Por: Guadalupe Yaujar Díaz
La Habana, 23 oct (RHC) Sin corsarios ni piratas, fantasmas o apariciones extraterrenales, el torreón de La Chorrera resguarda, hace más de siglo y medio, la entrada del río Almendares.
En los tiempos de la colonia, fue una fortaleza militar que formaba parte del sistema defensivo de La Habana. Construido en 1646, es obra de Juan Bautista Antonelli, sucesor del famoso ingeniero que construyó los Castillos de San Salvador de La Punta y el Castillo de los Tres Reyes del Morro.
Instalado a orillas del mar y los pies de filosos arrecifes, este castillo de dos plantas se alza desafiante, calcinado por el salitre, pero vencedor del tiempo. Una empinada escalera de gruesos escalones de piedra conduce a los visitantes hasta un estrecho puente que en su época sirvió para aislar el castillo de indeseables visitas.
Su construcción fue propuesta por el gobernador Pedro Valdés a principios del siglo XVII, y reiterada su necesidad por otros gobernadores. Después de una visita en 1633 por una comisión a la que la Junta de Guerra del Consejo de Indias le encomendó dictaminar, fue ordenado se erigiera con urgencia, por la Real Cédula del 30 de enero de 1635, para lo cual México situaría los fondos.
Sin embargo, nada se hizo hasta el mandato de Álvaro de Luna (1639-1646), quien, temiendo un ataque de holandeses y portugueses, se apresuró a levantar el fuerte con la contribución económica de los vecinos, cansado de pedir los fondos a México, sin que se los enviaran.
El torreón tiene forma cuadrada con dimensiones de 80 pies de lado y 40 de altura. A la mitad, tiene 5 ventanas triangulares por donde salían 5 cañones. Contaba también con cañones en la cubierta, y una pequeña torre mirador en la parte más alta.
Antonelli le construyó escaleras fijas, separadas de las torres, unidas a ellas por puentes levadizos; colocó aljibes, almacenes y barracas para alojar hasta 50 hombres.
Muy cerca del torreón se encontraban emplazados algunos de los astilleros que hicieron mundialmente famosos los constructores de barcos habaneros. Basta citar que en la gran batalla de Trafalgar, donde se frustraron los últimos empeños españoles del dominio marítimo, combatieron fragatas y navíos de línea, construidos pieza por pieza en costas cubanas.
En 1762, durante la ocupación inglesa de La Habana, el torreón fue uno de los lugares más peligrosos para las casacas rojas del rey Albión. De ahí que nada de particular tenía que, entre la tupida maraña de manglares que primitivamente ocuparon la desembocadura, desapareciese de vez en cuando algún soldado inglés, víctima del celo nacional de los colonos habaneros. Por tal motivo, tenía mucho miedo que les cogiera la noche en las afueras y se recogían al interior de la fortaleza a hora muy temprana.
En la puerta, una placa informa de la construcción del castillo. Actualmente un restaurant ocupa la otrora fortaleza, enmarcada a solo unos pasos del Restaurante 1830 con sus hermosos jardines, la entrada del Túnel de Quinta Avenida y a las puertas del reparto Miramar.