Por: Guillermo Alvarado
Todo comenzó en la llamada “Meca” del cine norteamericano, Hollywood, donde las denuncias por abusos sexuales contra actrices nóveles o consagradas por el magnate Harvey Weinstein fueron creciendo como bola de nieve cuando las víctimas o personas que conocían los hechos perdieron el miedo y comenzaron a denunciar en cadena la escandalosa conducta del productor.
No es que se trate de una revelación asombrosa, porque son conocidos los métodos turbios que se utilizan en esa ciudad para nada angelical. Ya en la famosa novela El Padrino, de Mario Puzo, hay una cruda narración de cómo inclusive niñas pueden caer en las garras de los depredadores sexuales.
Pero esta vez ocurrió que las acusaciones desbordaron los pasillos y los relatos de ficción y fueron mujeres de carne y hueso, algunas de ellas de reconocido prestigio dentro y fuera del ámbito cinematográfico las que pusieron el dedo en la llaga.
Casi de inmediato nació un movimiento internacional para que todas aquellas féminas que en algún momento hubiesen sido víctimas de acoso o abuso sexual se sumaran a la protesta por medio de la frase: “Yo también”, que en poco tiempo colmó las llamadas redes sociales.
Esta semana el escándalo salió del mundo del cine y llegó hasta los recintos políticos, cuando en el Parlamento Europeo diputadas y trabajadoras comenzaron a revelar cómo fueron obligadas a soportar conductas inapropiadas de personajes que se sintieron con el poder y el derecho de hacer lo que se les antoje.
La también llamada Eurocámara es un ambiente heterogéneo, donde coinciden todas las corrientes políticas existentes en los 27 miembros de la Unión Europea –descontando ya al Reino Unido en proceso de separación- y donde los diputados se agrupan por afinidad de ideas y no por nacionalidad.
Aquí también ha habido denuncias de acoso y abusos sexuales. Cada año se conocen cuatro casos en promedio, pero la identidad de la víctima y del culpable se mantiene en el anonimato, así como las sanciones aplicadas, cuando las hay.
Más aún, en la Unión Europea las estadísticas indican que el 45 por ciento de las mujeres en algún momento de su vida sufrieron este tipo de abusos, pero como ocurre en el resto del mundo, apenas una mínima parte llega hasta las autoridades.
Esta vez varias diputadas de distintas corrientes exigieron que se revele el nombre de todos los culpables y que se creen mecanismos efectivos para proteger la dignidad de las mujeres ante prácticas que son remanentes de sociedades intrínsecamente machistas y patriarcales.
Pero no sólo en Europa se cuecen habas como reza el refrán popular. El expresidente de Estados Unidos George Bush, el padre, tuvo que disculparse públicamente ante una actriz de 31 años que lo señaló de haberla toqueteado hace cuatro años durante la ceremonia de presentación de un serial.
Cuando hablamos de la necesidad de un mundo mejor, nos referimos a un lugar donde todas las personas puedan vivir con dignidad, sin temores ni agresiones, sin personas que se crean que porque tienen algún tipo de poder pueden decidir y disponer de los demás como se les antoje porque aquí, todos valemos lo mismo.