Archivos Parlanchines: Berta Moraleda, primera aviadora cubana

Editado por Bárbara Gómez
2017-10-20 20:45:40

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Imagen tomada de Web Cubasi

Berta Moraleda está muy bien instalada como telefonista de la Panamerican Airways, en La Habana de los inicios de los novecientos, hasta que ocurre una catástrofe. Esta empresa intenta obtener el control del correo por vía aérea y no tiene más remedio que ceder ante el chantaje de un tal Montalvo, funcionario del régimen de Gerardo Machado, quien, a cambio del polémico contrato, exige el despido de la criolla para favorecer a una gringa amiga, zurda en las labores de oficina, que solo chapurrea un poco el español.

Ante este atropello, la exempleada, de apenas dieciocho años, decide intentar lo imposible y en 1930, inspirada, probablemente, en la francesa Madeleine Herveux, protagonista de varios vuelos en el Campamento Militar de Columbia en febrero de 1921, inscribe su nombre como la primera mujer cubana que logra manejar un avión en la Isla de manera profesional. Alcides Iznaga, de Bohemia, la entrevista en enero de 1975:

«Yo era el sostén de la casa. Mi padre, Guillermo Moraleda, era tipógrafo, de ideología marxista, y amigo de Alfredo López, con el que estuvo preso e incomunicado… Mi cesantía fue un golpe rudo para mí (…). Y pensé en volar, en la posibilidad de dedicarme a esa actividad, donde no tendría que temer por mi empleo, una vez concretado. En esa época, la Compañía de Aviación Curtiss estableció una escuela en el aeropuerto de Rancho Boyeros, y decidí matricularme en su primer curso. Me enfrenté con dos obstáculos: la negativa de mi padre y el problema financiero —no tenía un centavo—, el curso costaba ¡dos mil quinientos pesos!

«Por fin, mi padre accedió. Faltaba ahora conseguir una beca… Logré un despacho con Alfredo Hornedo, propietario del Excelsior-El País. Le propuse que solventara mi paso por la Curtiss. Prometí devolverle el dinero cuando trabajara en su diario; le expliqué que podía yo pilotear una aeronave para llevar las matrices a Santa Clara, donde se haría la impresión de los ejemplares que harían el enlace con el tren vespertino, llegando su periódico a Camagüey y Oriente antes que el Heraldo de Cuba, su máximo rival. Hornedo encontró interesante el negocio y financió mi curso».

Ya en la escuela, esta jovencita sencilla, casi invisible al principio, y sin grandes ambiciones, se gana el reconocimiento de todos por su instinto y olfato para enfrentar los desafíos. Su instructor de vuelo, M. Faulkner, citado por Navia García Fabeiro en una crónica dada a conocer en la revista Amor y Vida, comenta: «En el aire es valiente. Y cuando ejecuta el salto de la muerte y otras piruetas, a pesar de que apenas llega a las diez horas de vuelo, ya ella toma los controles y, por iniciativa propia, levanta el biplano Fledgling, hace virajes sobre el aeródromo y aterriza como un piloto experto».

El 31 de marzo de 1930, cuando todavía es una estudiante, Berta acompaña a miss Frances Harrell, una de las pocas damas que poseía licencia de aviación en el mundo, quien ese día se luce con varias volatinas para enseñar a la cubana. Después, la Moraleda la sigue en su propio aparato para realizar junto a ella un arriesgado looping the lopp (giro a la vuelta). El domingo 6 de abril, la criolla hace una demostración de diez minutos en un programa de acrobacias aéreas que convocó a miles de personas. ¡Su éxito es irreversible!

Berta completa cincuenta horas de vuelo y se gradúa en mayo de forma meritoria, a pesar de que la escuela Curtiss no resulta fácil —tres alumnos mueren al caer sus ligeros aparatos—. Al final, no puede alcanzar el puesto en el Excelsior-El País, pues Machado prohíbe los vuelos sobre la capital para tratar de evitar los ataques contra su gobierno. Sin embargo, sí logra un permiso no oficial, con el fin de seguir realizando maniobras de entrenamiento a bordo de un Fledgling y otros aeroplanos de medio pelo.

Al cabo de cierto tiempo, Berta, de nuevo sin trabajo, abandona, en parte, sus lances aéreos y se convierte en la secretaria del presidente de la W. M. Anderson Trading Co. A partir de entonces, caerá presa del tedio de la burocracia, y no mucho más tarde, se casa con el doctor Eduardo Sabas Alomá, profesor de Fisiología, con quien tiene dos hijos. Eso sí, jamás se olvidará del Cielito lindo del mexicano Quirino Mendoza, su himno de vuelo, su principal constancia de identidad.

«Viví una vez un conato de aterrizaje forzoso —le confiesa a Alcides Iznaga—. Al sentir un ruido extraño del motor, empecé a volar sobre un campo de caña; entonces, cuando ya iba a terminar el vuelo de forma peligrosa, recordé que mi instructor recomendó que evitáramos, en lo posible, los descensos de emergencia y, rauda, puse en marcha nuevamente el avión… ¡con un gran esfuerzo pude tomar pista!

«En cierta oportunidad, volaba sobre Aguada del Cura, cerca de Boyeros, y sopló de pronto un viento “platanero” que rasgó parte de la lona que cubría el ala del biplano. Gracias a Dios, al final, logré aterrizar sin problemas… ¡un buen susto me llevé!

«Una linda experiencia fue el banquete, con cientos de comensales, que me ofrecieron en Alacranes, en plena plaza, y donde, muda de emoción, no pude responder al brindis. Antes de aterrizar yo había hecho acrobacias… más espectaculares, creo yo, que peligrosas, y la gente de Alacranes se entusiasmó…».

Cuando Alcides Iznaga la conoce, en la medianía de los setenta, en una vieja casona de La Habana, Berta insiste en mostrarle algunas fotos arrugadas donde se reflejan varias facetas de sus aventuras aéreas. La doña, fallecida hace un buen tiempo, desconfía. «Es que mucha gente, como ya tengo cierta edad y no mantengo contactos con los vuelos desde hace años, no me cree que, a diario, me reunía con los pilotos más conocidos de aquella época. La aviación fue siempre un pedacito importante de mi vida, lástima que me durara tan poco», murmura al final con una sonrisa nerviosa y agridulce.

Junto a Berta Moraleda hay que mencionar a otra precursora: la capitana Teresina del Rey, la primera mujer aviadora de las fuerzas armadas cubanas, la cual logra egresar de la Escuela Militar de Aviación de Cuba tras desarrollar una brillante carrera como periodista especializada en temas aeronáuticos. Pero esta es ya una historia que compartiremos otro día…

Por: Orlando Carrió/Cubasi.



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