Por Guillermo Alvarado
La Habana, 30 nov (RHC) Detrás del fantasma del holocausto nuclear, el intelectual estadounidense Noam Chomsky advirtió que la humanidad también está bajo la amenaza directa del cambio climático, un fenómeno derivado de un irracional modelo de producción y consumo que ha conseguido que la naturaleza en lugar de ser un aliado, haya pasado a ser un adversario de nuestra especie.
Salvo algunas mentes obtusas, entre ellas la del que dirige la Casa Blanca, el señor Donald Trump, nadie a estas alturas se atrevería a negar el calentamiento global y todas sus consecuencias aparejadas, que podemos verlas casi cotidianamente e incluso sufrirlas en carne propia.
La evidencia científica señala que de no hacerse nada, o hacer muy poco, para reducir la emisión de gases de efecto invernadero, para finales de siglo el 47 por ciento del territorio del planeta, donde vive el 74 por ciento de la población, estará sujeta a olas de calor mortal durante la mayor parte del año.
Se trata de un azote que ya ha ocurrido, así sea por tiempo breve. La canícula que golpeó a Europa occidental en 2003 mató a más de 70 mil personas; un fenómeno similar en Moscú, en 2010, provocó 10 mil fallecidos y la ola de calor en Chicago, en 1995 cuando aún se hablaba poco de estas cosas, dejó 700 decesos.
Si multiplicamos estos dramas por casi la mitad de la corteza terrestre habitable, el resultado es sencillamente aterrador, como lo es constatar que por el momento hacia allí nos dirigimos casi sin variar el rumbo.
Prueba de lo anterior es que a pesar de iniciativas como el Protocolo de Kioto, las Cumbres de Rio de Janeiro, Cochabamba, Berlín, Benín, Copenhague, París y este año en Bonn, entre otras, durante 2016 la emisión de dióxido de carbono, el temible CO2, cruzó la barrera simbólica de las 400 partes por millón de moléculas de aire y se situó en 403,3.
La causa de este desastre no es otra que la empecinada combustión de hidrocarburos fósiles, principalmente en los países desarrollados, la destrucción masiva de los bosques –uno de los principales medios que tiene el planeta para degradar el CO2-, la extensión de las áreas de cultivos y de los espacios urbanos, todo ello en busca de un confort que a la larga nos está costando la vida.
El objetivo del Acuerdo de París es conseguir que el aumento de la temperatura ambiental se mantenga por debajo de 2 grados centígrados con respecto a la era preindustrial y, con un poco de suerte y mucho esfuerzo, tratar de que esté en el orden de 1,5 grados.
Hasta hoy no existen posibilidades de conseguirlo, menos aún cuando Estados Unidos, el principal contaminador, decidió abandonar este mecanismo con el increíble argumento de que el cambio climático es un invento de algunos.
Desafortunadamente Chomsky va teniendo la razón. Si acaso el fuego atómico no nos convierte en cenizas radiactivas, nos cocinaremos a fuego lento en un planeta recalentado, si antes no nos destruye un violento ciclón, nos ahoga el agua del mar en constante ascenso, o nos traga la tierra durante un temible terremoto.