El Caballero de París por las calles de La Habana

Editado por Lorena Viñas Rodríguez
2019-11-06 08:23:00

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Foto: ACN.

La Habana, 6 nov (RHC) Resulta muy probable que al escuchar hablar de José María López Lledín, gallego nacido en Lugo, España, en 1899, quien llegó a La Habana con poco más de 15 años a inicios del siglo XX y trabajó en diversas tareas como todo emigrante, muy pocas personas sepan realmente de quién se trata.

Pero si por el contrario, leyera que se trata de El Caballero de París, la inmensa mayoría de los cubanos identificaría de inmediato a uno de los personajes más conocidos y simbólicos de la capital de la Mayor isla de las Antillas.

Cuenta la historiografía local o quizás la leyenda, que José María se convirtió en Caballero después de perder el juicio por sufrir injusta prisión en el Castillo del Príncipe, en la década de 1920, y desde entonces pasó a ser una figura gentil que se hacía presente en cualquier lugar de la ciudad, aunque tenía sitios frecuentes de visita.

Nunca se supo qué sucedió realmente aunque, casi nadie duda de la inocencia de este mítico personaje, tanto es así que su figura fue inmortalizada en la hermosa estatua que custodia el Convento de San Francisco de Asís en la Habana Vieja, obra del destacado escultor cubano José Villa Soberón.

El gallego López Lledín inició así un peregrinaje por la ciudad que duró más de 50 años, eligiendo portales y esquinas concurridas como espacio para dormir y, quizás sin proponérselo, alegrarle la vida a varias generaciones de cubanos.

Foto: ACN.

Era de mediana estatura, menos de 6 pies y tenía el pelo desaliñado, castaño oscuro, con profusión de canas y barba, con uñas largas por no haberse cortado en muchos años y siempre se vestía de negro, con una capa también de ese color, incluso en el calor del verano; llevaba consigo un montón de papeles y una bolsa donde iban todas sus pertenencias.

"Ningún habanero habría ofendido de palabra o de obra al Caballero de París, asegura el Doctor Eusebio Leal, historiador de La Habana, admirado calladamente, ni niño alguno lanzaría contra él una palabra altisonante; a nadie importunaba, no podíamos explicarnos dónde comía o bebía, y, en su aparente vagar por la capital, era probable hallarlo en algún sitio recóndito donde ocultaba su lecho ordenado con restos de papeles y cartones, inseparablemente unido a su insólita biblioteca."

En realidad nadie sabe de dónde le vino su apodo, quizás de su forma de vestir o de sus historias de reyes y piratas que contaba a todos; lo que sí es cierto es que pocos sabían su verdadero nombre y para todos era sencillamente el Caballero de París, inmortalizado por autores musicales, pintores y poetas que lo citan como referente indiscutible de La Habana, una villa que arriba a sus 500 años con este personaje entre sus símbolos más preciados. (Fuente: ACN)



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