Por: Roberto Morejón
El presidente estadounidense, Donald Trump, reafirmó que entre sus habilidades no figura la de ser un pacificador al cancelar la cumbre con el líder norcoreano, Kim Jong Un, decisión que desconcertó a aliados de Washington y generó preocupación mundial.
Como es habitual, el primer mandatario republicano atribuyó a otros la responsabilidad por sus decisiones retrógradas.
Trump culpó al gobierno de la República Popular Democrática de Corea de aumentar la retórica discrepante e incumplir con acuerdos estipulados con vistas a calzar la cita en Singapur el 12 de junio y calmar los ánimos luego de la crisis por mutuas amenazas proferidas.
Sin embargo, el inquilino de la Casa Blanca no reprochó al vicepresidente Mike Pence cuando en un alarde de cowboy del viejo oeste declaró que Corea del Norte podría terminar como la Libia de Muamar Gadafi, derrocado por la OTAN y asesinado.
Pyongyang ripostó al cáustico paralelo y acusó a su inestable interlocutor de tratar de imponerle un desarme nuclear unilateral, sin considerar un paso similar para toda la península.
La República Popular Democrática de Corea ha calificado la presencia militar estadounidense en Corea del Sur y sus maniobras de guerra como un peligro para su seguridad.
Lo cierto es que Estados Unidos le dio la espalda a la tímida posibilidad de diálogo con Corea del Norte sin considerar los gestos de su adversario.
El país asiático hizo estallar los túneles y silos de su polígono de armas nucleares en presencia de periodistas y además cumplió con otros requerimientos, como opinó en Moscú el presidente ruso, Vladimir Putin.
También Kim Jong Un sostuvo con su homólogo surcoreano Moon Jae-in un histórico encuentro en un ambiente de distensión en la zona desmilitarizada que divide la península.
A contrapelo del apaciguamiento marcha el magnate inmobiliario, con una gestión pletórica de imprecaciones y absurdos.
El gobernante sacó a Estados Unidos del acuerdo nuclear entre Irán y varias potencias, quebró el proceso de normalización de relaciones con Cuba y agudizó las tensiones con China y otros países al imponer alzas a importaciones de acero y aluminio.
Trump militarizó la frontera con México, le exigió pagar por la construcción de un insultante muro, demonizó la figura de los inmigrantes y de quienes profesan el islamismo, renovó sanciones contra Venezuela y agravó el conflicto medioriental al trasladar la embajada en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén.
Con tales antecedentes y la decisión de cancelar un encuentro con Kim Jong Un cabría preguntarse si realmente el presidente estadounidense quiso desde un inicio el diálogo o solo apostaba por montar un espectáculo para enaltecer su autoestima.