Por: Jorge Wejebe Cobo
La Habana, 23 ago (RHC) El general Arsenio Martínez se ganó el término de “pacificador” al lograr el Pacto del Zanjón con el que culminó la Guerra de los Diez Años en Cuba en 1878, y en las celebraciones en su honor entre los entorchados militares nada se habló de Antonio Maceo y la Protesta de Baraguá que consideraron solo como un inútil acto final de los cubanos para continuar la lucha.
Por ello, las autoridades españolas que creían excluida para siempre una nueva guerra en su preciada colonia no podrían comprender la actitud de un negro humilde llamado Quintín Banderas, quien no vaciló en dejar a medio hacer la casa de guano para su madre en Santiago de Cuba y lanzarse nuevamente a la manigua sin más recursos que su ímpetu y la posibilidad de enfrentarse posiblemente a la muerte en su empeño.
Contra todos los pronósticos, nuevamente los patriotas para asombro del mundo se alzaron en armas el 24 de agosto en la Isla prácticamente destruida en la recién terminada contienda en la que murieron sus mejores hijos.
El trabajo conspirativo para el nuevo intento se inició en el propio año 1878 bajo la dirección del patriota Manuel de la Cruz Beraza, quien convocó en Nueva York a una reunión de exiliados para crear los órganos de dirección de la guerra, proceso que conllevó a la designación de Calixto García al frente del alzamiento.
A los planes se integró Antonio Maceo desde Jamaica, así como otros insurrectos en la emigración y en la Patria como José Martí, Juan Gualberto Gómez, José Antonio Aguilera y Anita Pando en la región occidental de Cuba, y Guillermón Moncada, José Maceo y Quintín Banderas en la zona oriental, entre otros destacados patriotas.
Fueron detenidos por las autoridades colonialistas los complotados Flor Crombet, Pedro Martínez Freire, Mayía Rodríguez, Pablo Beola y Silverio del Prado delatados por un espía hispano que penetró el movimiento.
Igual destino sufrieron José Martí y Juan Gualberto Gómez, apresados en septiembre de 1879 cuando en el oriente se habían producido algunos alzamientos, por lo que se frustró el levantamiento en la región occidental.
El 24 de agosto de 1879 se levantaron en armas los revolucionarios holguineros dirigidos por el brigadier Belisario Grave de Peralta al frente de unos 200 hombres, en el lugar conocido por San Lorenzo, cerca del Río La Rioja, Holguín, y en otras zonas cercanas. También la insurrección tomó forma en Las Tunas .
Dos días después se produjo el alzamiento principal en la región de Santiago de Cuba, con Guillermón Moncada, los coroneles José Maceo y Quintín Banderas y el teniente coronel Rafael Maceo al frente de unos 400 hombres, al tiempo que en la región de Baracoa ocurrió un alzamiento y los brotes insurreccionales también se extendieron a la región de Las Villas, dirigidos por el coronel Francisco Carrillo y el brigadier Ángel Maestre.
Las autoridades colonialistas desarrollaron una extensa campaña sobre la supuesta guerra de razas que preconizaban los mambises, mentira repetida por los diarios integristas y replicadas por la prensa estadounidense y que desgraciadamente tuvo secuelas en las filas revolucionarias cuando Calixto García excluyó de la dirección de una expedición a Cuba a Antonio Maceo, para no confirmar tales mentiras, lo cual junto con la sistemática persecución de los agentes españoles impidieron la llegada a la manigua al jefe militar y líder revolucionario más capaz.
El propio mayor general Calixto García solo logró llegar al país en una expedición el 7 de mayo de 1880 y no pudo integrar los contingentes sublevados. Aislado, se vio obligado a aceptar la capitulación y fue conducido prisionero a La Habana, y posteriormente depusieron las armas los restantes combatientes alzados.
Tampoco la sublevación logró extenderse a todo el país, ni se alcanzó la unidad de acción pues pervivieron las tendencias regionalistas, racistas y las divisiones internas que conllevaron a la Paz del Zanjón, cuando a los cubanos no les arrebataron la espada, la dejaron caer como dijo José Martí.
No obstante, según el autor español Gonzalo Reparaz, durante la Guerra Chiquita “salieron al campo 8 mil 243 personas, de las cuales mil 900 eran mujeres y niños”, lo cual es una proporción importante de incorporados a la Revolución, si se cuenta que para la época toda la población cubana era de alrededor de un millón de habitantes.
La Guerra Chiquita fue la continuidad de la intransigencia revolucionaria que significó la Protesta de Baraguá, escenificada por el Titán de Bronce, y representó sobre todo para José Martí una experiencia esencial acerca de la necesidad de lograr una nueva forma organizativa de la Revolución que erradicara para siempre las divisiones y vacilaciones en las filas cubanas, para lo cual concibió el Partido Revolucionario Cubano. (Fuente:ACN)