Por: Guadalupe Yaujar Díaz
La primera ciudad de América que prefirió ser quemada, antes que caer en manos enemigas, fue Bayamo, también denominada la Ciudad Antorcha.
En 1868, la villa había devenido núcleo principal de las ideas conspirativas contra el régimen colonial y capital de la República en Armas.
El 12 de enero de 1869, los bayameses, ante la imposibilidad de defender la ciudad del avance de las tropas españolas, deciden prenderle fuego antes de volverla a ver esclava; este heroico gesto le valió el sobrenombre de la Numancia de América.
La noche anterior, Bayamo, la segunda villa cubana fundada en 1513 por Diego Velázquez, empezó a convertirse en llamaradas y cenizas, después que sus moradores, reunidos en el Ayuntamiento, decidieran quemarla antes que rendirse ante los opresores.
Al amanecer muy poco sobrevivía de la que fuera durante tres meses la primera capital de la República de Cuba en Armas y eje principal de la lucha por la independencia de la isla.
Entre los escasos trozos de edificaciones que soportaron el fuego, estuvo la capilla de Nuestra Señora de los Dolores, junto a la iglesia.
Los hombres, mujeres, ancianos y niños, partieron a la manigua con lo exiguo que pudieron cargar, tal era el dramatismo del momento.
Reducida a escombros carbonizados, pero no rendida a los españoles, quedó la reluciente urbe, donde, tras ser tomada por las tropas de Carlos Manuel de Céspedes, el poeta revolucionario Pedro (Perucho) Figueredo escribiera desde su cabalgadura, a un reclamo del pueblo, los versos de lo que luego sería nuestro Himno Nacional.
La vida urbana quedó desierta, la tenacidad del fuego había dado un vuelco contundente a la vida anterior. Luego de varios días, las fuerzas españolas lograron penetrar sobre las ruinas de cenizas y escombros.
Más de siete mil bayameses, entre estos el joven poeta José Joaquín Palma, junto a su mujer y sus cuatro hijos, se trasladan al campo, donde van a vivir azarosas jornadas buscando burlar el asedio de las tropas españolas, desafiando el hambre y las enfermedades.
También ardieron las viviendas de otros ilustres patriotas bayameses, como Luz Vázquez, La Bayamesa; Perucho Figueredo, Francisco Vicente Aguilera.
Las familias se dispersaron hacia el campo y luego delimitaron su estancia futura. Posteriormente, de acuerdo con las posiciones ideológicas, el temor y las situaciones, los pobladores tomaron diferentes destinos: unos retornaron progresivamente hacia la devastada villa, otros decidieron emigrar hacia zonas intrincadas de la región oriental y una gran parte, principalmente familiares de patriotas de la guerra decidieron acogerse a las normativas del exilio en países de Centroamérica y el Caribe.
A lo lejos, el General Balmaseda no podía creer lo que veía. Iba en pos de una gran y decisiva victoria militar y descansar en una de las hermosas casonas bayamesas y sus sueños se
desvanecieron al ver aquella ciudad convertida en antorcha. Acampó frente a ella durante tres días antes que él y sus tropas pudieran recorrer aquellas gloriosas calles, donde solo encontraron ruinas humeantes y escombros. Aún estaba en pie la torre de Zarragoitía, en la que se desplegó el puesto de mando de los ocupantes españoles, lo que le valió posteriormente a Balmaseda, el sobrenombre de Tigre de Zarragoitía.
También escaparon al incendio las columnas de la casa de Carlos Manuel de Céspedes, las que más tarde el gobernador español ordenó demoler para construir allí su propia casa. Por este hecho histórico, Bayamo se convirtió en “La ciudad antorcha”. El ejemplo de Bayamo, se repitió en otras ciudades y pueblos de Cuba.
La quema de Bayamo, hoy Monumento Nacional, hablaba de cuánto estaban dispuestos a entregar aquellos hombres y mujeres.