reconoce que “antes de 1959 al­gunos estadounidenses consideraban que Cu­ba era algo a ser explotado, no prestaban atención a la pobreza, permitían la corrupción”, y agrega, “yo sé la historia, pero no voy a estar atrapado por la misma”.

Entonces, recita el ver­so de José Martí, “cultivo una rosa blanca” y declara: “como Presidente de los Estados Uni­dos de América, yo le ofrezco al pueblo cu­bano el saludo de paz”.

Eso, lo apreciamos. No citaré a José Martí, aunque podría traer a colación sus muchas observaciones críticas y ad­verten­cias sobre la “democracia” estadounidense. Solo diré que el camino que quería para Cuba no era ese.

¿Por qué ahora?”, pregunta Obama, y se res­ponde con naturalidad: “Lo que estaba ha­ciendo Estados Unidos no funcionaba”. Pero, ¿no funcionaba?, ¿no sería mejor decir que era inmoral?, ¿que causaba sufrimientos, e incluso muertes? “El embargo hería a los cubanos en vez de ayudarlos”.

Nos hería en nuestros sentimientos de pueblo digno, sí, pero también afectaba nuestras vidas. El bloqueo es criminal. ¿No debía acaso pedir perdón, en nombre del Estado que representa, a todos los cubanos?

La expresión “no funcionaba”, alu­de, aunque no lo exprese de manera directa, a la heroica resistencia del pueblo cubano, a su decisión de preservar su independencia y su soberanía, y también a la perversa razón del cambio: si no funcionaba, hay que hacer algo que funcione (algo que los obligue o los conduzca a hacer lo que queremos que hagan). Me parece que el sentido del cambio se esconde en esa expresión.

Hay un problema adicional con ese efectista ofrecimiento del saludo de paz: la Ley de Ajuste Cubano, la política de pies secos-pies mojados, la política de estímulo a la deserción de médicos y deportistas, y el bloqueo económico, comercial y financiero, siguen vigentes.

Del territorio ocupado en Guantánamo durante una centuria contra nuestra voluntad, ni una sola palabra. Entonces, ¿cuál es la rama de oli­vo?, ¿dónde está la rosa blanca? Obama ha abierto un camino que se inicia con el restablecimiento de relaciones, y que pasa por muchas disposiciones ejecutivas antes de que el Con­greso se disponga a cancelar las leyes del bloqueo. En ese camino, todavía puede hacer mucho más.

“Vine aquí para dejar atrás los últimos vestigios de la guerra fría en las Américas”, declara de manera solemne.

Entonces, ¿acepta la con­vivencia civilizada que Cuba propone, con un Estado socialista a 90 millas de sus costas?, ¿dejará que Venezuela, Ecuador, Bolivia, Bra­sil, y todos los pueblos latinoamericanos decidan sin injerencia alguna sus destinos?

“He­mos desempeñado diferentes papeles en el mundo”, dice con honestidad, aunque no creo que comprenda o acepte el papel asumido por el imperialismo, que pese a todo representa. “Hemos estado en diferentes lados en diferentes conflictos en el hemisferio”, agrega.

Es un tema delicado, porque los sucesivos gobiernos estadounidenses apoyaron a Batista, a los So­moza, a Trujillo, a Pérez Jiménez, a Stroessner, a Hugo Bánzer, a Pinochet, a Videla, etc. Y com­batieron a Cárdenas, a Arbenz, a Torrijos, a Velazco Alvarado, a Salvador Allende, a Chá­vez, a Evo…

“Tomamos diferentes caminos para apoyar al pueblo de Sudáfrica para que erradicara el apartheid, pero el presidente Cas­tro y yo, ambos, estuvimos en Johannesburgo pagándole un tributo al legado de Nelson Man­dela”, afirma y no sé a qué apoyo se refiere, porque el gobierno que encarceló a Man­dela fue un aliado estratégico de Washington, aunque él era apenas un niño en aquellos años.

Cuba pagó su tributo a Mandela con la sangre derramada por sus hombres y mujeres en la selva africana, mientras rechazaba junto a los combatientes angolanos la invasión de la Sudáfrica racista.

El Presidente Obama sabe que el pueblo cubano aprecia y defiende la independencia conquistada, por eso reitera que “Estados Uni­dos no tiene ni la capacidad ni la intención de imponer cambios en Cuba, los cambios de­penden del pueblo cubano (…) conocemos que cada país, cada pueblo debe forjar su propio destino, su propio modelo”. Sin embargo, la “nueva era” presupone “sus” cambios… en Cuba.

Primero enumera los “valores” que todo país debe compartir, y algunas medidas que Cuba en particular debe aplicar. Luego, no tan veladamente, establece condiciones: “aunque levantemos el embargo mañana —dice— los cubanos no van a alcanzar su potencial sin ha­cer cambios aquí en Cuba”.

Cree que puede ga­narse la voluntad de los jóvenes: “estoy apelando a los jóvenes de Cuba que tienen que construir algo nuevo, elevarse.

¡El futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano!”, como si no lo estuviera desde 1959. Y afirma: “yo sé que el pueblo cubano va a tomar las decisiones correctas”.

También yo lo sé. La diferencia estará sin dudas en el criterio de corrección o de conveniencia que establezcamos. El modelo de sociedad al que aspiramos, no es la corrupta Miami, como propone Obama con insólita candidez.

“El pueblo no tiene que ser definido como opositor a los Estados Unidos, o viceversa”, di­ce, y utiliza un vocabulario ajeno a nuestra edu­cación política.

No somos opositores a los Estados Unidos, somos hermanos de su gente de bien, sencilla y creadora, y le tendemos la mano a su gobierno, siempre que esté dispuesto a respetar el camino elegido por Cuba, que tanta sangre y sacrificios costara.

“Amamos a la patria de Lincoln, tanto como tememos a la patria de Cutting”, sentenciaba José Martí. Ese es el enigma: ¿quién de los dos nos tiende la mano?

*Ensayista y periodista cubano. Director de la publicación “La calle del medio”.

(Tomado de Cubadebate)



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