por Harold Iglesias Manresa
La Habana, 25 enero- Quizás esté relacionado con el repiquetear embriagador de las congas los domingos a partir del mediodía, o con esa fuerza que le confieren a los Orishas de la religión Yoruba.
Cuba tiene una gran mixtura cultural y de raíces en su formación de nacionalidad. La Habana alberga una buena parte de ese mural de etnias, lugares, sucesos.
Soy de las personas que intenta interpretar cada uno de esos sitios cuando los late: Quizás por eso, pese a la avalancha humana perenne que transita por la Calle Obispo, recorrerla se me antoja como desmontar un mural multicultural, el pequeño Barrio Chino, más allá del asedio de los gastronómicos para incitarte a comer en sus establecimientos, igualmente posee sus lecturas, la interacción con sus moradores aporta mucho a nuestro acervo cultural.
Sin embargo, el Callejón de Hamel tiene un magnetismo sui géneris.
Quizás esté relacionado con el repiquetear embriagador de las congas los domingos a partir del mediodía, o con esa fuerza que le confieren a los Orishas de la religión Yoruba.
Sencillamente si usted anda cerca de la arteria San Lázaro, entre Aramburu y Hospital, deberá hacer una escala obligatoria en el Callejón de Hamel.
Mi última visita fue para acompañar a un amigo músico, Jeff Harshbarger, jazzista en Kansas, Estados Unidos y con influencias, contrabajo en mano de los pesos pesados en Nueva Órleans.
¡Amazing, amazing! No paraba de decirme, pese a la multitud de personas, fundamentalmente visitantes foráneos que coparon los 200 metros de calle en aquel mediodía dominical. Contagiado por el ritmo de las congas, el colorido de los moradores del Callejón vistiendo y representando los estilos danzarios propios de cada deidad, Jeff soportó el azote del sol, y hasta dejó mover su gigantesca anatomía, presa de la sonoridad afrocubana.
Tuvimos la suerte incluso de intercambiar algunas palabras con el pintor, escultor y muralista Salvador González, líder del proyecto comunitario que desde 1990 involucra a muchos.
“Es sumamente interesante ver cómo se vinculan con la comunidad, los talleres de pintura y danza que imparten a los niños, la manera en que de generación en generación heredan conocimientos sobre la cultura afrocubana, y sobre su religión también”, me comentó Jeff tras explicarle algunas particularidades del proyecto.
Lo cierto es que cada vez con mayor fuerza, aumenta el número de visitantes a la sui géneris calle-proyecto, interesados en vivir de primera mano un acercamiento con nuestros ancestros, u orígenes.
El atractivo, el folclor y el baile, están asegurados, así como la espontaneidad desde que usted avizora la entrada, diseñada con piedras sobre piedras y que representan lo imperecedero de Dios y de los Orishas. Estas piedras, también conocidas como Otanes, según recoge la sabiduría popular es donde se consagran los dioses guerreros Elegguá, Oggún, Oshosi y Ozun.
GÉNESIS:
La identidad cubana, siguiendo la frase de Don Fernando Ortiz, es un ajiaco bien cargado de ingredientes. El callejón de Hamel no es la excepción y justo al doblar por San Lázaro, usted podrá divisar una bandera de Francia en el poste próximo a la entrada.
Sucede que el Callejón debe su nombre a Fernando Belleau Hamel, ciudadano estadounidense de origen franco-alemán dueño de esos terrenos de la barriada de Cayo Hueso a principios del siglo XX. Hamel puso en marcha un negocio de materia prima y fundición que sirvió para que muchos de los habitantes del territorio obtuvieran trabajos decentes, en su mayoría negros y chinos, incluso impulsó la construcción de viviendas para estos trabajadores en los alrededores de la barriada.
Extrapolándolo a la actualidad, justo esa ha sido una de las mayores pretensiones de Salvador González: inmiscuir a todos los miembros de la comunidad en algunas de las vertientes o expresiones que conviven en el Callejón, como parte de un proyecto sociocultural que encuentra en la cultura afrocubana su principal leit-motiv.
González Escalona desplegó todo su gen creador y llenó de colores el Callejón y sus inmediaciones, a veces a favor de la corriente, otras con cierta reticencia institucional y detractores.
El tiempo se encargaría de darle la razón y tatuado en una de las paredes versa sobre esa cuestión una de sus más populares frases: “Yo puedo esperar más que tú, porque soy el tiempo”.
Por fortuna, actualmente el Callejón de Hamel es considerado un proyecto cultural de relevancia en la palestra nacional, y como tal, ha ganado visibilidad en ese concierto y constituye uno de los epicentros cuando de intercambios y visitas de instituciones asociadas a la cultura se trata.
Esa es una de tantas ideas, o frases plasmadas en todas las fachadas como cadáver exquisito. Los edificios que lo rodean están pintados con colores vivos, ilustrativos de la religión Yoruba, además de relatar diferentes episodios asociados con cada una de las deidades africanas. Usted puede sentarse en el trono de Shangó, leer un pensamiento martiano o de Fernando Ortiz, disfrutar al detalle de instalaciones realizadas con todo tipo de objetos, especialmente de metal como herraduras, llantas de bicicletas, máquinas de escribir en desuso, bañaderas, armazones de paraguas, en fin…la consagración de los hierros al orisha Ogún, también encierra un mensaje.
El sincretismo posibilita que en el Callejón cohabiten representaciones de deidades cristianas que se han asociado al panteón Yoruba e incluso, un santuario (Nganga) que representa la práctica del Palo de Monte, religión procedente del Congo.
Huellas indelebles de diversidad e imbricación de creencias y pensamientos, hacen que no parezca raro ni alocado hallar representaciones como un maniquí que simboliza a una deidad africana junto a un pasaje del libro “El Principito” del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, acompañados de un busto del Apóstol cubano José Martí.
Más de un cuarto de siglo de impulsos abriga el Callejón de Hamel, desde que en 1989-1990comenzó a gestarse como proyecto social. Entonces Salvador González decidió arreglar todas las fachadas en mal estado de las casas, a raíz de la petición de un vecino.
Murales de interés notorio que intentan reflejar de manera abstracta algunas pistas mítico-religiosas de la cultura afrocubana y su cosmovisión, junto a las necesidades sentires, frustraciones y deseos más profundos de los habitantes del lugar, dando como resultado una amalgama de sentidos e imaginarios colectivos que ilustran las esencias de los lugareños.
El Callejón es mucho más que una galería comunitaria o un “museo al aire libre” como muchos le han llamado, es una experiencia que hay que vivir, latir. Sencillamente es un pedazo de nuestra identidad. Eso justifica sobremanera el interés creciente y perenne de muchos visitantes foráneos, que al igual que Jeff, quedan impresionados con nuestro empuje y fortaleza para enfrentar la realidad cotidiana.
(Cubasí)