La Habana, 20 oct (Cubadebate) Alfredo Despaigne pidió disculpas a la afición en la última línea de una publicación en Facebook. Despaigne, que tiene dolores constantes en las rodillas y Villa Clara lo ha elegido como refuerzo (lo de menos es Villa Clara, lo de menos es Eduardo Paret), sabe que las disculpas llevan delante un discurso proactivo, y que los discursos proactivos siempre son, en primera instancia, deliberaciones sobre la condición humana.
El granmense acaba de enterarse de que otros han decidido por él y por el resto. Estos “otros”, supongo, son los miembros de la Comisión Nacional de Béisbol. Pienso que, a alguien, probablemente pocos minutos antes de que comenzara el programa de los refuerzos, se le ocurrió que los contratados en Japón deberían ser elegidos (“elegibles”, ni se diga). Debe haber cierta soberbia en ello. Debe haber, incluso, cierta tendencia a glorificar cada decisión (todavía recuerdo declaraciones donde se hablaba de la gran aceptación que tuvo entre los managers la idea de reorganizar los clasificados a la segunda fase a partir de los juegos efectuados entre ellos).
Despaigne alude a la salud como elemento indispensable para que el público pueda disfrutar de ellos durante “cinco o seis años más”. Habla del tiempo de juego, “desde febrero hasta noviembre jugando pelota todos los días hasta el 100%”.
“Es un béisbol súper más difícil y más excitante que el nuestro allá”. La verdad más dura llega con “excitante”. La verdad más dura es también la verdad más obvia y ello implica que sea una verdad férrea, menos ajena si se quiere.
Explica que se ha lesionado tres veces. Nadie sabe eso, dice, “que jugamos con dolor por la falta de descanso”. Despaigne y el resto, cuando acaba la temporada japonesa, se convierten en los símbolos de una gestión arcaica, desvencijada, donde el jugador contratado es un paliativo que, presumiblemente, debería servir de opio para una afición que pasa los últimos años sospechando de todo y todos. Tanto se habla de la relación trabajo-descanso en el deporte nacional que, de tanto hablar, parece una consigna más, tan folclórica ella, como muchas otras.
El tema es que Despaigne lleva tres años sin descanso y ocho meses alejado de su familia. No cree que sea justo, como es lógico, esto que acaba de suceder. Algo que le preocupa es venir para Cuba a jugar en otra provincia, fuera de la familia, de los hijos, sin descanso. Para muchos, la familia es antes que todo, una necesidad. El resto son artefactos que condicionan esa necesidad.
Al inicio del último párrafo aparece el Despaigne más condescendiente. Piensa que Villa Clara y Sancti Spíritus quieren ganar con la ayuda de ellos, pero opina que lo mejor hubiera sido que no los pidieran. A continuación, explica que a fines de enero tienen que regresar a Japón para el campo de entrenamiento.
El nombre de Despaigne tolera demasiada autoridad en la cabeza de cada aficionado y de cada pelotero. Cuando a esa “autoridad” la gente comienza a percibirla plantando cara a las jerarquías, llega un proceso donde la autoridad se vuelve multiplicable y certificada por muchos.
Pese a ello, el jugador mantiene las esperanzas de disputar otros Juegos Olímpicos. Lo que menos implica eso, por ejemplo, es que al hombre le interesaría regresar al Tokio Dome con la camisa de la selección nacional. Cerca del final, menciona los problemas de Yurisbel Gracial, quien “fue a los Centroamericanos con los dedos fracturados” y de Liván Moinelo, que tiene “constantemente fatiga en el brazo”.
En las dos últimas líneas dice que no jugará, “cueste lo que cueste y piensen lo que piensen”. Envía saludos a todos y pide disculpas al “público de toda la Isla”.
Hay una especie de mesura en las palabras de Despaigne. Cuando aparece lo severo, viene detrás un argumento atenuante, casi apacible. Es, digamos, un tipo respetuoso que tiene un compromiso espontáneo de hablar frente a todos. Habrá, también, un momento en que gran parte de la gente termine aplaudiendo, como mínimo, porque en la última línea pidió disculpas.
Tomado de Cubadebate