Brasilia, 10 abr (RHC) Con la aprobación de solo un 32 por ciento de la sociedad y 30% que califica a su Gobierno de malo o pésimo, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, cumple hoy 100 días en el poder.
El 1 de enero el abogado Michel Temer entregó el cargo a Bolsonaro, quien se convirtió en el 38 presidente electo democráticamente en Brasil tras ganar los comicios de octubre con más del 55 por ciento de los votos, recuerda Prensa Latina.
Después de su llegada al Palacio de Planalto (sede del Poder Ejecutivo), nunca la extrema derecha tuvo tanta presencia en el sistema político nacional como en el contexto actual.
Pese a que los militares están lejos de la política desde el final de la dictadura (1964-1985), en este Gobierno desempeñan un papel fundamental y se ubican más ministros con formación marcial en el primer escalón que en la administración del general Castelo Branco (1964-1967), quien inauguró el ciclo de uniformados en el poder luego del golpe de 1964.
Una primera controversia sacudió el país cuando Bolsonaro suscribió un decreto para facilitar la posesión de armas de fuego a ciudadanos sin antecedentes penales en Brasil, donde casi 12 millones de personas viven en favelas, manchadas de sangre y pólvora por bandas delincuenciales.
A tono con su alabanza a la tortura, el mandatario registró recientemente una de sus acciones más repudiadas, al intentar celebrar en los cuarteles el aniversario 55 de la asonada que instauró una dictadura militar con más de 430 muertes y desaparecidos en 21 años.
Tras años sin distinción, la fecha del complot (31 de marzo de 1964) se hizo notable por el propósito presidencial de conmemorarla.
El anuncio hizo emerger la polémica y hasta la justicia tuvo que pronunciarse al respecto.
Entre otros altercados y dificultades que colocan al excapitán del Ejército en un callejón sin salida aparece la propuesta de reforma del sistema de jubilaciones y pensiones, entregada en febrero al Congreso.
La cuestionada iniciativa aún se mantiene empantanada en esa asamblea y, posiblemente, su aprobación o no podría definir la continuidad de Bolsonaro en el puesto.
El proyecto de modificación en la Previdencia es una de las principales promesas de campaña del presidente, con la que pretende ahorrar un billón de reales (cerca de 270 mil millones de dólares) en los próximos 10 años.
Como principal punto criticado en la reforma asoma la creación de un nuevo sistema de previsión, basado en la capitalización, como en Chile, y el establecimiento de una edad mínima para jubilación de 65 años para hombres y 62 para mujeres (actual 60 y 55), al final de un período de transición de 12 calendarios.
A lo anterior se suma que la tasa de desempleo trepó nuevamente y afecta a casi el 13 por ciento de la población.
Falta trabajo para 27,5 millones de brasileños, quienes en los últimos años encuentran más opciones en tareas informales, al margen del control tributario del Estado y de las disposiciones legales.
Por desavenencias, desgastes y fuertes cruces de palabras, Bolsonaro destituyó además en estos tres primeros meses a dos de sus ministros civiles: Gustavo Bebianno, de la Secretaría General de la Presidencia, y el titular de Educación, Ricardo Vélez Rodríguez.
No bastó la primera expulsión y el ultraderechista político nuevamente lidia con el fantasma de la corrupción en su familia y Gobierno.
La ruta del escándalo marca ahora a uno de sus hijos, el senador Flávio Bolsonaro, que por lo visto parece estar involucrado en otro desvío de recursos del fondo público electoral para contratar a la empresa de una exasesora y beneficiar asimismo a parientes de otra de sus funcionarias.
De igual manera en la rueda del infortunio aparece, junto a Flávio Bolsonaro y Bebianno, el ministro de Turismo, Marcelo Alvaro Antonio, sospechoso de usar abanderadas naranja (inscripción de mujeres que no reciben votos), para manipular fondos electorales.
En la arena internacional, Bolsonaro, sin importarle que de esta forma destrozó una tradición de los electos mandatarios brasileños de realizar su primera visita oficial a Argentina, cumplió un viaje a Estados Unidos, hecho que muchos analistas calificaron de confirmación de obediencia a los designios de la potencia norteña.
Cuando llegó a Washington, el gobernante brasileño no escondió su regocijo por abrazar a su ídolo, Donald Trump. Ambos tienen parecidas personalidades y coinciden en muchas formas de abordar la política y sus estrategias comunicacionales.
A Bolsonaro se le conoce como 'el Trump tropical' por su violenta retórica y abuso de las redes sociales en menoscabo de la prensa tradicional.
De acuerdo con críticos, otros pasos en falso los dio con su visita a Chile y apoyar el denominado Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur, al que muchos consideran nuevo mecanismo para no integrar a la región) y luego seguir rumbo a Israel para dejar entrever el posible traslado de la Embajada de Brasil de Tel Aviv a Jerusalén.
Nada al parecer le ha salido bien al exmilitar, ni en su venerada red social Twitter, su verdadera portavoz oficial.
Una reciente indagación publicada por la plataforma digital Aos Fatos (A los hechos) muestra 'la falta de compromiso de Bolsonaro con la verdad y la imprecisión de las informaciones divulgadas por él'.
La pesquisa revela que en los primeros 68 días al frente de la presidencia brasileña, el jefe de Estado dio 82 declaraciones falsas o distorsionadas. Los temas más frecuentes de fake news (noticias falsas) fueron economía, ideología y declaraciones acerca de nombramientos para el equipo de Gobierno.
El arcoíris de desaciertos, luchas internas e incumplimientos de lo prometido supera los 100 días que lleva en el poder.
Lo que más preocupa es la tensión que asomó en los nexos entre el Ejecutivo y el Legislativo por la reforma de la Previdencia.
De agravarse la crisis entre ambos poderes, según entendidos, caería en desgracia Bolsonaro, el más impopular de los presidentes en la historia reciente de Brasil, el proyecto insignia de su administración en el Congreso y por ende también colapsaría el Gobierno.
(Prensa Latina)