Actuó por instinto. Cuando este domingo Karla Alonso respondió que sí a la llamada telefónica, no era consciente de lo que estaba haciendo. Minutos después, mientras planchaba el uniforme de su novio, algo en ella se quebró. “Tuve miedo”, respondió mientras yo esperaba ansiosa a todas sus respuestas al otro lado de la pantalla.
Karla estudia periodismo en la Universidad de Matanzas, cursa el quinto año. Este domingo la han convocado, vía telefónica, como personal de apoyo para el cuidado de pacientes sospechosos de portar la COVID-19 que se encuentran en esa casa de altos estudios, donde radica uno de los centros de aislamiento de la provincia.
Sí, fue su primera respuesta. La adrenalina de los veinte años siempre supone un sí, incluso para esto. Luego te gana el miedo. Repasar mentalmente su corta existencia en unos minutos mientras el humo de la plancha le subió a los ojos le aflojó una que otra lágrima. Realmente lo que menos puede sentir alguien que tiene toda la vida por delante es miedo.
Pero a Karla la valentía le llega de cuna. Su madre, lo más parecido a Mariana Grajales que “he visto” en estos tiempos, le puso la mano en el hombro. Si su primera respuesta había sido sí, ella debía seguir a su instinto, “porque las personas buenas actúan con el corazón y si hay que hacerlo, es tu deber. Es más, si no lo haces tú, yo me voy para la universidad”, sentenció.
Esta mujer, costurera de oficio, lleva días sin hacer una guayabera, su prenda estrella. Ha confeccionado nasobucos para regalar a todo el que lo necesite. Cuando su hija le comentó de la propuesta, aunque nerviosa, se sentó nuevamente a la máquina de coser para terminar unos cuantos más, que según ella, le serían necesarios.
Junto con esta joven, se incorporaron al primer llamado de voluntarios tres personas más, casi todos de la misma edad. Recién graduados de veterinaria, pedagogía y derecho, acompañan a dos médicos y dos enfermeros.
Durante unos quince días, su misión allí será servir los alimentos, fregar, limpiar los cuartos del personal médico y el local donde trabajan. Además de lavar la ropa de cama de estos, pues la de los enfermos se lleva directamente al hospital para ello. Desde entonces, otro grupo de jóvenes se prepara para relevarlos.
“Interactuamos poco con todos los demás. Los médicos y enfermeros duermen en una habitación y nosotros en otra. Estamos en el hotelito de la universidad, nos distribuyeron cuatro por cabañas, y somos dos en cada cuarto”. Responde con serenidad ante mi insistencia por conocer el nivel de riesgo al que se exponen.
A esta niña la vida le ha cambiado en un segundo. Me digo mientras estoy a la espera de otra respuesta. Hemos cortado el chat un momento, porque ha hecho falta para algo allí. Ya me ha dicho antes que hasta ese entonces, hay aproximadamente unas 13 personas, entre matanceros y cardenenses. “Quienes han llegado hasta aquí es porque han tenido contacto con casos positivos”, me aclara. El viernes 27 de marzo, la prensa nacional reportó que el primer evento de transmisión local en Cuba ocurrió en esta provincia.
Le han garantizado nasobucos, gorros, batas. Disfrazada así Karla subió una foto a Facebook donde hacía pública a toda su lista de contactos la grandeza que se esconde en una niña tan delgada. Apenas la reconocí, tuve que revisar una y otra vez su publicación, y sin más me decidí a escribirle por privado.
Mientras hablamos me pide un minuto, dos, tres. Llora y se seca las lágrimas una y otra vez. “Esto es duro, porque sabes que si no tomas todas las medidas también puedes contagiarte, porque además no vas a ver a tu familia por un tiempo. Cuando termine, tendré que aislarme también otros 15 días, por mi bien y el de ellos”, responde y supongo que lo hace entre sollozos.
Pasó la noche desvelada, abrazada a su novio y pensando en todo, lo bueno y lo malo. Recordó los estragos que la influenza AH1N1 hizo en su familia, y quedó más que convencida de que ella hacía falta esta vez.
“Mija, esto es difícil, créeme. Trabajamos bastante. Aquí se les da el desayuno, la merienda, el almuerzo, otra merienda en la tarde y luego la comida. Empezamos desde bien temprano, porque antes del desayuno se les cambia la ropa de cama y cuando terminan cada comida limpiamos todo el local donde trabajaron los médicos y se sirvieron los alimentos. Después volvemos a fregarlo todo de nuevo”, sentenció.
Me pongo nerviosa y le doy ánimo. Cambio un poco el tema, para no presionarla. Entonces hablamos de su tesis, aún en proceso. Cuando todo esto pase, será una de las licenciadas de la carrera en esta universidad. Seguro se va a trabajar a Radio 26, la emisora provincial, donde desarrolla su trabajo de diploma, una propuesta de convergencia periodística para el medio. No quiere detenerse, que se le acumule y atrase el trabajo pendiente. Por eso ha traído una laptop consigo y cada noche dedicará al menos media hora a escribir su investigación.
¡Mira qué eres valiente! Alcanzo a decirle, anonadada. Estuve cerca de ella en varias ocasiones. Años atrás, cuando casi yo acababa mis estudios en Matanzas, impartí una clase en su grupo. Coincidimos otras tantas veces en los pasillos, las aulas o las cabinas de radio.
A esta niña le aficionan los micrófonos. La recuerdo mucho al frente de la radiobase universitaria, o en coberturas en tiempo real para Radio 26. Pero a Karla la conoce toda la universidad, en varias generaciones, por su vínculo con la FEU y con cuanta actividad fuera necesaria. Por eso, esta noche, mi aplauso va también para ella.
(Tomado de Cubahora)