Santiago de Cuba, 30 jul (RHC) A esos hombres que mueven pueblo, que conquistan llanos y montañas, que miran con luz de aurora y su voz es la voz de todos, perteneció Frank País García, el joven revolucionario al que con más de 20 balazos en su cuerpo la tiranía batistiana creyó, hace 62 años, que enterraría en el olvido, cuando en realidad lo subió a la cúspide de los eternos, destaca el periódico Granma.
Cuba recuerda este 30 de julio a quien la lealtad a la causa –que sellara al decir «el día que quede un solo cubano que crea en esta revolución, ese cubano seré yo»–, la fe infinita en la victoria y la valentía irradiada con su ejemplo, lo convirtieron, al decir del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, «en símbolo de toda la generación que se sacrificó».
Tan solo 18 años tenía aquella mañana de la Santa Ana en que el tiroteo escuchado en su casa desde el distante Moncada lo estremece, quiere saber lo sucedido y trata de llegar al cuartel, pero los guardias lo impiden. Por la noche logra penetrar y ve en el suelo los cuerpos acribillados que luego describiría como «llenos de sangre, de balas y de honor».
«Después de aquella acción y la matanza que le siguió –referiría el General de Ejército Raúl Castro Ruz–, Frank agrupó a lo mejor de la juventud santiaguera… Él quiso continuar la lucha en cuyo inicio no había participado, y cuando se crearon las condiciones con la mayor naturalidad (…) puso a sus combatientes y se puso él mismo bajo las órdenes de Fidel…».
Si faltase una prueba de esa entrega, el alto sentido de la responsabilidad y su indiscutible liderazgo en la lucha clandestina, la aporta Fidel al confiarle, el 30 de noviembre de 1956, la estratégica y crucial misión de levantar en armas a Santiago de Cuba, en apoyo al desembarco de la expedición que, en el Granma, se jugaba el destino del país.
Santiago de Cuba debía empinarse a la altura de la Sierra Maestra, donde después Frank pasaría un día entero hablando con Fidel, evaluando refuerzos en hombres, armas y otros recursos que cumple, pues jamás serán «abandonados nuestros bravos combatientes, que arriesgan diariamente sus vidas y sufren mil penalidades y sacrificios (…) bajo la amenaza del enemigo».
Por estas acciones, cada uno de sus pasos tenían fijadas jugosas recompensas por la tiranía, es así que la tarde del 30 de julio, a causa de una delación, lo sorprenden en la calle San Germán.
Dicen que del estrecho y apartado Callejón del Muro, los disparos a quemarropa ordenados por el siniestro teniente coronel José María Salas Cañizares, repicaron en las campanas de la cercana Iglesia de San Francisco y en cada rincón de la ciudad.
Miles de santiagueros acompañaron su sepelio unido al del firme compañero Raúl Pujol, asesinado primero a escasos metros. Los pétalos de rosas lanzados desde balcones y las consignas revolucionarias, obligaron al repliegue de las fuerzas de la dictadura. Despedían al «más valioso, el más útil, el más extraordinario de nuestros combatientes», como dijo Fidel; uno de esos hombres, como expresara Raúl, que «penetran hondo y definitivamente en el corazón del pueblo».
(Granma)