por Guillermo Alvarado
El ritmo de disminución de la pobreza en el mundo se ha mantenido a pesar de la crisis global, pero es demasiado lento y será insuficiente para erradicar este flagelo de acuerdo con un estudio publicado recientemente por un equipo del Banco Mundial y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Unicef.
Los datos revelan que existen unos 800 millones de personas incapacitadas por numerosas razones para resolver sus necesidades más apremiantes y que sufren también la falta de servicios básicos indispensables, como educación, salud, vivienda, acceso al agua potable, energía eléctrica y otros.
Si bien la cifra es menor que la registrada en 2012, cuando alcanzó 900 millones, con los esfuerzos que se hacen en la actualidad será imposible lograr que todas las personas involucradas escapen a la indigencia para 2030, cuando cuando deben cumplirse los objetivos de desarrollo fijados por la ONU.
Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, advirtió que la falta de inversión adecuada y la persistencia de enormes desigualdades harán difícil erradicar la pobreza extrema. No mencionó, por supuesto, que esa entidad, junto al Fondo Monetario Internacional, son responsables en buena medida de esta situación por su insistencia en imponer a países pobres, de esos llamados metafóricamente en vías de desarrollo, programas de ajuste neoliberal que pulverizaron los programas sociales de muchos gobiernos, incrementaron los índices de desempleo y polarizaron a la población en unos pocos privilegiados y una inmensa mayoría de desposeídos.
Respecto a los niños la situación es dramática puntualizó la Unicef, al señalar que 385 millones viven en la pobreza extrema y tienen comprometido su futuro.
Estos infantes están atrapados en un círculo vicioso, porque sus condiciones de indigencia se repetirá a la vez en su descendencia, en el caso de aquellos que tengan la suerte de sobrevivir y formar alguna vez una familia, que también será pobre.
Un comunicado del director ejecutivo de Unicef, Anthony Lake, advierte que estos menores son “los peor parados, de los peor parados”.
Además de la falta de oportunidades, algo ya de por sí grave, las severas limitaciones de alimentación y salud que sufren tendrán graves efectos en su desarrollo intelectual y físico, por lo que su vulnerabilidad tiende a ser cada vez mayor.
En el África subsahariana la mitad de los niños están en estado de indigencia y uno de cada cinco en los llamados países en desarrollo viven en esta condición.
La única manera de romper este ciclo es lograr una inversión fuerte, que incluya no sólo infraestructura, sino que también la creación de medios adecuados de educación, atención prenatal a las mujeres embarazadas, programas para el desarrollo de la primera infancia, escolarización, acceso al agua potable y salud universal.
Es decir, casi todo de lo que ahora no se hace en los países más afectados por la plaga de la pobreza, que no es una fatalidad social, ni geográfica o económica, sino el producto natural de un sistema donde la exclusión es la norma, la competencia una forma de vida, y la búsqueda de la ganancia y las riquezas, por las vías que sean necesarias, un objetivo prioritario. Cámbiese esto, y se cambiará el futuro de millones de seres humanos.