Por Pablo Soroa Fernández
El estrechamiento del ancho de las barras acumulativas de arena, es uno de los daños medioambientales que genera extraer arena sin control y con total impunidad.
Más que un vocablo sonoro y escasamente conocido, los tibaracones ocupan lugar preeminente en la Tarea Vida, Plan de Estado para el Enfrentamiento al Cambio Climático en Cuba, refrendado por el Consejo de Ministros en abril de 2017.
Así es denominado un sui géneris accidente geológico exclusivo de la costa nororiental del archipiélago, entre las puntas Guarico, en Holguín, y Rama, en Baracoa, donde se localizan los tres más importantes, los de los ríos Toa, Duaba y Miel, el primero de ellos el más dañado por la extracción indiscriminada e ilegal de áridos, destinados a las construcciones.
Ese despojo alcanzó su pináculo a raíz del paso del huracán Matthew, que en octubre de 2016 azotó a la Primera Villa de Cuba y sus áreas circundantes, pero a pesar de los dos años transcurridos y del apoyo sistemático del país a la Primogénita Villa, se mantiene a una escala no muy alejada de aquel apogeo.
La recuperación del ecosistema radicado en la desembocadura del río más caudaloso de la ínsula caribeña constituye un reto para uno de los 63 municipios costeros incluidos en la “Tarea…”, estrechamente interrelacionada con el Objetivo de Desarrollo Sostenible 14, de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático.
Proteger a esos deltas lineales que se forman en las desembocaduras, es una acción ambiental, no opcional, para que Baracoa cumpla con esa Convención, pero sobre todo consigo misma, ya que el municipio más al noroeste de la capital del país, se caracteriza por insuficiente protección ante eventos hidrometeorológicos extremos, debido a la vulnerabilidad de sus edificaciones e infraestructura.
El huracán más temible que ha azotado a las provincias orientales, corroboró esa sentencia, aunque el S.O.S sobre el Toa, es de larga data: durante la Mesa Redonda homónima en la Primada de Cuba, auspiciada por la Fundación Antonio Núñez Jiménez de La Naturaleza y el hombre, hace más de una década, prevaleció un clamor unánime para preservar los tibaracones.
El Toa y sus 71 afluentes, conforman una de las 10 cuencas hidrográficas de interés nacional, su escurrimiento o gasto es tres veces mayor que el del Cauto, el de mayor longitud en el archipiélago, el área que irriga atesora la mayor biodiversidad del Caribe Insular y sus pluvisilvas constituyen la más notoria "fábrica" cubana de agua, junto a los huracanes que azotan a la Isla.
Su tibaracón, junto a los del Duaba y Miel, son patrimonio del segundo municipio guantanamero en importancia, aunque sea poca la que le concedan los extractores ilegales de arena, cuando horadan esa cortina o barrera natural que evita las penetraciones marinas y por consiguiente la salinización del medio fluvial.
El doctor Salvador Massip (1891-(1978), introductor en Cuba de los conceptos modernos de la geografía, describe a los tibaracones como camellones largos y estrechos que se proyectan desde un punto de la costa paralelo a ella, separados de la tierra por un río.
Otros estudiosos, atribuyen procedencia indígena al término, puesto que el primero de sus elementos, “ti”, es frecuente en la toponimia de la antigua provincia de Oriente (Tiguabos, Tibisí, Tibisial); y el segundo, “baracón”, guarda estrecha relación con el nombre de la ciudad, en cuyos alrededores se inició la conquista y colonización de la Isla, hace más de medio milenio.
Más las disquisiciones etimológicas “carecen de la menor importancia”, como afirmaba en sus diálogos Arturo de Córdoba, el ya desaparecido actor del cine mexicano, comparadas con los riesgos a que exponen a Baracoa los indisciplinados y el escaso rigor de las autoridades, ante una acción incompatible con los propósitos de un Plan de Estado, de una Tarea que, como su nombre indica, se propone preservar el más preciado bien del hombre. (Tomado de la ACN)