Por: Guillermo Alvarado
En nuestro continente se conmemora hoy el Día Internacional de la Resistencia Indígena, instituido para mantener en la memoria la tragedia que comenzó aquel nefasto 12 de octubre de 1492, cuando arribaron a nuestras costas los primeros invasores europeos que, con prepotencia e ignorancia brutal se atribuyeron un “descubrimiento” y el derecho de apoderarse de toda la riqueza humana y natural aquí existente.
Ni descubrimiento ni mucho menos encuentro de dos culturas, como algunos pretendieron edulcorar lo que fue despiadada conquista a sangre y fuego, donde se encuentran las raíces de las desigualdades que azotan esta región que por perder, perdió hasta su nombre y recibió uno equivocado, al imponerse el apelativo de América por el cartógrafo que redibujó el mapa del mundo, según se concebía al otro lado del Atlántico.
Se calcula que a principios del siglo XVI habitaban este territorio unos 80 millones de personas con distintos tipos de organización social y nivel de conocimientos, desde la menguante cultura maya hasta los poderosos señoríos andinos.
Apenas 150 años después esa población quedó reducida a cerca de tres millones de sobrevivientes de uno de los mayores genocidios perpetrados en la historia, durante el que no sólo se eliminó a los seres humanos sino se pretendió borrar todo vestigio de su cultura y se llevó a cabo un sistemático saqueo de sus riquezas que financiaron la primera globalización de la economía.
Ejemplo de esto son las hogueras levantadas en Yucatán el 12 de julio de 1562 por el religioso Diego de Landa, quien en un arranque de intolerancia quemó miles de documentos y otros objetos mayas a los que calificó como materiales de hechicería, en un irracional intento de imponerles a las comunidades locales una religión que les era ajena e incomprensible, porque en nombre de ella se les torturaba, esclavizaba y asesinaba.
Cuánta sabiduría, cuánto conocimiento acumulado durante siglos quedó pulverizado en el más triste de los días de nuestra historia. La contemplación de los únicos códices que sobrevivieron a la invasión europea nos da una pálida idea de todo lo que habían avanzado nuestros ancestros en el dominio e interpretación del mundo.
Que de una cultura que fue capaz de precisar con exactitud los eclipses de la luna para cientos de años, trazar la órbita sinusoidal de Venus, de elaborar un complejo sistema calendárico mucho más exacto que el gregoriano, sólo hayan sobrevivido cuatro documentos, nos da una imagen de lo brutal que fue la invasión, conquista y colonia europea en estas tierras y de su extraordinario costo para toda la humanidad.
Que de esos documentos solo uno, el más pequeño y deteriorado, permanezca en suelo de Abya Yala, el Grolier que se conserva en el Museo de Antropología de México, y los otros tres estén en el exilio en ciudades europeas, Dresden, París y Madrid, nos muestra como la mentalidad colonialista sigue viva hasta nuestros días.
Dolor, miseria, enfermedades, discriminación y desprecio es lo que ha quedado para los herederos de civilizaciones que asombran a los pocos que se asoman a sus profundidades. Nada que celebrar este 12 de octubre, pero si mucho por que pelear y rescatar.