Por: Orlando Carrió
En un viaje que hice a Santiago de Cuba coincidí, al regresar en el ómnibus, con un cineasta gallego de apellido Butragueño, alto, flaco, feo y con cierto aire robótico, quien me confesó estar en el hoyo en materia de creación. «Vengo a Cuba a cargar las pilas… ya sabes…». Entonces, deseoso de ayudar un poco, le enseñé un artículo de una revista turística donde se mencionaban a Anita, Blanquita, Carmelina, Cristina, Pastora, Rosita, Yara y otros apelativos femeninos de nuestras calles habaneras que lo fulminaron. Para mi sorpresa, el extraño joven se entusiasmó con un posible guion sobre el tema y se pasó el viaje haciendo proyectos. ¡Y llevaba razón el hijo de Lugo! Los capitalinos nunca han escatimado los galanteos a las féminas a la hora de engalanar sus vías de comunicación.
En realidad, en nuestra urbe hay numerosas rúas que llevan nombres de mujeres como Rita, Dolores, Paula, Santa Catalina, Carmen, Milagros, las cuales, en ocasiones, tienen otras denominaciones oficiales, lo que causa eventuales trastornos en el tránsito peatonal y automotor. No hace mucho vi a una señora parada bajo el sol en la calle Ramón Pinto que, de repente, empezó a preguntar a grito redentor dónde estaba Concha, y casi se infarta cuando le dijeron que ya había llegado.
Claro, en la toponimia capitalina hay de todo: ciertas arterias dan deseos de vivir con intensidad, como las denominadas Esperanza, Luz, Sol, Gloria, Virtudes, Lealtad, Perseverancia, Santa Clara y Venus, mientras que otras, más opacas, están ligadas a los oficios religiosos —Encarnación y María Auxiliadora—. Existen, además, figuraciones paisajísticas al estilo de Estrella, Perla, Flores y La Rosa, que se complementan, a pesar de pertenecer a barrios diferentes.
Remedios parece querer aliviarnos todos los requiebros, la de Soledad reniega por la falta de calor humano y oportuno consuelo, la de Damas insiste en la necesaria cortesía, la de Guadalupe enfatiza nuestros vínculos con el pueblo mexicano, y la de Gertrudis hace pensar en la Avellaneda, la prolífera escritora cubana del drama bíblico Baltasar. La peor parte de esta historia se la llevan varios pasajes llorosos por ser una Úrsula, una Agustina o una Ulacia. Y ni hablar de Magnolia… un lugarejo bien solitario.
Maloja tampoco resulta muy agraciada. Esta vía se origina en la Calzada de Monte, intercepta a Águila, y se extiende hasta Ayestarán, en el municipio Cerro. Curiosamente, debe su nombre al cadete Domingo del Cristo, quien en el siglo diecinueve pone allí un negocio de venta de maloja (forraje de maíz para las bestias), con el fin de aprovechar el frecuente tránsito de la caballería.
Amargura, por su parte, a pesar de su talante poco feliz, tiene una trayectoria ilustre. Empieza en la Plaza de San Francisco y termina en la del Cristo, y siempre ha estado emparentada con la liturgia católica. Los viernes de cuaresma salía de la capilla de la Orden Tercera de los franciscanos un Vía Crucis que avanzaba por dicha calle hasta la iglesia del Santo Cristo del Buen Viaje. Como recuerdo de estas procesiones, en la residencia del conde de Lagunillas —actual Museo del Chocolate—, en Amargura y Mercaderes, se puede ver aún una de las cruces que marcaban sus estaciones.
En tanto, Merced, llamada así por la vecina iglesia de Nuestra Señora de la Merced, de la calle Cuba, nos demuestra que los asuntos del cielo no siempre están reñidos con los goces del pueblo: en un solar cercano al templo alcanzan celebridad unos bailes que organiza el pardo Jaramillo en las ferias de la Merced. Este músico funda luego una academia de danza que logra gran fama entre la gente alegre de aquella época.
Pese a todo lo dicho, nadie me va a negar que los mayores méritos se los lleva la Alameda de Paula, construida en 1777 por el Marqués de la Torre, capitán general, por órdenes de la ilustrada corte de Carlos III. La Alameda, con dos hileras de álamos y algunos bancos, es el primer gran paseo marítimo de la capital cubana y ocupa el sitio del antiguo basurero del Rincón, situado junto a la bahía habanera.
Denominada de Paula por su vecindad con la iglesia de similar nombre, y rodeada con los años de suntuosos palacios, esta Alameda es recorrida en las tardes por las bellas que huyen del enjaulamiento de las murallas de La Habana, y aún hoy sirve de inspiración a poetas, músicos y escultores de todas las procedencias. Sin olvidar a los humoristas que han hecho más de una travesura encima de sus vetustos empedrados.
Un viejo poeta me comentó no hace mucho que estos apelativos que hacen alusión al bello sexo no son otra cosa que un gentil piropo que le lanzan los caballeros de la villa a sus esposas, amantes, amigas y caminantes de ocasión, a quienes una frase bien acaramelada les pone los cachetes rojos y alas en el alma. ¿Ustedes qué creen?
(Tomado de Cubasi)