Por Orlando Carrió
El universo arrabalero, mezcla del español y el negro, devenido criollo con los años, no se ha cansado de parir figuras emblemáticas, convertidas, algunas de ellas, en fuentes de inspiración de obras musicales claves de la cultura nacional, como la María la O de Ernesto Lecuona y el popular son Papá Montero, escrito por Eliseo Grenet en circunstancias bastante tumultuosas y popularizado por decenas de orquestas y solistas en casi todo el mundo.
¿Qué personaje motivó a este último creador para regalarnos su «Papá»? Bueno, vayamos por partes, porque, en realidad, hay dos individuos con este apelativo, lo que con los años ha generado más de una acalorada discusión entre los biógrafos y contadores de leyendas, hijos majaderos de los mitos, las realidades y los calentamientos cerebrales. ¡Si lo sabremos nosotros!
El primero de ellos residió a principios del siglo XX en Isabela de Sagua, pueblo costero situado en el norte de la actual provincia de Villa Clara, en el centro de Cuba.
Era un negro con cabeza de algodón, dientes impecablemente blancos, sombrero de jipijapa, guayabera y pantalones de pliegues y lustrosos zapatos de dos tonos, a quien nunca, a pesar de sus muchos años, abandona la alegría de vivir.
Este Papá gusta de bailar rumba haciéndose acompañar de lindas mulatas y no se pierde nunca una fiesta o barullo, donde le da riendas sueltas a los tragos, broncas y fugaces amoríos, en franca competencia con otro alborotado: José Rosario Oviedo, alias Malanga, máximo exponente de la Rumba Columbia.
Por supuesto, cuando un desconocido le da una puñalada en un carnaval, muere con una gran sonrisa y su funeral es un festival de tambores, tumbadoras, trompetas, guitarras, claves, cencerros e improvisaciones de los cantantes que les sacan chispas a las beatas de la localidad.
El Papá Montero de Sagua
A pesar de este ambiente de parranda, en su velorio ocurre un hecho que merece la pena rescatar. Después de las loas que lanzó uno de sus amigotes, la viuda, que hasta ese momento lucía atribulada, se acercó al féretro de madera, y en medio de un silencio sepulcral, gritó con todas sus fuerzas, de manera casi gutural:
¡¡Canalla… rumbero!!
Entonces, el coro de dolientes, sorprendido, agregó a capela:
A velar a Papá Montero, ¡zumba!… canalla… rumbero.
Y todos, riendo, le dieron su apoyo a la negra vieja que, herida en su amor propio, encontró, al fin, la ocasión para desahogarse.
El acontecimiento fue muy comentado en la época y el compositor Eliseo Grenet, medio hermano del fallecido, según dicen las malas lenguas, lo rescata en la década del 40 en una conocida composición que evidencia la afición del cubano a tirarlo todo a broma, incluso, la muerte.
Señores, señores, los familiares del cadáver me han confiado para que despida el duelo del que en vida fue Papá Montero.
A llorar a Papá Montero, ¡zumba!, canalla, rumbero.
Que era un viejo muy zalamero, ¡zumba!, canalla, rumbero.
Pero llora... llora… llora… llora… llora la rumba, canalla, rumbero.
Muy cordial y muy zalamero, ¡zumba!, canalla, rumbero.
El guateque ya está en el cielo, ¡zumba!, canalla, rumbero.
Pero qué rico baila al compás del cuero, canalla, rumbero.
Toda la gente en el barrio llora… y llora la rumba.
Todo el mundo lo quería, querían a Papá Montero (…).
Es bueno apuntar que esta letra ha dado pie a innumerables versiones, entre las que se destacan las del trío Matamoros, Tata Pereira, Antonio María Romeu y María Teresa Vera, a dúo con Rafael Zequeira, las cuales contribuyen al creciente de la popularidad de Grenet, quien luego de su «Papá» empieza, poco a poco, a alcanzar la cima con temas musicales al estilo de La mora, Las perlas de tu boca, El tamalero, y otros.
El pintor cubano Mario Carreño le rinde homenaje al libertino anciano de Sagua con el óleo Los funerales de Papá Montero (1949) y el Poeta Nacional, Nicolás Guillén, escribe su «Velorio de Papá Montero», perteneciente al libro Sóngoro Cosongo, de 1931.
