Hace 40 años falleció uno de los grandes de la literatura cubana: Alejo Carpentier

Editado por Julio Pérez
2020-04-24 05:00:47

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Alejo Carpentier en el diario Granma

La Habana, 24 abr (RHC) Tuve en mis manos por primera vez un libro de Alejo Carpentier, fallecido hace hoy 40 años, cuando recién graduada de periodista empecé a trabajar en la sección En Cuba de la revista Bohemia, en 1953. Ocurrió de una forma natural: Enriquito de la Osa, el director del famoso apartado, acostumbraba a reunirse los viernes –terminada la edición de la revista– con el personal que en ella escribía, expresa una crónica de la estelar periodista Marta Rojas en el periódico Granma.

Era habitual que llevara algunos libros y nos lo regalara. «Si no leen no serán nunca, pero nunca, periodistas», nos decía. Un día me dio un libro: «Este es especial para ti, Martica». Su título: El Reino de este Mundo, y es de Alejo Carpentier, me dijo. «¿Sabes quién es?».– Bueno, María Villar Buceta, la bibliotecaria de la escuela, hablaba de él, le respondí.

Su costumbre era que, al pasar unas semanas conversáramos sobre los libros. Un regaño fuerte para los que no tenían nada que decir. No fue mi caso, lo comenté y fui tan atrevida que sugerí cosas que, a mi juicio, le faltaban al libro… En 1960, el propio Enrique me pidió una nota para la Sección, sobre una Feria del Libro en la cual Alejo, a su regreso de Caracas, intervendría, en el Parque Central.

Carpentier me recibió en su oficina, con la mesa llena de papeles. Estaba en mangas de camisa. Le dije: «Usted no me conoce, pero yo lo conozco a usted, porque Enriquito de la Osa me lo presentó en un almuerzo… y me regaló un libro suyo». Se extrañó… le conté aquella experiencia y rio como un bendito.

 «Bueno, empecemos, yo te digo y tú escribes lo que estimes mejor sobre la Feria». A mí me sorprendió su afabilidad y desde ese
momento lo llamé hasta el último día, simplemente Alejo.

Esa misma mañana le prometí llevarle un libro mío, el primero, que acababa de salir. En realidad eran tres pequeños ejemplares, las primeras partes de El Juicio del Moncada, de la editorial Tierra Nueva. Se lo llevé al día siguiente y empezó a hojearlo en silencio, y luego me preguntó sobre aquellos hechos.

Para mí, ya Alejo y yo éramos amigos. Un día nos encontramos en la Casa de las Américas. «Oye, Marta, leí tu libro completo, diré que cuando salga de nuevo yo le voy a hacer el prólogo. Tú me avisas; donde quiera que yo esté, o se lo dices a Lilia».

Mi amistad con Lilia Esteban, su esposa, mujer de talento excepcional, se consolidó y un día la vi en La Habana, y le recordé lo que él me había dicho del prólogo. Más pronto de lo que yo imaginaba el prólogo llegó de Francia para las ediciones sucesivas de mi libro del Moncada.

Otras cosas se sumaron a aquella amistad espontánea: Coincidimos en Vietnam y varias veces en París. Cuando Lilia me veía discutiendo con Alejo en la cocina de su casa en París, sobre cómo se debía adobar determinado plato, me puso «La indómita».  Cuando Alejo recibió en Madrid el premio Miguel de Cervantes –cuya cuantía donó a Fidel para Cuba– se esperaba que pronto llegaría a él el Premio Nobel. La muerte no le dio tiempo, pero nuestro Alejo es, sin duda alguna, uno de los escritores y periodistas más extraordinarios, no solo de Cuba, sino del continente.

 

 

(Granma)



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