Anthony Blinken, Secretario noreamericano de Estado
La Habana, 6 may (RHC) La ineficacia de todos los intentos de subversión, a fin de destruir la Revolución Cubana, no alcanza al cinismo del Gobierno de Estados Unidos para desistir de su política contra el archipiélago.
Ninguno de los títeres que se han buscado ha «dado en el clavo» y, por más que lo procuran, no hallan al «líder» que les devuelva en resultados tanta gente y tanto presupuesto de inversión.
La palabra «preocupación» es la escogida para que entren a la escena funcionarios del Departamento de Estado, y el último en tocarle ha sido el mismísimo secretario Antony Blinken, quien, en un discurso para la 51 Conferencia del Consejo de las Américas, afirmó que continuarán «abogando por los derechos humanos del pueblo cubano, incluido el derecho a la libertad de expresión y reunión, y condenando la represión».
Aunque haya sido no más que el reciclaje de una retórica vieja, diseñada para encubrir sus ansias recolonizadoras, y fijar la pauta de mensajes que deberán cacarear, textualmente, sus asalariados acá, el rango del orador mereció la respuesta del canciller Bruno Rodríguez Parrilla: «Si el Secretario Blinken estuviera interesado en los derechos humanos de los cubanos, levantaría el bloqueo económico y las 243 medidas aplicadas por el gobierno anterior, vigentes hoy en medio de la covid-19», y agregó dos ejemplos que les darían coherencia y credibilidad a su reclamo: «Restablecería servicios consulares y la reunificación familiar».
Blinken no sorprende. Pocos días antes, otros en el mismo edificio también se habían mostrado «sumamente preocupados»; una deferencia que no fue sino otra «oficial» palmadita en el hombro a sus adláteres alquilados en Cuba.
La dimensión del cinismo por tanto desvelo sospechoso tuvo en Twitter, entonces, la calificación del Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez: «Qué preocupaciones más vergonzosas por funcionarios de la nación más poderosa del planeta que, con saña, condena al hambre y escaseces a más de 11 millones de cubanas y cubanos».
(Granma)