Para Guillén, cultor como pocos de la imaginería popular, este Papá será un negro calavera, guapetón y rumboso, de camisa colorada y melena planchada.
Bebedor de trago largo,
garguero de hoja de lata
en mar de ron barco suelto.
Jinete de la cumbancha:
¿Qué vas a hacer con la noche,
si ya no podrás tomártela,
ni qué vena te dará
la sangre que te hace falta,
si se te fue por el caño
negro de la puñalada?
¡Ahora sí que te rompieron,
Papá Montero!
Papá Montero está también presente en el poema «Comparsa habanera», de Emilio Ballagas (Con plumas plumero / de loro periero / se adorna la parda / Fermina Quintero. / Con las verdes plumas / del loro verdero / ¡Llorando la muerte de Papá Montero!), mientras que el poeta mexicano Alfonso Reyes no duda en disfrazarlo de brujero (Concertar sones de marimbas y güiros / en el entierro de Papá Montero, / ñáñigo de bastón y canalla rumbero).
Como si lo dicho fuese poco, Octavio Cortázar lo recuerda en La última rumba de Papá Montero, un documental de ficción de 1992, mientras que Enrique Pineda Barnet hace alusión a él en La Bella del Alhambra.
Por su parte, Manuel Villabella, en una revista Antenas de 1997, nos habla sobre otro Papá Montero, el cual contradice las miles de historias inventadas sobre el bullanguero villareño por músicos, poetas y dramaturgos y no parece haber influido de manera directa en la obra Eliseo Grenet.
El tipo es de San Luis, en la actual provincia de Santiago de Cuba, desciende de isleños, y desde 1919 arrastra sus 350 libras de peso como chofer de un Ford de alquiler adornado con letreros llamativos.
A pesar de su gordura, el fulano se amarra un pañolón a la cintura y baila enfebrecido una rumba, un guaguancó o un mambo, acompañando sus «coreografías» con poses humorísticas y dicharachos.
Además, ama a los niños: cuando pasa por Las Cuatro Esquinas, locura de cafetines y carros de frutas, reparte entre ellos monedas de «a medio». De ahí el mote de Papá que adereza su verdadero nombre (Luis Felipe Montero) hasta su muerte ocurrida en Palma Soriano, en los años sesenta del siglo anterior.
Así y todo, Papá Montero no habría salido de su intrascendencia si la compañía de teatro del cienfueguero Arquímedes Pous no hubiera llegado a San Luis en 1922, antecedida por los trajines de Filiberto Jorge, quien, bocina en mano, ensalza a los bufos y les pone la carne de gallina a los «boliteros» temerosos de perder la clientela.
Por caprichos del destino, Pous, famoso por interpretar a un «negrito» ingenuo, jocoso, y de pésima fonética, se monta en el taxi de Papá y, rendido ante el carisma de su anfitrión, decide escribir un sainete de un acto titulado Pobre Papá Montero, el cual ve la luz en una habitación del enclenque hotel Unión, de Sebastián Pérez.
No obstante, y bueno es advertirlo, en la pieza sólo sobrevive la fachada de su humana referencia: Papá es transformado en un vividor, buscavida y cuentista, quien se encuentra sin dinero y, en contubernio con su amigo Miguelito, se hace pasar por muerto en una casa de vecindad en Santiago de Cuba para que sus amigos recauden fondos durante el velorio a fin de enterrar el «cadáver».
Pobre Papá Montero se estrena en el cine-teatro Parra de San Luis (hoy Tolima), y desde el comienzo es un éxito: Pous invita a Luis Felipe al baile y, antes de comenzar la tanda, el lugareño arrebata al público moviéndose al compás de muy buenos sones a lo largo y ancho de todo el vestíbulo.
Más adelante, para responder a la bonanza en la taquilla, la compañía lleva a las tablas otros tres enredos protagonizados por el mismo tahúr como sucede con La resurrección de Papá Montero.
¿Con cuál nos quedamos?, ¿con el Papá Montero de Isabela de Sagua o con el gordo taxista de San Luis? Bueno, decídalo usted. De todas formas, creo que ambos se enraízan en lo mejor del folclore de Cuba y América Latina con esa magia sibarita que solo se encuentra en los chancleteros que se ríen hasta de la huesuda.
(Tomado de Cubasí)