Ese hecho demostró la hidalguía de las mujeres y los hombres de Bayamo. Foto: Ilustrativa
La Habana, 12 ene (RHC) Nunca antes un firmamento enrojecido por las llamas de un fuego de rebeldía dijo tanto de la grandeza de un pueblo que, sabiéndose libre por vez primera, prefirió que ardiera su propia ciudad antes que someterla nuevamente al látigo del opresor.
Era entonces el 12 de enero de 1869, cuando Bayamo –convertido en una pira gigantesca de heroicidad y patriotismo– dejó de ser solo cuna de miles de familias y urbe emancipada por el primer Gobierno patriótico de la Isla, para erigirse sobre brasas, aún humeantes, como la antorcha de dignidad de una nación.
Aquella dramática decisión de quemar la ciudad –que desde el 20 de octubre de 1868, al calor de un himno patrio y de una naciente República en Armas liderada por Carlos Manuel de Céspedes, había amanecido con el sol de la independencia– fue la respuesta de los bayameses al conocer sobre el avance hacia el poblado de tropas españolas, capitaneadas por el conde de Valmaseda, tras derrotar en sangriento combate a las huestes cubanas.
Ante la carnicería que se avecinaba, la determinación –acogida por la mayoría de los pobladores– fue una: prenderle fuego a la urbe. «¡Que las cenizas de nuestros hogares le digan al mundo de la firmeza de nuestra resolución de libertarnos de la tiranía de España!», se escucharía decir en aquellos instantes decisivos.
En su obra Bayamo, el historiador José Maceo Verdecia así lo describiría: «¡Patético y conmovedor espectáculo el que ofrecía aquel conjunto llameante ante la impasibilidad del cielo congestionado de asombro! (…) ¡Rebeldía suprema de un pueblo en aras de su liberación!».
El saldo sería, además, devastador. Una ciudad en ruinas, casas e instituciones públicas calcinadas, la papelería oficial destruida y los bienes materiales devenidos promontorio de escombros.
Mientras –con el decoro como mejor pertenencia y el cielo como único techo–, un pueblo entero enrumbaba un peregrinaje hacia el monte incierto, o en busca de cobija en algún poblado cercano. Allí, víctimas de la intemperie y de una cruel cacería humana desatada por los españoles, muchos de aquellos heroicos bayameses sufrirían de hambre, enfermedad y hasta la muerte.
Por su parte, las tropas de Valmaseda, obligadas a esperar tres días para poder entrar a la urbe, solo encontraron un amasijo de humareda oscura con algunas llamas crepitantes, que en medio de un revolotear de palomas agigantó, aún más, el sublime acto de sacrificio colectivo escrito con fuego y valentía.
Hoy, 155 años después de aquel incendio glorioso, la historia nos recuerda que la llama libertaria no se apagó jamás. Desde entonces Bayamo fue símbolo y crisol, esencia y guía; un asidero insoslayable para avivar nuevas llamas independentistas que ardieron luego, en el arrojo de otros hombres y mujeres, y en la alborada soberana de un enero victorioso que resplandece hasta nuestros días. (Fuente: Granma)