La vacunación se empezó a aplicar en Cuba hace justamente doscientos años, gracias al genio del ilustre médico don Tomás Romay y Chacón, entre cuyas obras fundamentales se encuentra la introducción y propagación de la vacuna contra la viruela en La Habana.
Con el apoyo del Obispo de La Habana, figura muy adelantada para su época, monseñor Don Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa y de la Sociedad Patriótica o Sociedad Económica de Amigos del País, empezó a practicar la inoculación con el pus de la viruela o variolación, con la cual inmunizó primero a su familia para dar el ejemplo y disminuir el temor popular.
Cuando llegó a Cuba la "Expedición Real de la Vacuna", comandada por el doctor Francisco Xavier de Balmis, acontecimiento científico sin precedentes y con elevadísimos principios humanos, que se propuso llevar la variolización al nuevo mundo, para inmunizar contra esta terrible enfermedad a los países de la América española y a algunas de las colonias asiáticas, ya el Dr. Romay había iniciado esta técnica en el país.
El 13 de julio de 1804, se estableció en La Habana a propuesta del doctor. Balmis, la Junta Central de Vacunación, de la que se nombró Secretario Facultativo al doctor Romay, quién fue la figura principal de esta institución durante toda su existencia.
Esta Junta Central de Vacunación contó desde su fundación para apoyar su trabajo con Juntas subalternas en Santiago de Cuba, Trinidad, San Felipe y Santiago (Bejucal), Santa María del Rosario, Santa Clara, Santi Spiritus, Puerto Príncipe, San Juan de los Remedios, así como vacunadores en muchos pueblos más pequeños.
Entre sus funciones estaba la de obtener, conservar y aplicar la vacuna, remitir el pus vacunal entre cristales a las distintas poblaciones del país y llevar el control estadístico de toda esta labor. Estas Juntas fueron mantenidas y sus gastos sufragados por la Real Sociedad Económica de Amigos del País durante toda su existencia.
A la muerte de Romay en 1848, quedaron disueltas las mismas y sus funciones pasaron a las Juntas Superior, Provinciales y Municipales de Sanidad, las que nombraban y supervisaban a los vacunadores hasta el final de la dominación española.
Una de sus medidas más importantes fue la vacunación obligatoria a todos los esclavos que llegaban al puerto de la ciudad, antes de permitirse su venta, y si alguno había padecido la viruela durante el viaje, se hacía observar a todos los tripulantes y esclavos la más rígida cuarentena.
Otra institución que se destacó en el terreno de la vacunación a finales del siglo XIX fue el Laboratorio Histobacteriológico e Instituto Antirrábico de la Crónica Médico Quirúrgica de La Habana, fundado por el doctor Juan Santos Fernández y Hernández el 8 de mayo de 1887 en la antigua Quinta de Toca de su propiedad.
En 1886 el Gobernador General designó una comisión, que integraron los doctores Diego Tamayo Figueredo, Francisco I. Vildásola González y Pedro Albarrán Domínguez, para que estudiaran la vacunación antirrábica con Louis Pasteur en París con vistas a su aplicación posterior en Cuba. La comisión trajo la vacuna y la aplicó por primera vez en la isla en el Laboratorio de la Crónica Médico Quirúrgica el 25 de abril de 1887.
En la primera década del siglo XX se perfeccionó en Cuba la obtención de la vacuna antitífica El doctor Horacio Ferrer, un gran experto del tema, logró convencer al doctor Mario García Lebredo, para que el doctor Alberto Recio comenzara en el Laboratorio Nacional los estudios y la producción de dicha vacuna.
En 1911, el doctor Juan Guiteras, entonces Director Nacional de Sanidad, envió al doctor Recio a los Estados Unidos a estudiar con Russell la vacuna por él preparada. Estos logros culminaron con el inicio, el 9 de febrero de 1912, de una vacunación antitífica en el Ejército Nacional. Ese mismo año, en el Congreso de Higiene celebrado en Washington, se hizo constar que Cuba era el único país de América Latina que había iniciado estos trabajos.
En 1917 el doctor Recio organizó la aplicación en gran escala de la vacunación antitífica en Cuba. Ese mismo año 1917en el que fue nombrado Secretario de Sanidad y Beneficencia, el doctor Fernando Méndez Capote trabajó con dedicación en la vacunación y revacunación de la población.
En 1921 el sanitarista Juan Guiteras Gener, médico de brillante trayectoria en los Estados Unidos y en Cuba, que estuvo en todos los eventos significativos de la higiene y la epidemiología cubana desde los inicios del siglo, intensificó el trabajo sobre vacunación de su predecesor, aunque se vio cesanteado en 1922 por sus discrepancias con el embajador norteamericano. Después de este penoso incidente comenzó el deterioro de la sanidad cubana.
En el edificio del Consejo Nacional de Tuberculosis se produjo un hecho trascendental: el establecimiento del Laboratorio del BCG, que comenzó a funcionar en 1943 con la producción de la vacuna, que se usaba en Cuba desde 1928, aunque no de modo muy difundido. El Consejo decidió utilizarla como estrategia de lucha contra la enfermedad a partir de 1942, con la distribución gratuita de la vacuna.
Poco a poco se fue así abriendo paso la inmunización en la población cubana. En realidad no se puede decir que hubo una política oficial dirigida a la protección de la población ni de la infancia, pues se vacunaban entonces sólo los que podían y había un gran por ciento de la población sin cobertura vacunal.
La Revolución recibió un país desprotegido y en las ruinas, con un pésimo estado sanitario producto del olvido, la inexistencia de una política de prevención y la despreocupación de los gobiernos precedentes.
Con el inicio en 1962 de la primera campaña nacional de vacunación contra la poliomielitis, causante entonces de invalidez y muerte de la niñez cubana, y como resultado del éxito alcanzado, el Gobierno Revolucionario inició de forma gratuita nuestros ambiciosos programas de inmunización que hoy alcanzan 11 vacunas que protegen contra 13 enfermedades.
Desde entonces y hasta la fecha, los incalculables logros del sistema de salud cubano, han sido reconocidos internacionalmente.
Más de la mitad de las vacunas que reciben los cubanos se fabrican en laboratorios nacionales, lo que también demuestra la permanente preocupación del Estado por fomentar el desarrollo de la ciencia en beneficio de la salud. (Recopilación Internet)