No fue un día de fiesta

Editado por Maite González Martínez
2018-05-02 10:13:20

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Marchas en España.

Por: Guillermo Alvarado

Para muchos pueblos en el mundo el Día Internacional del Trabajo no fue un día de fiesta, sino más bien una intensa jornada de protesta, no exenta de represión y violencia policial, donde la defensa de derechos elementales, como un salario digno y el respeto a las pensiones de los jubilados estuvieron entre las principales reivindicaciones laborales.

En Brasil, donde se realizaron las mayores manifestaciones vistas en los últimos años, las principales organizaciones sindicales pusieron por delante de sus reclamos habituales la exigencia de que se libere de inmediato al fundador del Partido de los Trabajadores, Luiz Inacio Lula da Silva, encarcelado sin juicio previo y sin que existan pruebas en su contra por el presunto delito de corrupción.

La localidad de Curitiba, donde el líder obrero está prisionero, fue sede de una concentración de varios miles de personas y una vez más se denunció que la insólita detención de Lula tiene un objetivo político y no judicial, que es impedirle la candidatura a la presidencia en las elecciones de octubre, donde figura como principal favorito de acuerdo a las encuestas de intención de Voto.

En Argentina los trabajadores marcharon contra un nuevo incremento en las tarifas del transporte público, en particular del tren subterráneo, principal medio de personas de escasos recursos para trasladarse a sus centros de trabajo o estudios.

Particular indignación causó la declaración del ministro de Economía, Guillermo Dietrich, de que esa medida tiene como propósito disminuir la pobreza en el país.

Se nota que las matemáticas no son el fuerte del funcionario, pues cualquiera sabe que a menor ingreso y mayor gasto, el resultado de la ecuación sólo puede ser otro que más pobreza, que es lo que está generando el gobierno de Mauricio Macri.  

Una nota que refleja cómo las políticas neoliberales están llevando al extremo la tensión entre obreros, patronos y gobierno llegó desde París, donde el 1 de Mayo devino batalla en las calles de la “ciudad luz”, apagada ese día por el humo de las bombas de gas lacrimógeno que la policía lanzó contra los trabajadores.

Desde que Enmanuel Macrón llegó al poder ha puesto en práctica programas  delineados por gobiernos anteriores, entre ellos una reforma laboral que extingue la labor de los sindicatos y da a los empleadores libertad para modificar la jornada laboral o los salarios y despedir a quienes no estén de acuerdo, matando así los viejos preceptos de igualdad y fraternidad que una vez iluminaron a la Revolución Francesa.

España, Grecia y otras naciones europeas fueron escenario de airadas protestas por la depauperación de las condiciones de vida de los asalariados y sus familias, mientras los banqueros, los industriales y terratenientes engordan sus bolsillos.

En Colombia a las demandas de la jornada se sumaron los reclamos por la paz, ante unos acuerdos casi agonizantes, y el derecho a la vida, violado por bandas armadas ante la indolencia del gobierno.

No, para muchos no fue un día de fiesta, a diferencia de Cuba, Nicaragua, Bolivia o Venezuela, países que sin ser perfectos tienen mucho que celebrar, sin dejar de trabajar ni bajar la guardia, porque son ejemplo peligroso en este mundo de hoy.



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