El teatro Auditórium fue concluido en noviembre de 1928. Foto: Archivo/RHC
Por: Ciro Bianchi Ross
El 2 de diciembre de 1918, María Teresa García Montes de Giberga reúne a un grupo de amigas en su residencia de 15 y D, en El Vedado. Quiere hacerlas partícipes de una idea: crear una sociedad que promueva y patrocine acciones artísticas. Dio la lectura al reglamento de la proyectada sociedad y se constituyó la junta directiva. Nacía así Pro Arte Musical.
Su propósito inicial era el de conseguir el compromiso de un grupo de personas para que compraran localidades para cada concierto de importancia que tuviera lugar en La Habana.
Hubert de Blanck y Francisco Acosta solían traer artistas de renombre y la recién nacida Sociedad quería que, mediante su gestión, se adquiriera el mayor número de entradas posibles a fin de asegurar el éxito económico de las presentaciones y evitar al artista la humillación de una sala vacía. Quería además la Sociedad fomentar el gusto y el interés por la buena música.
El éxito de la empresa fue lento pero sólido. Creció de manera ininterrumpida gracias a la seriedad, el depurado gusto artístico, el sentido ético y la firmeza que caracterizaban a María Teresa García Montes de Giberga y a sus colaboradoras, y los conciertos que la Sociedad patrocinaba crecieron en número y calidad. Tenían por escenario la Sala Espadero, de conservatorio de De Blank, y luego el Teatro Nacional y el Teatro Payret.
Decidió María Teresa que Pro Arte funcionara como empresa y que asumiera por su cuenta y riesgo la organización de los conciertos, y un poco más adelante, en junio de 1919, se propuso un proyecto grandioso.
Quiso que Pro Arte dispusiera de un teatro con todas las ventajas posibles de acústica y comodidad. Hubo algunos intentos fallidos, pero en junio de 1925 el proyecto comenzó a marchar en firme. Se adquirió, en Calzada y D, el terreno donde se construiría el edificio, una superficie de 2 211 metros cuadrados, a un costo de 80 000 pesos.
De ellos, 40 000 fueron pagados al contado, constituyéndose el resto en una hipoteca, que fue redimida totalmente en junio de 1927. En agosto siguiente se colocó la primer piedra. El proyecto estuvo a cargo de los arquitectos Moenck y Quintana y la ejecución de lo obra de los ingenieros Albarrán y Bibal.
El teatro Auditórium fue concluido en noviembre de 1928. El 22 de ese mes, día de Santa Cecilia, patrona de la música, monseñor Manuel Arteaga bendijo el edificio. El Club Rotario, de La Habana, le otorgó a la obra el Primer Premio del Concurso de Fachadas.
En diciembre del propio 1928 se inauguró el teatro. La función de apertura contó con la presencia del presidente Gerardo Machado que acudió acompañado por toda su familia.
Fue un gran concierto de gala que se dedicó a María Teresa García Montes. Figuraron en el programa la Orquesta Sinfónica de La Habana, conducido por Gonzalo Roig. El pianista José Echaniz. La soprano Natalia Aróstegui y un coro de cien voces. Se estrenó el poema, para solista, coro y orquesta de Eduardo Sánchez de Fuentes.
El teatro Auditórium es una construcción de tres pisos. Cuenta con capacidad para 2 500 personas sentadas. Una de las mejores acústicas del mundo. Allí radicaba la casa social de Pro Arte, con un elegante salón de recibo, salón de conferencias y actos varios, biblioteca, salón de juntas y oficinas.
Miguel Barnet, en una de sus evocaciones de Rita Montaner, cuenta esta anécdota deliciosa. Se presenta La única en el Auditórium y en un palco cercano al escenario ocupan asientos el cardenal Manuel Arteaga y el Nuncio Apostólico en Cuba.
El presentador anuncia el nombre de la artista y el lunetario cobra vida cuando la orquesta acomete los compases iniciales de El manisero. Sale ella de pronto. “Maniií, maniiií, caserita note acuestes a dormir…” y enfila hacia el palco de monseñor Arteaga, agita el cucurucho ante su cara y se lo pone casi en la boca.
El purpurado aprieta los labios, se sonroja; el Nuncio lo mira y ambos se toman de las mano. Rita sigue agitando el cucurucho, ahora ante el rostro del representante del Papa. Les vuelve la espalda y, en cuclillas, mueve su generosa anatomía. La ovación es indescriptible. Los dos prelados también aplauden.
Después del triunfo de la Revolución se dio al teatro el nombre del gran músico cubano Amadeo Roldán. No se perdió sin embargo el nombre original y se le llama teatro Auditórium Amadeo Roldán.
El 30 de junio de 1977, un incendio, producto de un sabotaje, silenció la emblemática instalación. Tras un largo periodo de restauración, se reinauguró el 10 de abril de 1999 como sede de la Orquesta Sinfónica Nacional. En la actualidad, el edificio está sometido a una reparación capital.
María Teresa García Montes de Giberga nació en La Habana, el 23 de junio de 1880. Era una buena soprano lírica, dominaba la técnica de la pintura y hablaba cuatro idiomas. Dirigió hasta su muerte la revista Pro Arte Musical.
Enfermó en 1930. Una anemia profunda aconsejó su traslado a Estados Unidos. Los médicos pensaron que podría mejorar en las montañas de Stanford. No hubo mejoría. Pasó a Nueva York y murió en esa ciudad el 10 de octubre.
El cadáver llegó a La Habana el día 14. En la casilla de pasajeros de los muelles del Arsenal se expuso el ataúd y durante unos treinta minutos una multitud enorme le rindió homenaje.
El cortejo fúnebre partió de los muelles a las cuatro de la tarde. La calle Calzada estaba ocupada por filas compactas de personas. Se detuvo el cortejo frente al Auditórium y los miembros de Pro Arte depositaron sobre el ataúd sencillos ramos de flores.
En el cementerio lo esperaba una enorme concurrencia. Tiempo después se erigiría sobre la tumba de María Teresa García Montes de Giberga una columna de mármol que sostiene un ánfora. (Tomado de Cubadebate)