Uno de los momentos que más asombro causó a los primeros exploradores del Polo Sur fue encontrarse de cara con colosales paredes verticales de hielo que se elevaban docenas y hasta cientos de metros por encima de sus cabezas.
Aventureros como Larsen o Ross se toparon fascinados ante un impresionante espectáculo que convertía sus destartalados barcos en pequeñas motas de polvo ante la monumental tapia de hielo.
Y lo cierto es que bien podríamos imaginarnos la Antártida como una especie de castillo medieval que guarda celosamente sus secretos mediante titánicos muros helados. Son tan grandes que algunas, como la gran barrera de hielo de Ross, posee una superficie equivalente a toda España alzándose en algunos puntos hasta doscientos metros por encima del mar.
Por supuesto, y además de hacer la vida imposible a los ingenuos pioneros de la exploración, estas grandes barreras cumplen con una función vital puesto que están conectadas con los glaciares y corrientes de hielo en tierra y actúan como diques de contención, frenando el hielo que se desplaza hacia el mar.
En las últimas décadas estos gigantes de hielo flotante que actúan como diques frente al empuje de los glaciares se están desmoronando ante nuestros ojos. En 1995 la barrera de hielo Larsen A se desintegró en el mar en apenas unos meses. La siguiente en caer fue Larsen B que en apenas 3 años (2002-2005) se esfumó dejando a la deriva nada más y nada menos que 3.250 kilómetros cuadrados de hielo. Y ahora, los satélites avisan que Larsen C, la mayor de todas ellas con una superficie de 50.000 kilómetros cuadrados, presenta grandes fracturas y su camino hacia el océano parece irreversible.
Desafortunadamente el caso de la barrera de Larsen no es un hecho aislado. Un reciente estudio publicado en la Revista Nature analiza el fenómeno en su totalidad y nos avisan claramente que estos diques naturales de contención se están desmoronando a un ritmo preocupante.
La propia Agencia Espacial Europea (ESA) recoge los datos del estudio en un artículo titulado “Las barreras de hielo protectoras en la Antártida están en peligro” que nos advierte de las consecuencias: Cuando una de estas grandes paredes de hielo se pierde, el flujo de los glaciares que se encuentran tras ella se acelera.
Siguiendo con el ejemplo de la barrera Larsen, apenas unos meses después de que su barrera B se deshiciera en 2002, los satélites observaron que los glaciares que frenaba comenzaron a desplazarse hasta ocho veces más rápido.
Larsen B era una barrera de tamaño medio comparada con otras grandes barreras que empiezan a tambalearse. De hecho existen otras cincuenta barreras de hielo en la Antártida que frenan el deslizamiento de los glaciares y el flujo de más agua al mar.
Las observaciones realizadas mediante los satélites ERS y Envisat de ESA confirman que, bien sea por grosor o por extensión y fracturas, todas y cada una de las barreras a lo largo del continente helado comienzan a flaquear.
En nuestro habitual egocentrismo muchos podrían empezar a evaluar las cientos de formas en que este irreversible proceso nos puede afectar, pero posiblemente olvidásemos cómo afecta a otras especies y seres vivos que hacen de la Antártida un lugar único.
Hace tan solo unos días, el diario The Guardian daba cuenta de la muerte de un gran número de pingüinos que quedaron atrapados por un gigantesco iceberg que les ha obligado a realizar un gran rodeo de hasta 60 kilómetros para alcanzar el mar. Hasta el momento se calcula que más de 150.000 pingüinos han muerto en su intento de llegar hasta la costa por alimento.
(Tomado de Yahoo noticias)