La Habana.- TRASCENDER a su tiempo es algo que solo algunos seres humanos tiene marcado, es una cualidad con la que llegan a este mundo y que por supuesto ni ellos mismos están advertidos.
Viven dedicados a la actividad que ellos eligieron, o quizás al revés, pero lo cierto es que entran en esa categoría de casi “dioses” para convertirse en seres imprescindibles para quienes llegan después.
Uno de esos hombres es sin dudas el ajedrecista cubano José Raúl Capablanca, que hace hoy exactamente 129 años nació en el Castillo del Príncipe en La Habana como augurio del Rey en que luego de convertiría.
Su trascendencia como genio del juego ciencia enriqueció la historia y fue tan grande su paso que resulta imposible abarcar cada uno de los momentos gloriosos y también los más tristes de una carrera considerada referencia todavía en la actualidad.
Con orgullo los cubanos hablamos de sus hazañas antes y después de coronarse campeón del orbe en 1921, son muchas las anécdotas que le involucran en los mejores torneos de su época o las que hablan de su comportamiento más allá de los tableros.
Sin Capablanca no puede hacerse la historia del ajedrez mundial y quienes le imitaron en eso de ser monarcas universales consideraron el estudio de sus partidas como parte imprescindible de su formación.
Es el único Latinoamericano coronado a nivel absoluto, rompió cánones de su época con una forma de encarar el juego diferente, interrumpió el reinado de 27 años del alemán Emmanuel Lasker y fue el mejor sin discusión entre 1921 y 1927.
Tal vez más que hablar de sus hazañas, vale recordarlo en este aniversario desde la forma en que le vieron algunos de sus contemporáneos y otras que le conocieron luego por el estudio de su legado.
Por ejemplo el propio Lasker dijo de él: «He conocido a muchos jugadores de ajedrez, pero entre ellos solo un genio, ¡Capablanca! Su ideal era ganar mediante maniobras. El genio de Capablanca se revela en su capacidad de poner a prueba los puntos débiles del oponente. La menor debilidad no puede escapar a su certera mirada».
Otro con halagos hacia el cubano fue su más acérrimo contrario, el ruso-francés Alexander Alekhine, quien le despojó del título en 1927 y siempre le negó la revancha.
Era tal la animadversión entre ellos que según reseñan historiadores cuando se enfrentaban ninguno permanecía sentado mientras su rival meditaba.
Alekhine, incluso, rehusó durante su reinado jugar varios certámenes en los que participó Capablanca.
No obstante le calificó como «el más grande jugador de ajedrez de todos los tiempos», y aseguró en una ocasión: «No entiendo ni ahora, después de tantos años, cómo he conseguido ganar a Capablanca en el match de 1927».
Tras conocer de su fallecimiento, ocurrido en Nueva York, declaró: «Capablanca le fue arrebatado prematuramente al mundo del ajedrez. Con su muerte hemos perdido a un gran genio ajedrecístico, de cuyo calibre nunca volveremos a ver».
Otro que ostentó la corona (1960-1961), el soviético Mijail Tal, conocido como “El genio de Riga”, aseguró: «Era un deleite ver la virtuosidad con la que aprovechaba pequeñas ventajas. En mis recuerdos guardo a un Capablanca de estilo claro y admirable.
»Él es la personificación de una técnica llevada a la perfección y al automatismo. Era un hombre de talento extraordinario. Su modo de jugar los finales es considerado el súmmum de la maestría».
Los más contemporáneos tampoco han escapado a la magia del cubano, considerado un personaje insustituible en sus formaciones.
Por ejemplo, el ruso Anatoly Karpov se ha declarado su más ferviente admirador en sus visitas a La Habana.
Monarca del orbe entre 1975 y 1985 y de 1993 a 1999, ha asegurado que «el ideal en ajedrez solo puede ser una imagen colectiva, pero en mi opinión es Capablanca quien se acerca más a esa imagen. Su libro fue el primer libro de ajedrez que estudié, de principio a fin. Por supuesto, sus ideas me influyeron».
Alguien tan polémico como el estadounidense Robert Fischer, el otro del continente americano que rompió la hegemonía europea al dominar el planeta de 1972 a 1975, confesó que «Capablanca se encuentra entre los jugadores más grandes, pero no solo por su habilidad en el final».
Para el norteño «su truco consistía en jugar aperturas lo más simples posibles, y entonces jugaba con tal brillantez en el medio juego que la partida quedaba decidida -aunque su oponente no siempre lo supiera-, antes de llegar al final».
En el ruso Garry Kasparov, merecedor él mismo de abundantes elogios por su sólida maestría y dominio mundial entre 1985 y 1993, el cubano ha provocado más de un comentario elocuente.
«Capablanca no conocía apenas la teoría y vivía -al menos la existencia cotidiana- fuera del ajedrez. Casi no hacía nada y trabajaba mucho menos que otros jugadores, lo que no le impidió ganar los torneos y encuentros más importantes, manteniéndose invicto durante años (de todos los campeones fue el que menos partidas perdió). ¿No es ésta una indicación de talento ilimitado, de indudable genio ajedrecístico?», expresó.
Con tales criterios resulta absurdo opinar nada más de un Capablanca nacido en esta pequeña Isla, totalmente genial y “tocado” por esa suerte que eleva a los humanos a otra dimensión para convertirlos en algo excepcional.
Tomado de Jit