por Orlando Carrió
En las postrimerías de los novecientos y los primeros años de este siglo logra una gran popularidad en Santa Clara el mítico Cascarita (Martín Chávez Espinosa), quien, a pesar de su insoportable mala dicción, propia de la mezcla étnica entre el negro y el chino, y el goce por lo popular, sabe colocar su voz de manera perfecta para traernos de regreso un repertorio criollo y vitrolero ciento por ciento. Yo una vez lo vi en el cierre de un evento nacional y quedé clavado como una estaca. ¡Al tipo no había quién se le resistiera!
Según revela Giselda Hernández Ramírez en su Diccionario de la música villaclareña, Cascarita nace el 3 de abril 1933, en la ciudad más central de Cuba y, tras cursar la primaria en La Pastora y ofrecer bullangueras serenatas con tríos y cuartetos, se enrola, a partir de 1948, en agrupaciones como la orquesta Hijos de Arcaño y el Trío Juvenal Quesada, con el cual graba los temas musicales de los programas de Radio Tiempo y Radio Cadena Central de la emisora CMHW. Más adelante, incursiona en la Orquesta de Benny García y, sobre todo, en la Venecia, donde comparte escenario con figuras de la talla de El Indio Araucano, Fernando Álvarez y los hermanos Luis y Rolando Laserie En 1959 viaja hacia La Habana para seguir haciendo música con el grupo Peruchín y vive varias aventuras con los conjuntos Moderno de Alfonso y Sonora Cubana.
No obstante, más allá de esta trayectoria múltiple y pretenciosa hay algo curioso. El Cáscara, el del paso lento, la sonrisa eterna y el saludo que se regala, no tiene una idea clara sobre el bien y el mal: no vive jamás el asedio de los compositores y productores; no conoce las leyes de la mercadotecnia ni ha explotado su voz para buscar lujos y prebendas. Lo suyo es un oficio lleno de sentimientos que nace con él o alguien le enseña sin acordarse de los egoísmos terrenales. Jorge Ignacio Pérez, de Bohemia, lo entrevista en mayo de 2001, cuando anda casi por los setenta y sigue en la lucha diaria por la subsistencia con la valentía del cactus que se ríe de la falta de aguaceros:
«Nació para vocalizar la música popular —indica el periodista—. Con la mirada fija en el vacío, hundido en su “clásica” pachanguita de fibras de yarey, rasgando un güiro en un segundo plano sonoro, parece un cuerpo de cera que ocupa un lugar en el espacio, inmóvil, excepto sus manos. Sin embargo, en sus cuerdas vocales está toda la dinámica necesaria para revolvernos la sangre, para transportarnos subjetivamente a la epopeya de las guarachas, los boleros y los sones reposados de los 40, 50 y 60».
Durante años, el juglar se presenta en Los Viernes de la Buena Suerte del santaclareño Mejunje, el centro nocturno de los roqueros, troveros de la nueva onda y hasta travestis, quienes despotrican contra toda la galaxia y, paradójicamente, se hincan ante un cantor a quien no le interesan ni los estudios, ni los nuevos estilos, ni el tiempo, ni las edades, ni las modas, ni los morbos. Este mismo fenómeno se observa en el portal de la Casa de la Cultura Juan Marinello, en el concurrido entorno del parque Leoncio Vidal, donde los peatones rememoran los días en que Cascarita vocalizó una ranchera junto al divo mexicano Jorge Negrete, en la puerta del teatro La Caridad, y logra actuar, con brevedad, junto a Benny Moré. Su espectáculo huele a viejo, pero a él esto no le importa mucho: le basta un sorbo de Legendario y un tema nostálgico para echarse al gentío en el bolsillo.
Cascarita se convierte en 1990 en la voz líder del quinteto villaclareño Los Fakires, dotado de una estructura tímbrica atípica, y cultor durante décadas al feeling. Con este conjunto participa en 2011, en su tierra natal, en la tercera edición del Son más largo, un festival repleto de grupos y orquestas, y graba varios discos para la EGREM que se escuchan, a ratos, en Radio Taíno. Aunque él poco entiende de esto, a pesar de sus giras por Francia, España y otros países, de ostentar la Orden Raúl Gómez García desde 1968 y de poseer una de las mejores voces de la música tradicional. Al entonar «Niebla del riachuelo» o cantar a coro el sabroso son «¡Que se me caigan los dientes si miento!» logra una consagración casi empírea. «De los negocios que se ocupen otros, carajo» —cuentan que murmura con frecuencia a sus compinches de cuentos y jaladeras poco antes de fallecer en el 2012 con la misma poca ropa con que llegó al mundo y un diamante en la garganta que nunca le hizo concesiones del Diablo.
(CubaSí)