Por María de las Nieves Galá León/Trabajadores
Han pasado algunos años desde que Tamara Cobas Columbié tomara la decisión de su vida y cada día se convence de que no se equivocó: hoy es la única mujer que se desempeña como práctico de puerto en Cuba.
“Es algo lindo de lo que una se enamora”, dijo con seguridad y luego afirmó, como si se refiriera a una persona querida: “Los barcos tienen energía y también alma; a pesar de ser tan grandes, tú los conduces y los puedes dominar. He trabajado buques de esloras grandes, con gran calado, que exigen maniobras complejas”, aseveró.
Cuando relata vivencias de su trabajo, cuesta imaginarla subiendo a una de esas embarcaciones a las que ha tenido que enfrentar. Y es que el practicaje, a la par de ser un oficio apasionante, exige valentía y destreza; hay que desafiar las diversas situaciones: mal tiempo, noches de frío, oleaje, lluvias, e incluso, momentos en los cuales se puede jugar la vida.
Llegar a un puesto que durante siglos ha sido privativo de los hombres no fue cuestión de suerte, sino de tenacidad. En sus referentes estuvo el nombre de Orquídea Pérez Hernández, quien en la década de los 60 del pasado siglo retó todos los patrones machistas establecidos y marcó una ruta diferente en el practicaje.
Esta labor, considerada una de las profesiones más antiguas, se mantiene como imprescindible en la seguridad de la navegación, mucho más si se tiene en cuenta el peligro que desde el punto de vista económico, ambiental y para las personas pueden representar los buques de cargas. Las tecnologías seguirán influyendo en la navegación, pero el practicaje no podrá ser sustituido.
El inicio de la historia
Graduada como licenciada en Ciencias Náuticas, en la Academia Naval Granma, recuerda esa etapa como trascendental, pues le posibilitó habilitarse con las exigencias propias de la especialidad, en la que se imparte un programa de alta calidad.
En aquel momento no imaginó que un día iba a ser práctico de puerto, pero las cosas, comentó, van llegando poco a poco. Natural de Ciego de Ávila, se enamoró de un joven de Banes y fue a vivir para allá. Entonces trató de buscar empleo en algo que fuera afín a lo que había estudiado.
“Primero fui a la Agencia de Turismo y me hicieron una resistencia terrible. Unas compañeras me preguntaron: ‘Pero, ¿qué tú vas a hacer en una marina?’ Yo les respondí que tenía título de patrón, lo que normalmente solicitan para esa plaza. El hecho de que no haya existido antes una mujer, no quiere decir que uno no lo pueda realizar. Esas son a veces las barreras con las que una tropieza; de hecho, aquello fue molesto para mí y no volví”, relató.
Alguien le habló de los prácticos y se presentó, pues reunía los requisitos que exigían; no obstante, tuvo que someterse a las pruebas necesarias durante el período de preparación de aspirante al puesto. Dedicó tiempo a estudiar las características del área geográfica en que está ubicado el puerto, hasta que fue examinada por especialistas de Seguridad Marítima en Santiago de Cuba, quienes emitieron el certificado que la acreditaba como práctico.
Así fue asignada a la estación de Antillas, en la provincia de Holguín, con la responsabilidad de atender las bahías de Nipe, Nicaro y Vita.
Cuenta que cuando llegó a la estación para comenzar a ejercer, varios de los hombres dudaron y pusieron resistencia. “Decían que yo no iba a poder coger la escala, sobre todo en época de frío, cuando las olas son muy altas. En realidad fue difícil, pero poco a poco fui adquiriendo seguridad. En los inicios iba con un compañero ya veterano en esas lides. Asimilé de los que tenían más experiencia, a ellos les agradezco porque el oficio se aprende de los mayores”.
Reconoce que al principio, cuando los capitanes me veían, sentían temor de poner la seguridad de su barco en manos de una mujer. “Esa fue una de las primeras barreras: lograr que los capitanes se adaptaran a verme en el lugar donde históricamente estaban acostumbrados a observar a un hombre”.
La maternidad, otro reto
Un sueño en la vida de Tamara aún quedaba por cumplirse: el hijo deseado. Pero ese fue otro reto a enfrentar. Muchos apostaban a que cuando saliera embarazada iba a tener que abandonar el trabajo. “Fue una contienda dura. En nuestra labor no podemos pasar más de un año sin hacer prácticas porque se pierde la categoría; por ende, luego del parto me incorporé cuando el bebé tenía tres meses.
“Tuve un embarazo de riesgo, debí cuidarme mucho, no podía hacer fuerza e hice reposo. Mami venía de vez en vez, se pasaba un mes conmigo y me ayudaba; después las nanas me cuidaban a Fernandito; gracias a ello pude mantener mi trabajo”.
Según asegura, una de las mejores cosas que le ha sucedido es su matrimonio. “Sin un compañero que te apoye y te ayude, no es posible. En varias oportunidades he tenido que revalidar el título, ausentarme días y ahí ha estado él”.
Feliz por las cosas que la vida ha puesto en su camino, ella sigue desafiando mares y también obstáculos. Hoy siente el respeto y la admiración de sus compañeros y espera que otras mujeres lleguen también a convertirse en prácticos de puerto. “Si se lo proponen, lo logran”.